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Ingeniería con propósito: la revolución de la química verde de Walid Anka

Cuando alguien escucha la palabra “química”, lo primero que aparece en la mente suele ser humo, fábricas y contaminación. Es una imagen que la industria ha arrastrado durante décadas y que cuesta mucho desmontar. Walid Anka lo sabe bien.

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Walid Anka
Walid Anka | Foto: Walid Anka

16 de dic de 2025, 12:14 a. m.

Actualizado el 16 de dic de 2025, 12:14 a. m.

Ingeniero químico especializado en sostenibilidad, ha escuchado más de una vez la misma frase: “los químicos destruyen el ambiente”. Y cada vez responde lo mismo: “también podemos repararlo”.

Su postura no parte de negar el pasado, porque la historia está ahí, marcada por derrames, emisiones y residuos tóxicos. Lo que propone es cambiar la conversación y mostrar que la química puede ser otra cosa. En sus conferencias explica que ya existen plásticos biodegradables fabricados a partir de residuos agrícolas, que hoy se pueden capturar gases de efecto invernadero y transformarlos en combustibles, o que las aguas residuales pueden limpiarse con microorganismos diseñados para regenerar nutrientes. Son ejemplos sencillos de cómo la química verde abre caminos distintos. “Si la gente solo oye hablar de química cuando ocurre un accidente, nunca dejará de verla como enemiga”, afirma con convicción. Por eso insiste en que los ingenieros tienen que contar lo que hacen y hacerlo de manera que cualquiera lo entienda.

Uno de los argumentos habituales contra estas tecnologías es el costo. Muchas veces se asume que un proceso limpio siempre es más caro, y ahí Walid Anka pone números sobre la mesa. Explica que cuando un proceso es eficiente necesita menos energía, aprovecha mejor la materia prima y genera menos residuos. En otras palabras, lo que parece un gasto adicional termina siendo un ahorro. Varias plantas industriales donde ha trabajado redujeron su consumo energético en más de un 30 % tras aplicar optimización termoquímica. Esa cifra se traduce en menos emisiones de dióxido de carbono, facturas más bajas y un impacto ambiental significativamente menor.

Para acercar estos conceptos al público, Anka evita las fórmulas complicadas. Prefiere ejemplos de la vida diaria. Habla de la bolsa de supermercado que podría fabricarse con almidón de yuca en lugar de petróleo, del aire más limpio que se obtiene al capturar CO₂ antes de que llegue a la atmósfera, o del agua que regresa clara a un río después de pasar por un biorreactor microbiano. Con esas imágenes simples transmite la idea de que la química no es una disciplina abstracta, sino algo que atraviesa nuestra salud, nuestro bolsillo y nuestro futuro.

Su trayectoria ha sido reconocida con premios importantes, como el Nacional de Innovación en Ingeniería Química. Pero cuando se le pregunta por ellos, responde con sobriedad. Dice que lo valioso no es el trofeo en sí, sino la oportunidad de dar visibilidad a un trabajo que suele ser invisible. “La gente no se entera de cuántos problemas evitamos. Los premios ayudan a contar esas historias”, señala. En su visión, cada galardón funciona como altavoz para mostrar que la sostenibilidad ya no es un accesorio, sino un estándar que debe formar parte de la ingeniería.

Cuando habla de futuro, su tono cambia ligeramente y se vuelve casi entusiasta. Describe fábricas vivas donde bacterias reemplazarán a los reactores tradicionales, plásticos que se degradan en semanas sin dejar rastro y sistemas de inteligencia artificial que tomarán decisiones en tiempo real para optimizar recursos. No lo presenta como una utopía, sino como una hoja de ruta que ya está en marcha en distintas partes del mundo. “La química verde existe. Lo que falta es escalarla y apoyarla para que deje de ser una excepción y se convierta en la norma”, dice.

Esa visión está acompañada de un compromiso personal. Walid Anka no se limita a desarrollar proyectos industriales; también dedica tiempo a la docencia y a la formación de jóvenes ingenieros. Cree que la próxima generación debe aprender a pensar la química desde la sostenibilidad como un principio básico, no como un añadido opcional. “El conocimiento técnico es fundamental, pero también lo es la responsabilidad con el planeta”, recuerda en sus clases.

Más que un discurso académico, lo que transmite Anka es una invitación a replantear nuestra relación con la industria. Invita a imaginar un mundo en el que producir no sea sinónimo de contaminar, en el que la tecnología no destruya sino que repare, y en el que el conocimiento científico se use para equilibrar desarrollo y medioambiente. “La química puede ser aliada de la naturaleza si la usamos bien”, resume Walid Anka con sencillez.

Su mensaje, lejos de sonar a consigna, refleja la experiencia de alguien que ha estado en fábricas, ha visto residuos transformarse en recursos y ha comprobado que la innovación no siempre necesita ser costosa para ser efectiva. Quizás por eso sus palabras conectan incluso con quienes no entienden de catalizadores ni de termodinámica: porque hablan de aire limpio, de agua segura y de un futuro menos incierto. Y en esa capacidad de traducir la ciencia a la vida cotidiana está la fuerza de su discurso y, sobre todo, de su trabajo.

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