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Sayuri Usuriaga, la 'pantera' que venció la selva de Cali y llegó a las pasarelas

Tras desfilar para Haider Ackerman en la pasada Colombiamoda, fue nominada como modelo revelación por la revista Cromos.

1 de septiembre de 2013 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor de la Unidad de Crónicas de El País

Tras desfilar para Haider Ackerman en la pasada Colombiamoda, fue nominada como modelo revelación por la revista Cromos.

La chica habrá quedado con los crespos hechos. Ese día, cuando Sayuri Usuriaga le contó que había viajado ocho horas en bus desde Cali para participar en el casting de modelos de Haider Ackerman, la muchacha la miró de arriba abajo y se echó a reír. Ambas estaban en el cuarto de un hotel de Medellín que compartirían hasta el día siguiente, cuando el diseñador colombo-francés haría una última prueba para elegir modelos. El lunes 22 de julio, cuando Ackerman abriera la pasarela de Colombiamoda, las dos desconocidas ya no sabrían nada la una de la otra. Con Sayuri el vaticinio se cumplió: nada volvió a saber de la chica que durmió en la cama de al lado. La otra en cambio, quedó con los crespos hechos.Y mucho más después de haberle hecho la vida imposible en ese cuarto: comentarios de mala leche, miradas por encima del hombro. Sayuri cuenta que, incluso, aquella chica de la que ya no recuerda el nombre fue capaz de esconderle la cédula esperando que así no pudiera presentarse a la prueba.Pero nada valió: cuando Ackerman la vio desfilando, le dijo en un inglés que ella ahora imita mordisqueando sílabas que era perfecta. Aunque el casting para elegir sus modelos venía haciéndose desde hacía un año, aunque él había traído tops croatas, rusas, polacas, brasileras, francesas, aunque faltaba un día para el desfile, cuando Sayuri se probó uno de sus vestidos el tipo irguió los pulgares y pidió que le tradujeran: te espero mañana, desfilas conmigo.En su columna del mes pasado en la revista Cromos, la experta en moda Pilar Castaño dice que ese día fue mágico: “(...) Expectativa, fila interminable, retraso. Finalmente se abrieron las puertas para subir al piso once, donde nos recibió una pasarela cubierta por un tapete gris plomo y sillas para 800 personas”.Un mes después, Sayuri no recuerda nada de eso. En su mente no aparecen las 800 personas ni el tapete gris plomo. Cuando finalmente salió a desfilar, en su cabeza rebotaban las palabras de una ayudante del diseñador; la mujer le había dicho que en su caminado había mucha sangre latina y que ellos necesitaban menos de esos movimientos involuntarios: “Cuando estés allá arriba piensa en que eres la mejor del mundo. Que tu vida está solucionada, que eres rica. Piensa que vas caminando por ahí, sin problema alguno. Olvídate de tu pasado”. Durante los 30 segundos que duró su pasarela, Sayuri le hizo caso. Pero ya no recuerda bien cómo fue eso. Ahora, mientras habla del día más feliz de su vida, ella solo se acuerda que al finalizar el desfile las modelos que estaban en el backstage la abrazaban, la besaban, algunas le hablaban en algún idioma que ella cree habrá sido inglés: “¡Beautiful, beautiful, beautiful!”. Ella recuerda eso, los besos, los abrazos, el miedo. Porque todo el tiempo tuvo miedo. Sayuri se toma las manos, se rasca la cabeza. Luego de ese desfile, Sayuri también modeló para la marca A New Cross y Camilo Álvarez. Al final de la feria, la revista Cromos la nominó como modelo revelación de Colombiamoda. Miedo. Sayuri habla del miedo. Quizás porque eso es de lo que más sabe en su vida. Pero aquello, claro, no lo sabían en Medellín. No lo sabían los críticos de moda que se deslumbraron al verla, ni las modelos que la abrazaban y la llenaban de besos. De aquello solo saben en el barrio Mojica de Cali donde nació hace 19 años; en los inquilinatos del centro donde vivió cuando estaba chiquita; y en el centro de reclusión para menores Valle del Lili, donde pasó un año interna. Miedo. Sayuri habla del miedo. De eso es de lo que más sabe. De eso y de quedarse con los crespos hechos, como la chica del hotel que un día se burló de ella. ***Una tarde, los papás de la niña se separaron. Ella tenía