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Antonio Ungar, escritor colombiano.

LITERATURA COLOMBIANA

Una mujer a la deriva por el Orinoco, Antonio Ungar habla de su novela 'Eva y las fieras'

En ‘Eva y las fieras’, el escritor Antonio Ungar aborda la violencia rural de los años 90, desde la perspectiva de una mujer que intenta rehacer su vida entre los fuegos enemigos del paramilitarismo, el narcotráfico, la minería ilegal, el ejército y la guerrilla. Gaceta habló con el autor.

22 de diciembre de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

A la deriva, en una canoa por el río Orinoco, herida en su hombro izquierdo, una enfermera llamada Eva se desangra, y en el duermevela de su agonía recuerda los sucesos que la llevaron hasta allí, a ese puerto perdido en el extremo oriental de Colombia. Siente que está muriendo, pero es más fuerte de lo que cree. Esta escena inicial es la gran digresión sobre la que se estructura ‘Eva y las fieras’, la nueva novela de Antonio Ungar, donde el escritor colombiano, reconocido por ficciones más puras y con temas internacionales como ‘Tres ataúdes blancos’ (2021) y ‘Mírame’ (2018), por primera vez incursiona directamente en una historia —basada en hechos reales— sobre el conflicto violento de su país.

Puerto Inírida, en medio de las selvas del Orinoco colombiano, es el escenario de la historia de Eva, quien huyendo de sus excesos citadinos, llega con su pequeña hija Abril, para empezar de nuevo y no preocuparse más por el pasado. Sin embargo, como comprueba rápidamente la protagonista, en Colombia no se puede huir de Colombia, los lugares más apartados no están libres de desgracias —simplemente no son noticia para el resto del país—, pero es allí donde habitan las fieras que en las ciudades quieren ignorar. Entonces, como en un jardín del Edén maldito, lo primero que encuentra Eva es un nuevo amor, encarnado en el Gordo Ochoa un personaje grotesco y a la vez carismático que no desfallece hasta enamorar a la indescifrable mujer. Ochoa es un hombre que carga la historia de casi todas las violencias de Colombia, víctima y victimario que, no obstante, ha mantenido algún nivel de humanidad a pesar trabajar para narcotraficantes de la zona, manteniendo un delicado equilibro con paramilitares y guerrilleros, sin caer en la absoluta barbarie. Esa amor inesperado hace que Ochoa busque la manera de abandonar sus negocios en la zona, para huir por segunda vez, ahora con Eva y Abril a un verdadero paraíso donde nadie los encuentre. Pero las fieras, que no aceptan desertores, se desatan con toda la saña sobre la pequeña familia.

Como en ‘La vorágine’ de José Eustasio Rivera, en ‘Eva y las fieras’ se manifiesta un terror capaz de devorar a sus víctimas, pero en esta novela la selva no es la culpable, son las fieras humanas que allí merodean. Al mismo tiempo que Antonio Ungar describe ese "corazón de las tinieblas", logra evidenciar a través del Gordo Ochoa —que se gana el amor de Eva sin ocultar su oscura forma de vida—, la ambigua relación de los colombianos con la violencia, un aspecto de la cultura y la moral que muchas veces hace imposible juzgar y determinar quién es o no culpable de nuestra desgracia. En suma, se trata de una novela con resonancias bíblicas, donde se percibe una maldad más cercana al poder estatal que a los pueblos que somete.

Durante una visita que el escritor radicado en Berlín (Alemania), hizo a Bogotá, su ciudad natal, conversó con Gaceta acerca de esta novela, que según proyecta será la primera parte de una trilogía sobre la violencia colombiana en todos los niveles sociales, los más bajos y conocidos, como los más altos que hacen todo lo posible por ocultar sus vínculos y responsabilidades.

—¿Por qué decidió escribir una novela basada en hechos reales?

