Del piano de Lima a los griles de Cali: la vida musical de Alfredo Linares

Por Mario Lozada Tezna | Videografo y Productor El País Cali

En la sala su casa en Cali, Alfredo Linares, pianista peruano y figura clave en la historia de la salsa, habla con la serenidad de quien vivió varias vidas en una sola.

A sus más de cinco décadas de carrera, conserva la memoria intacta para repasar los momentos que lo llevaron de Lima a Cali, de los estudios de grabación analógicos a los escenarios más exigentes del mundo.

Nació en Lima, hijo de un padre arequipeño y una madre de Trujillo. Su papá era luthier, un oficio que marcó sus primeros acercamientos a la música.

“Yo fui testigo de lo que es desarmar un piano, armarlo, ponerle las cuerdas. Incluso soy también afinador de pianos”, recuerda.

En su casa, los sonidos iban desde los valses criollos hasta la Sonora Matancera, que ya comenzaba a escucharse en el Perú gracias a los discos que llegaban desde Cuba.

El contacto temprano con esa variedad musical fue decisivo. A los diez años ingresó al conservatorio, y a los trece ya estaba grabando su primera experiencia profesional.

“La primera vez que entré a un estudio fue gracias al cantante Cookie Palacios. Yo tenía 13 años y era algo impresionante, porque eran estudios enormes donde se grababa todo en vivo. Nada de digital, todo era análogo”, comenta.

Su formación no se limitó a la música latina. Desde muy joven estudió jazz y absorbió la elegancia de pianistas como Oscar Peterson y Bill Evans.

“Peterson fue número uno. La forma de tocar, la elegancia, todo junto. Bill Evans también. Y luego otros pianistas cuyo estilo me marcó mucho”, anota.

El destino lo trajo a Cali en 1970, cuando un amigo le insistió en que conociera la ciudad.

“Me decía: si no conoces Cali, no conoces nada”. Vino inicialmente para asistir al Festival Panamericano, pero pronto la agenda se llenó de invitaciones.

“Cuando llegué, me sorprendí. Había más de 300 griles funcionando. Desde Juanchito hasta la Escalinata. Todo un movimiento musical que no esperaba”.

En ese contexto apareció uno de sus temas más recordados: Tiahuanaco. Grabado en Lima en 1972, se convirtió en un éxito inmediato en los clubes caleños.

“Es una bendición que después de tantos años se siga bailando. Ese tema lo grabé en Perú, en el sello Virrey. Era muy difícil conseguir un estudio, pero a mí me hicieron una excepción por la relación que tenía con ellos”.

Su conexión con Cali se consolidó no solo en los escenarios, sino también en la música que compuso. Canciones como Nostalgia caleña y Para el barrio obrero son muestras de ese vínculo afectivo.

“La escribí en Lima, porque extrañaba Cali. Era la nostalgia de no estar aquí”, explica sobre la primera. La segunda, grabada en Venezuela, fue su homenaje a uno de los barrios emblemáticos de la ciudad.

El recuerdo de otro de sus grandes aportes, el Mambo Rock, lo hace sonreír.

“Cuando lo traje al grill La Escalinata, eso fue un carnaval tremendo. La gente reaccionó de inmediato. Había analizado el baile del caleño y sabía por dónde ir. Funcionó desde el primer instante”.

Hoy, Linares sigue viendo con admiración cómo Cali mantiene viva la tradición salsera. “Aplaudo mucho a la gente de Cali. Es admirable ver las escuelas de salsa con niños muy pequeños, de 7 u 8 años, que ya están iniciándose. Eso me da mucha alegría”.

Su mensaje para la ciudad que lo acogió es sencillo y directo: “He recibido cariño en toda Colombia, no solo en Cali. Y también en el extranjero. Saber que después de tantos años la gente sigue prefiriendo mi música es algo que me honra mucho”.

La conversación termina como empezó, con música. Alfredo Linares, sentado frente al piano, toca un fragmento breve. No necesita más para recordar por qué, desde hace más de medio siglo, su nombre está escrito con letras firmes en la historia de la salsa.