poco menos de 7 años y entonces empezó a ir de un lado para otro: la casa de su mamá en Mojica, la pieza de alquiler que su papá consiguió en un inquilinato del centro. Ella iba y venía, en buses, caminando; viendo lo que ocurría en las esquinas, escuchando historias de robos, muertes, miedo. Mojica y el centro, en ese tiempo como ahora, son dos de las zonas de Cali a las que muchos le temen. Pero no ella. No en ese tiempo. Esos eran sus lugares, sus fronteras. Es como si una pantera hubiera tenido miedo de crecer en la selva.En el centro, yendo y viniendo, hizo amigas. Vivían en uno de los cuartos del inquilinato. Y allí empezó a pasar tiempo. Con ellas se sentía niña, jugaba, reía, hacía travesuras. La relación con su papá, en ese tiempo como ahora, no era buena. Entonces ella prefería andar por ahí, con las chicas. En un mes de octubre la mamá de las niñas las disfrazó para ir a pedir a dulces y Sayuri hizo un berrinche porque no había disfraz para ella. La señora, desesperada, le dijo que la iba a llevar donde el papá y ella se atacó aún más: rogó a gritos que no lo hiciera, que la dejara con sus amigas, que su papá la maltrataba. Cuando el hombre escuchó los gritos y pasó al cuarto del lado y escuchó a su hija, le dio un golpe. Sayuri, ahora, cuenta que lo que dijo en ese momento no era del todo cierto porque su papá no le pegaba con las manos. Los golpes que él le daba salían de su boca: eran humillaciones, reproches que él soltaba cada que llegaba borracho. Pero no le pegaba. No hasta entonces.La Policía, que llegó con el alboroto, decidió entregar a la niña en custodia del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Mauricio Villa, sicólogo del Icbf, cuenta que en ese instante Sayuri empezó a ser cuidada por una madre sustituta, en una casa de familia. Pero aquello no duró mucho; la niña era una fiera indomable.Así llegó a la Fundación de Servicio Juvenil Bosconia, un internado para niños y niñas desprotegidos, huérfanos, habitantes de la calle. Un año y siete meses después, recuperada de aquel episodio, se fue a vivir con su abuela pero a los quince días la vieja murió. Sayuri pues, tuvo que regresar donde su papá. Y con su papá, a los maltratos, los golpes, los gritos. Una tarde, huyendo de todo eso, recorriendo las calles con sus amigas, conoció la droga. Y luego a otros chicos. Y luego el amor. O algo parecido: a los 11 años Sayuri se enamoró de Juan Carlos, un peladito de 16 años que vivía solo en un inquilinato de la Calle 13 y que robaba para comer. Con él empezó a conocer otras cosas. Y a ver la vida de otra manera, sin miedo. De un momento a otro, dice ella, sin darse cuenta, ya se había convertido en una pantera.Una vez, caminando por ahí, Sayuri conoció a Las Langostas: niñas, niños, niños disfrazados de niñas que sin sobrepasar los 15 años habían conformado una banda de raponeros. Con hambre y el corazón roto por ese peladito que ya andaba con otra y la había dejado con los crespos hechos, un día decidió acompañarlas. Sayuri, en un comienzo, era la encargada de esperar a Las Langostas en alguna esquina para guardar lo que sacaran de los almacenes: ropa, latas de leche, atunes, salchichas. Luego todo eso lo vendían y compraban comida y pagaban sus cuartos y fumaban. Conquistaban la selva. A los 12 años, Sayuri dejó de depender de sus papás.Y así pasó tiempo. Corriendo, esquivando golpes, recibiendo insultos. A los 16 años, luego de que la Policía la cogiera y la soltara muchas veces, finalmente fue llevada ante un juez de garantías que le dictó 18 meses de libertad vigilada por un hurto menor. Mauricio Villa, el sicólogo, la recuerda entonces: había en ella una fuerza contenida que se mezclaba con su inocencia, su abandono, su belleza. El sicólogo habla de ese tiempo y en su cara aparece un gesto de ternura parecido al de alguien que ve a un cachorro enjaulado. Villa no sabe a ciencia cierta explicar por qué; el dice que vio algo en ella y decidió apostar. Obedeciendo a su intuición empezó a cuidarla, a escucharla, a conocer su historia. De su bolsillo entonces salió dinero para inscribirla en clases de teatro en el Instituto Popular de Cultura, para llevarla a entrenamientos de atletismo, para