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Albalucía Ángel, una de las escritoras más importantes de la historia de la literatura colombiana. | Foto: Giancarlo Manzano / El País

Albalucía Ángel: la cronista censurada de 'La Violencia'

Albalucía Ángel, la escritora censurada que se atrevió a narrar sin miedo los peores horrores de la época de la Violencia partidista en Colombia.

17 de abril de 2017 Por: Yefferson Ospina / Periodista de Gaceta


Es un trauma. Quizá un trauma no superado, uno de esos que regresan de cuando en cuando, en noches oscuras, con la lluvia tal vez, con chispazos de terror, laberintos de sangre. Quizá eso sea el ‘Bogotazo’, el 9 de abril de 1948 y todo lo que siguió: un trauma general, una pesadilla oscura instalada en lo más profundo del alma de nuestros padres y abuelos, imborrable, siempre presente.

Para entonces, para ese día de hace 69 años, aquella niña tenía 9 años y vivía en un pequeño pueblo. Lo escuchó en el radio de su casa: escuchó la voz de la Radio Nacional que hablaba del asesinato del caudillo y luego las masas furiosas que arrastraban el cuerpo del asesino, Roa, por la Calle 7 de Bogotá. Y oyó el asedio al Palacio de Nariño y vio el temor de su padre y su madre mientras oían la voz que salía del aparato y esa noche no pudo dormir. Luego atestiguó los días oscuros que sobrevinieron: los asesinatos de campesinos liberales, las historias de niños asesinados, de mujeres violadas, de hombres decapitados, de pueblos incendiados.

Era La Violencia. Tenía 9 años, luego 10, 11, 12, 16. La niña creció en medio del temor a la llegada de los conservadores a su casa y a la posibilidad de que los asesinaran como decían que lo hacían, decapitando, “perjudicando” a las doncellas, matando a los niños.
Fue una niña arquetípica, que sufrió y apuró todos los temores de esa época oscura. ¿Cómo se puede seguir viviendo después de atravesar tanta crueldad?

La niña se llama Albalucía Ángel Marulanda y el pueblo se llama Pereira. Años después, mucho después, en los inicios de la década de los 70, cuando había pasado los 30 años y se había graduado de literata y vivía en Europa hubo de reconocerlo: tenía que escribirlo, tenía que decirlo todo, tenía que contarle a Colombia cómo fue aquello, cómo fue el miedo, cómo fue la impiedad y la irracionalidad y cómo fueron el dolor y el sufrimiento y las pérdidas y los llantos.

Quizá era la única forma de seguir viviendo -sobreviviendo– con eso. Entonces la escribió. Hizo una de las novelas más importantes de toda la literatura colombiana, una novela honesta, arriesgada, adelantada a su tiempo, experimental, conmovedora, aplastante. Una novela que la sacó de la muerte: ‘Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón’.
La novela fue publicada por vez primera en 1975. En 2015, 40 años después, Ediciones B hizo una nueva edición y este año publicó su libro de cuentos ‘¡Oh gloria inmarcesible!’, que había permanecido censurado desde el año 1979 por considerársele “pornográfico”. Ambas obras, confinadas a un olvido atroz, serán presentadas en esta edición de la Feria del Libro de Bogotá.

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Está sentada en la sala del apartamento de una amiga de siempre en el oeste de Cali. Ahora, a sus 77 años, vive en el norte de California, cerca a Oregón, en Shasta Mount, una montaña sagrada para los indígenas norteamericanos. Allí renta una cabaña y un tráiler y una vez por mes baja hasta el pueblo más cercano a comprar alimentos y a prestar libros y películas de la biblioteca pública.

Usa un pequeño cinto vino tinto en la cabeza y ropa blanca adquirida en tiendas de ropa descartada. Desprende una voz suave, elocuente, dueña de una singular perfección en la pronunciación de cada sílaba y cada palabra. Le pregunto, ¿cómo fue que escribió esa novela? Entonces toma aire y empieza.