Entre 1998 y 1999 viví en Puerto Inírida, haciendo trabajo social y como parte de mis estudios en arquitectura, conociendo la construcción de las viviendas indígenas, en esa época ocurrieron hechos como los que narro en la novela. Desde entonces guardé unas notas con la intención de contar parte de esa historia. Empecé primero a hacerlo en forma de crónica, pero no hallé una manera que me convenciera. Después las guardé en el cajón donde tengo notas para futuros textos, y ahora, con la caída del Proceso de Paz, caída en el sentido de que se firmó el Acuerdo pero no se ha cumplido nada, y con la vuelta de una violencia parecida a la de esos años, sentí que era el momento indicado para volver a esa historia y buscar la forma de contarla.

—¿Cómo descubrió la historia real de Eva?

Los personajes de la novela me los invento a partir de personas reales que conocí en la selva, gente que como Eva tenían posibilidades de vivir en la ciudad, ejerciendo una profesión, pero que por motivos existenciales deciden irse a la selva buscando otro destino. Los hechos de orden público también son reales, los viví allí, recuerdo una toma de las Farc en Puerto Inírida y el bombardeo posterior del ejército, así como la minería ilegal por los rumores de que en el río había mucho oro.

—¿Cómo fue el giro de escribir ficciones puras a una ficción que representa la realidad concreta del conflicto colombiano?

Creo que todas las historias tienen su forma de contarse y cada proyecto mío es muy distinto al anterior, es un reto que me impongo y resulta más interesante que escribir siempre con un mismo estilo. Después de ‘Mírame’ que es una historia que pasa en Francia y no tiene relación directa con Colombia, ya tenía pensado escribir algo sobre Colombia basándome en los apuntes que te mencioné, además viendo cómo la convivencia se está deteriorando en el país, me pareció importante recordar cómo era la guerra antes de los Acuerdos de Paz.

—¿Cuáles fueron los retos a nivel narrativo que se impuso para escribir esta novela?

Esa estructura de Eva desangrándose en la barca me permitió que el lector mantenga la inquietud por saber si sobrevive o no, y en la medida que sigue esa narración paralela de Eva a la deriva, esto me deja contar por otro lado ya cronológicamente la vida de Eva, qué vivió en la ciudad y cómo llegó a Puerto Inírida. Son dos capas narrativas, donde una jala a la otra, dándole un ritmo más intenso.

—Me recordó un poco al cuento ‘A la deriva’ de Horacio Quiroga…

Yo leí a Quiroga hace mucho tiempo, creo que debo leer otra vez ese cuento.

—El nombre del personaje, así como el escenario, aluden a la historia del Génesis, ¿por qué se interesó en establecer esta asociación con el mito bíblico?

Las fieras son una metáfora de los actores de la violencia, y también son las fieras reales, que intentan devorar a Eva, porque cuando uno llega de la ciudad a la selva se percata que el animal más frágil de todos es el humano, que no está preparado en absoluto para sobrevivir en esas condiciones. Los indígenas conocen perfectamente la selva y por eso sobreviven, pero Eva que conoce perfectamente la ciudad se pierde en este lugar.

—¿Podría profundizar en esa necesidad que tuvo de escribir esta historia ante el fracaso de la implementación de los Acuerdo de Paz?

Tenemos muy mala memoria en Colombia, tendemos a olvidar pronto y no reflexionar. Y creo que uno de los deberes —aunque esta palabra es muy grande— de los escritores es observar la realidad, contarla y criticar cómo funciona esa realidad. A mí no me interesa hacer una crítica directa, en mis novelas los personajes no hablan sobre la guerra o la violencia, sino que las acciones crean una consciencia de esa realidad. En este momento tan difícil del país, después del estallido social y todos los inconvenientes del Proceso de Paz, es como un deber contar lo que sucede, para que el país se observe a sí mismo.

—Tengo entendido que esta novela hará parte de una trilogía…

Mi idea es que ‘Eva y las fieras’ sea la primera parte de una trilogía, en esta se muestran a los actores de la guerra, narcos, guerrillas, paramilitares. En la segunda parte hablaré de los actores legales, porque todo el mundo dice: “Uy, qué horror son los paramilitares”, pero pocos piensan quiénes los financiaron, que son la mafia por un lado, que conocemos algo, y por otro lado, las empresas legales, negocios de palma, petróleo y carbón, entre otros, pagaron a los paramilitares. Allí trataré de mostrar todo el entramado de la violencia con los negocios legales, y la tercera parte se la dedicaré a los políticos, no solo de la extrema derecha, también de los políticos tradicionales que, cuando no los han patrocinado, mantienen un conveniente estado de violencia para perpetuar sus privilegios y el desamparo en que viven los colombianos.