arreglar sus dientes. Poco después, la sonrisa de Sayuri se empezó a enderezar.Pero la selva es cruel. Incluso para una pantera. Cuando todo parecía ir bien, Elizabeth, una de sus hermanas, fue asesinada. Elizabeth tenía 14 años y el novio con el que vivía le metió un balazo en la cabeza. Sayuri empezó a caer de nuevo: volvió a la calle, dejó de visitar el sicólogo. Villa, que ya había establecido contacto con los hermanos y hermanas medias de la chica, habló con una de ellas y le sugirió que le aprobara hablar con el juez para que cambiara la medida y le dieran privación de la libertad. El 21 de febrero del 2011, Sayuri Usuriaga Cortéz, entró a Valle del Lili a terminar de pagar su condena. ***Sayuri está ahora sentada en una banca del parque de El Ingenio. Mide 1.78 y sus medidas son 77-61-89. Lleva un vestido blanco ceñidísinmo y unos zapatos de plataforma que la elevan otros diez centímetros en un pequeño acto de equilibrio circense. Es flaca, de piernas musculosas. Dice que nunca ha ido a un gimnasio y que las únicas dietas que ha hecho son esas a las que la empujaba el hambre. Su voz es ronca, llena de palabras estropeadas. En su acento hay tanto de calle como en ese caminado que alguna vez le corrigieron. Sayuri quiere estudiar inglés y francés. Sueña conocer Nueva York. Quiero ser grande, dice mirando la gente que a esa hora corre huyendo quién sabe de qué.Aquel año en Valle del Lili fue lo que cambió su vida. Allá dentro, cuenta, se encontró con algunas de las chicas y chicos que un día conoció en el centro. Casi todos, peor de cómo los recordaba, remedo de fieras. Allá, en las sesiones con los educadores encargados de velar por los muchachos, conoció un término que ahora repite una y otra vez: proyecto de vida. Cuando le explicaron aquello y ella lo entendió viendo el espejo de sus antiguos amigos, supo lo que había sido y lo que no quería ser. Un día, faltando poco para recuperar la libertad, una de esas viejas amigas le ofreció un cigarro de marihuana. Sayuri la dejó con la mano extendida. Le dijo que apenas saliera se iba a convertir en modelo, que ese era su proyecto de vida, quería hacer algo que no había hecho nunca: cumplir un sueño. Y entonces se acordó de esas mujeres que veía en las revistas que a veces encontraba por ahí, tiradas en las calles; esas chicas hermosas que cuando pasaba por algún televisor ella veía en ese otro mundo, tan lejano al suyo. Cuando salió de la correccional, la chica ya nunca regresó a la selva.Estando afuera, volvió a ver a su papá y le pidió trabajo en la venta de jugos que el hombre tiene en el centro. Y allí trabajó meses. Regresó también donde su mamá, en Mojica. Y aguantó una y otra cosa hasta que tuvo para pagar un curso de modelaje. Cuando iba por la mitad, el dueño de la agencia M&P la vio y tuvo una sensación parecida a la de Ackerman en Medellín: eres perfecta. La agencia la firmó como una de sus modelos. Allí le sugirieron que se cortara el pelo a ras, empezaron a estilizar sus movimientos de pantera. Un día, cuando ya había hecho pequeños desfiles, sin crespos en la cabeza, vio en internet un anuncio de Colombiamoda y preguntó qué era eso. Cuando en la agencia le explicaron, los ojos de Sayuri se abrieron como platos y dijo que ella quería estar allí.Así fue como el pasado 20 de julio viajó ocho horas en bus hasta Medellín. Después de sus desfiles, la agencia XY Models de esa ciudad también la contrató. Juan Sebastián Mendoza, su director comercial, dice que más allá de su evidente belleza y porte internacional, Sayuri tiene eso que solo poseen las modelos que triunfan: determinación y disciplina. Juan está seguro que muy pronto, esa chica que pocos conocen, empezará a aparecer por todas partes. A su agencia ya llegaron dos propuestas para que vaya a modelar a Nueva York. Al Cali Exposhow del próximo mes de octubre ya está invitada.En la agencia le recomendaron que se cambiara el Sayuri por Sayori, con O, para hacer de su nombre algo más artístico. Sayuri, posando para las fotos vestida de Sayori, sonríe. Ya no como una pantera. En japonés, su nombre significa flor naciente. Ella no lo sabe. Qué importa.

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