Yo me  había ido a Europa desde los 60 y para principios de los 70 me fui a vivir en Barcelona. Allí conocí a Vargas Llosa, a Gabo, a Carlos Fuentes, a Cortázar, a Donoso, a los autores del Boom gracias a que Gabo y Mercedes me invitaban a pernoctar en su apartamento de Sarriá, en los períodos en que había ferias. En esas ocasiones yo vendía café, en el Stand de Colombia. Y cantaba en sitios donde primaba el folclor sudamericano. Antes de 'Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón' yo ya había escrito dos novelas, 'Los girasoles en invierno' y 'Dos veces Alicia', pero no vivía de la literatura, la verdad es que vivía de cantar en algunos bares y, de algún modo, yo para Gabo y todo ese grupo no era más que la “cantante de rancheras”. Ríe mientras lo dice. Es honesta y no teme a burlarse de ella misma. Pero en 1972 decidí que tenía que contar mi visión del 'Bogotazo' y empecé a escribir ‘La pájara pinta’. Y ese año, entonces, tuvo lugar un episodio que me cambió la vida.


Entonces vuelve a hablar de violencia. Pierrot era el nombre de su carro Morris Mini que había comprado luego de venderle a un tío un anillo. Es noche en Madrid en el barrio El Retiro. Albalucía baja del cuarto que alquilaba en un segundo piso y se encuentra a un hombre en el interior de Pierrot, intentando prenderlo. “Q'hubo viejo, qué pasa. Ese es mi carro”, le dice. El hombre le grita que le entregue las llaves. “No se las voy a dar y voy a llamar a la Policía”; responde. Luego ve frente a a ella otro carro con varios hombres. El otro, el que intentaba robarla, la toma por un bolso que lleva cruzado al pecho y la hala hasta el carro que pasa. Se sube a él y ella queda colgando de la puerta. El carro avanza en contravía por cerca de doscientos metros en los que sus pies se golpean contra el pavimento, en los que la velocidad ejerce una fuerte presión sobre las vértebras y el brazo está a punto de romperse. Cae, la cabeza contra el asfalto. Varias personas atestiguan toda la escena. Corren a ayudarla. Entre ellos hay un sacerdote jesuita que conoce Colombia y otra persona que dice tener un familiar dueño de una clínica privada. La suben a un taxi y entonces comienzan las visiones. Yo vi dos hombres de barba larga, blanca, y una mujer que llevaba una especie de turbante. Tres seres de luz a los que les rogaba que no me dejaran morir, que yo quería conocer mi propósito en este planeta. Permanezco durante dos días en esa clínica y soy consciente de las alucinaciones. Ahí me doy cuenta de que tengo que cumplir con la visión que entonces se me da. El médico, en Madrid, prácticamente me deshaucia. Viajo entonces a Barcelona y de allí viajo a Colombia. Me destrozaron la cabeza y la columna vertebral. No te imaginás el dolor. Yo escribí la novela con el firme propósito de que no me podía morir hasta terminarla. Fue una apuesta feroz en la que como puedes ver, ganó la Vida.

Albalucía llegó a Pereira y conoció a alguien que le dijo: “Yo trabajo con Gregorio Hernández, ¿le incomoda?”. “A mí ya no me sirvieron los médicos visibles, los únicos que me pueden ayudar son los invisibles”, le respondió. Entonces empezó todo el doloroso proceso de recuperación. Luego vendría el año de 1973 y el aniversario 25 del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. “Por alguna razón, el intento de robo en Madrid me ayudó a cambiar el foco de la novela. Ya sabía que no solo tenía que contar cómo viví el 'Bogotazo', sino que tendría que ser una novela política sobre todo lo que ocurrió”.