—¿Cuál es el aporte de estas novelas sobre el conflicto, comparado con lo que hace el periodismo?

La literatura a diferencia del periodismo puede entrar en la cabeza de los personajes, contar sus intimidades, su psicología, que nunca son noticia. Las crónicas por más literarias que sean tienen una necesidad de informar, la literatura no necesariamente informa, sino que describe y presenta situaciones que revelan a profundidad esos personajes. A mí me parece que, gracias a García Márquez, la gente se interesa más por lo hechos de las bananeras en el Caribe, que por los mismos historiadores. Porque contó de una forma más contundente y humana esos hechos.

—Eso para los lectores colombianos, pero su obra también es leída en España y toda Latinoamérica, ¿cómo considera que esta novela los ayudará a comprender nuestro país?

No creo que el arte deba maquillar la realidad, entonces esta novela puede ayudar a la comprensión de Colombia en ese sentido, nuestro país es como es, y entre mejor lo entendamos tenemos más oportunidades de cambiarlo en lo que está mal, para encontrar caminos para convivencia y la igualdad que necesitamos. Y la mejor forma es contando la verdad, sin tratar de dar lecciones morales, ni esconder nuestros errores a los demás. Así como a mí me interesa la historia de otros países, en América Latina como Brasil y Argentina, y encuentro en los escritores sus verdades más sinceras, que me permiten entender sus realidades, igualmente espero que me lean, porque si no uno termina haciendo propaganda o marketing.

—A propósito, ¿qué opina usted de la denominada ‘literatura neutral’, concepto usado por el embajador colombiano en España y que causó polémica entre los escritores?

Es absurdo, no solo una demostración de la actitud de censura y silenciamiento de las opiniones contrarias, sino de la ignorancia más absoluta de este gobierno. Creyeron que convocando a, en su opinión, ‘escritores neutros’ iban a lograr algo, pero la neutralidad en la literatura no existe, por definición somos subjetivos. Por otro lado, el tiro les salió por la culata, porque la lista que armaron, creyendo que era neutral, pues no todos estuvieron de acuerdo y algunos se negaron a participar. En general esto resultó ser una vergüenza en la Feria del Libro de Madrid, tenían tanto miedo de referirse al conflicto colombiano y a la situación del país que los stands de Colombia solo tenían unas cuantas ediciones universitarias muy bien escogidas para que no generaran una crítica al gobierno, así como libros decorativos y artesanías, incluso habían pintado libros en las paredes, pero los libros que deberían ser protagonistas, en realidad no habían.

—¿Cómo construyó el personaje de Ochoa, que viniendo de la ilegalidad resulta a la vez grotesco y conmovedor?

Creo que en la realidad colombiana hay muchos personajes así, en Colombia vivimos con la misma intensidad con que se mata, y eso es algo no acabamos de entender y escritores como yo estamos intentando dar cuenta de ello. Cuando trabajé en una red de talleres de escritura por todo el país, me encontré con mucha gente metida en lo ilegal, digamos muy peligrosa, y que al mismo tiempo son de una simpatía desbordante, entrañables y cálidos, pero cuando llega el momento de jugar a la guerra, saben muy bien cómo actuar. Entonces, Ochoa está basado en la realidad. Pero, de alguna manera, este también es un personaje que ha sobrevivido a las condiciones más adversas, no es un ideólogo de ningún grupo criminal, sino que ha sabido navegar en esas aguas tan turbias de la guerra en Colombia, sobreviviendo con actividades ilegales menores, pero no es el movilizador de esos males como son el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares. Ochoa es un personaje con esa contradicción que hay en muchos colombianos que yo he conocido y trato de comprender, porque siento que en ellos hay parte de la nuestra verdad más profunda.

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