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De la frustración a la máxima alegría

El éxito que no tuvo como jugador, lo tiene ahora como técnico de la Selección Colombia femenina. Historia del entrenador de moda.

28 de noviembre de 2010 Por: Redacción de El País

El éxito que no tuvo como jugador, lo tiene ahora como técnico de la Selección Colombia femenina. Historia del entrenador de moda.

Con el mismo fútbol, Ricardo Rozo —el hoy exitoso técnico de la Selección Colombia femenina— logró cicatrizar la herida más grande que le había dejado este deporte.Su apuesta más fuerte se la hizo a Millonarios, equipo al que llegó cargado de ilusiones como jugador a finales de los 80, y con el que estuvo a punto de cumplir su máximo sueño: debutar en el profesionalismo. Pero un inesperado cambio de técnico, la salida de Moisés Pachón y la llegada de Miguel Prince, acabaron con las esperanzas de Rozo.El nuevo timonel azul le dijo la frase que ningún jugador quisiera escuchar: “no te voy a tener en cuenta”. En la posición de volante, por delante suyo, estaban otros jugadores de mayor recorrido como Raúl Ramírez, Carlos Rendón, Álvaro Torres y John Mario Ramírez. Eso lo obligó a buscar ‘escampadero’ en varios equipos de la B. Pasó por El Cóndor, luego por Academia, estuvo en el Soacha y finalmente en El Girardot.Después de tantas vueltas y sin progresos evidentes, el hoy técnico de la selección femenina decidió colgar definitivamente los guayos y aceptar su dolorosa realidad. La frustración fue grande. Por unos meses se ‘perdió’ del firmamento futbolístico porque, de alguna manera, tenía que digerir el durísimo golpe. Y es que, por el fútbol, había sacrificado muchas cosas: la familia, el estudio y algunas oportunidades laborales.Ya en casa de tiempo completo, con el apoyo de sus cuatro hermanos y con los consejos de su mamá, Amparo Campo, y de su papá, Carlos Eduardo, Ricardo ordenó sus ideas y empezó a analizar otras opciones para continuar con su vida normal.Lo primero que pasaba por su cabeza, seguir metido en el fútbol así fuera en alguna escuela de formación, no parecía fácil. Y más, cuando una de las primeras opciones laborales se la dio la Universidad Esap, atendiendo detrás de una oficina que no era lo que precisamente había soñado de chico.La esperanza regresó cuando, con el paso del tiempo, se hizo cargo de un equipo de fútbol de la Esap. Era la oportunidad que necesitaba para volver a lo suyo y sentir nuevamente la emoción que le producía su deporte favorito.Pero, una propuesta inesperada, que muchos de sus amigos vieron con recelo y otros la tomaron como una burla, terminó marcándole el camino a Ricardo Rozo.Le entregaron un equipo de fútbol femenino que se llamaba Club Vida. Era el año 2000 y aunque sus allegados lo criticaron por haber aceptado semejante propuesta, Ricardo dio el paso al frente y se metió de lleno en el fútbol de mujeres.Cinco años después asumió la dirección técnica de la Selección Bogotá, logrando varios títulos nacionales. Y este año dio el máximo salto al llegar a la selección colombiana con los resultados ya conocidos.Fueron precisamente las muchachas, con la reciente clasificación al Mundial de Alemania y a los Olímpicos de Londres, las que le hicieron olvidar la frustración que llevaba por dentro.“Ya me saqué el dolor por no haber debutado en el fútbol profesional; las niñas me dieron una gran alegría, esa frustración ya no está en mí”, dice.Su otra pasiónRozo, a sus 40 años, es un afiebrado por la música religiosa. De hecho, cuando no está dirigiendo, visita frecuentemente la Casa de Oración del barrio Santa Isabel, de Bogotá.Ir a los centros comerciales con sus sobrinos y con su novia Alba Maritza es otro de sus paseos preferidos en la capital.Cuando está con la Selección traza unas líneas de respeto entre el cuerpo técnico y sus dirigidas, para evitar malentendidos.Sus jugadoras reconocen en él a una persona muy seria, que mantiene en su habitación leyendo la biblia, que comparte la palabra de Dios con sus dirigidas, y que cuando la ocasión lo permite, ríe, juega y hace chanzas con las seleccionadas.No es costumbre verlo de mal humor porque, como él mismo dice, “con las muchachas hay que tener más paciencia”. Sin embargo, en un partido contra Chile, en la reciente Copa América de Ecuador, se le pudo ver muy disgustado porque las cosas no salían como las había planeado.La última vez que lloró también fue en el mismo torneo. Lo hizo de alegría después del triunfo sobre Argentina que aseguró la clasificación al Mundial y a los olímpicos. Un par de días antes había pasado su trago más amargo con la goleada 5-0 sufrida a manos de Brasil. “El profe estaba apenado y avergonzado con el país, decía que podíamos perder de otra forma, pero menos de esa manera tan humillante”, recuerda Carolina Arias, una de sus jugadoras.Hoy, Ricardo Rozo vive tranquilo, consciente de que la decisión que tomó en el 2000 y que produjo burlas en algunos de sus amigos, inclinarse por el fútbol femenino, fue la mejor.Ya no tiene deudas deportivas pendientes. Con la clasificación al Mundial de Alemania y a los Olímpicos de Londres pudo cerrar la profunda herida que traía desde los 90 y que lo atormentó tanto como la goleada que recibió de Brasil.

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