Así que se entrega a una minuciosa labor de investigación: recorre Bogotá, Medellín, Cali, Pereira, los archivos documentales del periódico El Tiempo, de la revista Cromos, entrevista a testigos del 9 de abril, a hombres que fueron universitarios que vivieron la masacre de junio del 54 bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla. Habla con campesinos y sus preguntas en la Plaza de Bolívar en Bogotá hacen que la confundan con un detective de la Policía; habla con mujeres, hombres que eran niños entonces, abuelos, y con todo el acopio de fotocopias de periódicos, de anotaciones, de fotografías, de narraciones brutales parte para Barcelona.

Todos esos recortes de periódicos los pego en las paredes de mi cuarto. Y entonces me pongo a leer, a revivir la historia y cada vez que lo hacía no podía parar de llorar. Era imposible no llorar ante tanta crueldad y tanta bajeza. Fue una catarsis para mí, allí me liberé de miedos y de dolores por todo lo que conocí de niña.
Así escribí esta novela.


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La crítica especializada la califica como una de las obras más complejas de la literatura latinoamericana y, también, como uno de los más valiosos documentos sobre ese negro período de la historia reciente de Colombia llamado La Violencia. “Aunque recrea sucesos cruentos, escapa a la tentación de la denuncia, de la interpretación sociológica o de la sustentación de una tesis al involucrar a todos los actores armados y presentar múltiples versiones de los hechos a través de un tejido de voces amplio y de una profusa red intertextual; la elaborada estructura narrativa, la belleza en la construcción de la frase, la intensidad del ritmo, la complejidad de los personajes y el drama humano que encarnan le otorgan su dignidad literaria. La novela logra un tratamiento literario del fenómeno de la Violencia como ninguna otra novela lo había logrado”, dice el crítico y novelista Óscar Osorio.

Alejandro José López, profesor de literatura de la Universidad del Valle, sostiene que 'Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón' es uno de los ejemplos más deslumbradores de las novelas latinoamericanas que no hicieron parte del 'Boom' pero que estaban a la altura de las obras de García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes. “Es una obra profundamente hermosa en la que, además, la experimentación con el lenguaje es llevada hasta el extremo”.

La novela es intrincada, de difícil lectura, compleja, desafiante. Es natural. Albalucía había leído toda la obra de la escritora que más habría de influenciarla: Virginia Woolf. Y no solo la había leído, sino que había comprendido todos los mecanismos de novelas como 'Las olas', 'La señora Dalloway' y 'Orlando', así que sabía manejar los flujos de consciencia, el monólogo interior, la polifonía en los narradores, la ruptura de la cronología, todas las técnicas narrativas propias de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX.

Y, sin embargo, habría que decir que esas dotes narrativas evidentes en la obra no son su cualidad mayor. No.

Podrían enumerarse muchas otras cosas: la rigurosa investigación que convierten la novela en lo que podría ser un gran reportaje de periodismo narrativo y, de paso, a la escritora, en una de las primeras grandes voces del Nuevo Periodismo, al nivel de Truman Capote o Gay Talese.

Pero este cualidad tampoco sería la gran virtud de 'La pájara pinta'. Más bien sería la profundidad de sus personajes y la capacidad de humanismo que exhibe la escritora para narrar episodios tan oscuros, brutales, desgarradores y crudos. Toda la obra es una crónica experimental que mezcla con honestidad, cierta ferocidad y un humor altamente inteligente, algunos de los horrores más desolados de La Violencia, el hervidero político de Colombia en la mitad del siglo XX y los recuerdos de infancia de una mujer que intenta entender su vida en ese país irracional.

Y todo ello con un lenguaje vastísimo, a la vez coloquial y sofisticado, un lenguaje que exuda esa contextura que da lo vivido, que permite comprender a los personajes a partir de sus expresiones más íntimas, un lenguaje que es el alma de cada uno de sus caracteres y que por momentos se hace también personaje y deja de crear un historia para crear un ámbito, un ambiente, de desolación, de nostalgia, de esperanza. “Y don Anselmo Cruz se terminó la mazamorra y se quedó callado, pensando de seguro en todos los cadáveres que flotan en los ríos. En los ancianos y niños fusilados. En el señor que el otro día le cortaron la lengua para que no volviera a gritar viva el Partido Liberal, ¡manzanillo hijueputa!, mientras que a los testigos, amarrados a un árbol, les amputaron las piernas y los brazos, y luego los testículos. En tantos campesinos que vieron violar sus hijas y mujeres. En los pueblos enteros ardiendo como estopa. Don Anselmo... pero el viejo no oía, y cuando las Tobones les dijeron váyanse pues corriendo que ya se está toldando, va a llover, Ana vio a don Anselmo con los brazos cruzados en el pecho, rezando de rodillas, mientras que las lagrimotas le quedaban colgando, acanaladas en las arrugas”, se lee en uno de los capítulos de la primera parte, en el que Ana, el personaje principal y alter ego de Albalucía, escucha cómo un campesino le narra las atrocidades que ha visto.

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Lo que sorprende es que una novela como esta haya solo llegado a un fragmento muy especializado de lectores, casi que exclusivamente a críticos.

¿Por qué cree que sucedió eso, Albalucía?
Usted que la ha leído debe saberlo. En la novela aparecen nombres exactos de políticos, de personalidades colombianas que hicieron parte de la violencia...

¿Eso podría querer decir que a mucha gente no le convenía que la novela se publicara?
Por supuesto. Mira, yo soy feroz y no negocio mis principios. ¿Por qué escribí sobre este tema? Porque me dolía mucho mi país, tanta violencia, tanta corrupción, tanta gente desde arriba apoyando a los asesinos...

En 1975 la novela ganó el Premio Vivencias en Cali. El premio suponía una publicación de la obra, pero el editor se negó a imprimirla. El diario El Pueblo tituló: “Pereirana desvirolada gana el Premio Vivencias”. “Ella, como tantas mujeres de su generación y como la mayor parte de las mujeres, han sufrido el machismo alrededor del mundo literario. El 'boom' fue machista, fue machista el 'nadaísmo' y han sido machista todos los movimientos artísticos”, dice Carmiña Navia, crítica literaria. Albalucía debió esperar hasta una publicación de Colcultura, bajo la dirección de Gloria Zea, quien hizo un tiraje de cien mil copias y vendió a 10 centavos cada ejemplar.

Usted vivió varios períodos como huésped de García Márquez en Barcelona y, de hecho, 'La pájara pinta' fue escrita mientras Gabo escribió 'El otoño del Patriarca'. ¿Por qué García Márquez nunca la reconoció como escritora?
Ni idea. para él yo siempre fui la “cantante de rancheras” que llegaba en la noche y se metía en las tertulias de estos escritores y a la que él le decía: “Vení Albalú, traé la guitarra y cantanos una canción”. No sé la respuesta a su pregunta, ¿qué cree usted?

Bueno, no tengo idea... Pero Cortázar y Donoso e incluso Fuentes sí sabían que usted escribía. De hecho, usted ha contado que Cortázar admiró la novela e intentó una traducción al francés.
Sí, sucedió. A Donoso también le gustó mucho ‘Dos veces Alicia’. Pero bueno, a mí solo me interesaba escribir una historia que en Colombia muy pocos querían escribir...

¿Qué piensa de lo que está pasando ahora en Colombia?
El día que llegué de EE. UU., estaban en la tal marcha contra la corrupción. ¿Usted cree que hay algún político que tenga derecho moral de hacer eso? Aquí nadie puede tirar la primera piedra... Y ese mismo día sucede lo de Mocoa y yo pienso que es una metáfora: en este país el lodo, la miseria, la negligencia de la clase alta, añadida a la corrupción de los dirigentes políticos, siguen acabando con la vida de los inocentes.

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