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El periodista Simón Posada describe el recorrido de un símbolo de la riqueza y la miseria en Colombia, el Poporo Quimbaya, y a través de este objeto logra perfilar nuestra compleja identidad histórica. Así es ‘La tierra de los tesoros tristes’. | Foto: Foto: Sebastián Jaramillo

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Simón Posada habla de 'La tierra de los tesoros tristes', libro que presentará en la FIL Cali

El periodista Simón Posada presentará mañana su más reciente libro de no ficción en la FIL Cali.

22 de octubre de 2022 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País

El último día de la Feria Internacional del Libro de Cali (FIL Cali 2022), contará con la participación del periodista Simón Posada, reconocido cronista y guionista, quien llega para presentar su más reciente libro de no ficción ‘La tierra de los tesoros tristes’, un viaje histórico y periodístico, desde las culturas precolombinas, la colonia, hasta la llegada del primer automóvil y el auge del narcotráfico, demostrando cómo la ambición por el oro y la coca han condenado nuestro país a más de 100 años de soledad.

Antes de la conversación sobre su libro, que tendrá con Juan David Gómez, mañana a las 2:00 p.m., en el Auditorio El País del recinto ferial; el periodista habló de por qué pareciera que el oro y la coca son tesoros malditos, y de cómo encontró un objeto que reúne a ambos.

—En su libro el Poporo Quimbaya es como un símbolo de la obsesión y la perdición por la riqueza que define la historia de Colombia…

Me sirvió de pretexto para contar un poco de cosas de nuestra historia. Es un objeto muy diciente desde esa perspectiva de la ambición del oro y de la riqueza, y de cómo luego se transformó en esto que es el narcotráfico y a partir de la coca, nuestra identidad está ahí como resumida.

—¿Y cómo encontró esa relación de historia e identidad en un mismo objeto?

Esa no fue la intención, al principio. En 2011 cuando era editor de libros, aunque desde 2005 he sido periodista, trabajé con un jefe de edición peruano que se llama Sergio Vilela. Él acababa de publicar en Perú un libro sobre la historia real de Machu Picchu. Fue como en 1919 cuando dicen que descubrieron la ciudad inca, que fue un gringo, pero resulta que para los peruanos ya era conocida, entonces no fue ningún descubrimiento. De hecho, Machu Picchu tenía dueño, era de una familia ahí, unos ricos de Cusco. De eso hablaba su libro. Me quedé con esa perspectiva crítica de la historia, y luego, un día fui al Museo del Oro como en busca de algo más. Entonces, una guía me empezó a contar la historia del Poporo, ¿y quién era el dueño? Me habló de este tipo, un antioqueño llamado Coroliano Amador, que seguramente se lo había comprado a un huaquero, y es la hija de él quien termina por venderle el poporo al Banco de la República. Yo me dije, esto es una buena historia, y desde ese momento empecé a investigar sobre Coroliano, pero para un libro no me daba tanto, así que investigué qué son los poporos en las culturas, objetos ancestrales. Y llega un momento, cuando me dije encontré algo muy bueno, porque en este objeto confluyen la coca y el oro, que son nuestras grandes riquezas, pero a la vez nuestras grandes maldiciones.

—Finalmente, el Poporo Quimbaya es como una metáfora.

Es la metáfora unificante, la idea que une todos los capítulos, creando una tensión entre la coca y el oro que me permitió escribir este libro, que me esforcé por hacerlo cortico.

—¿Por qué la brevedad?

En mi oficio periodístico soy un poco famoso porque me gusta mucho capar, es decir, cortar. A mí me llamaban en el periódico para cortar textos que entraran en la página, me encanta hacer eso, que me parece es el mejor ejercicio de edición. Tratar de decir las cosas de la manera más sucinta y más cortita, es que a veces la gente cuando va a escribir largo echa mucha carreta. Siempre tengo encendido mi detector de carreta para no alargarme mucho, y además quería hacer un libro sencillo, porque lo otro es que yo no quería escribir un libro de arqueología. En ese sentido siento que la academia ha fallado mucho en explicar estos temas, porque digamos la verdad, la tensión del oro y la coca realmente no es una idea muy nueva, o sea, hay muchos autores que ya han tocado ese lado. Pero por estar en la academia, su lenguaje es alejado de la gran masa de lectores, y básicamente mientras escribí mi libro pensaba que ojalá pudiera ser leído en los colegios, pero sin ser infantil. También necesito y quiero a los lectores adultos, claro, pero el objetivo fue escribir un libro ligero con un tema denso.

—Además de historia, en su libro profundiza en la cultura indígena…

Todo esto ha sido estudiado por los académicos pero no lo han sabido comunicar por estar metidos en la academia y estar publicando medios muy cerrados dentro de universidades, además de usar un lenguaje inabordable para el público en general. Para mí uno de los aspectos más importantes en la investigación de este libro, fue cómo diablos las culturas precolombinas aprendieron el arte de la orfebrería, porque los conocimientos que desarrollaron para hacer el poporo o para hacer la balsa muisca, son de un nivel altísimo. Es que para hacer la balsa muisca tuvieron que crear un molde y verter oro de tal manera, y a una temperatura y a una velocidad tal que permeara todo el molde sin dejar un solo reducto sin llenar; en un solo tiro. La tipa o tipo que hacían eso, sin laboratorio, sin soplete, sin gasolina, sin gases, eran unos artesanos muy hábiles y con técnicas avanzadas. Todo a punta de pulmón, porque lo hacían con un tubo, soplar las llamas del crisol para derretir el oro y después verterlo ahí, en una figura que primero tuvieron que haber hecho en arcilla mezclada con ceniza y cubrirla con cera de abejas. Imagínese a esta gente montada en un palo cogiendo un panal de abejas para sacarle la cera y cubrir esta vaina. Para después cubrirla en barro, para abrirle unos huecos a ese molde, empezar a soplar el crisol, o sea, es un trabajo y unos conocimientos muy bárbaros. Además, se cree que el brillo de ciertas piezas solo podía lograrse usando ciertas plantas.

Me pregunto, ¿cómo estos tipos descubrieron que esa planta, y que esa planta mezclada con otra y con otra y con otra, cocinada a tal temperatura permitía darle brillo? Es una cosa que yo no alcanzo a entender, y que tampoco los científicos han podido comprender. Quería poner una lupa sobre ese aspecto que me interesaba mucho.

—La ritualidad de la coca es un aspecto central de su libro, ¿cómo evolucionó la simbología de esta planta a lo largo de nuestra historia?

Un aspecto clave que me interesó investigar es cómo la coca fue fundamental para que nos saquearan. Cómo los españoles se dieron cuenta de que sin esta planta los indígenas no podían trabajar y aguantar las horas en una mina. Y así idearon que lo mejor era pagarles con coca, de la misma riqueza de nuestra tierra, la coca, les pagaban a ellos para sacar la riqueza, todo en un círculo vicioso. Esto lo relacione con la misma lógica del coronel Aureliano Buendía haciendo pescaditos de oro con las mismas monedas de oro que le pagaban por los pescaditos, por eso seleccioné esa parte del libro de García Márquez como epígrafe. Un sinfín de trabajo, mientras más pescados vendía más tenía que trabajar, me parece que es una imagen muy diciente de lo que ha pasado este continente tan increíblemente rico.

Otra de mis intenciones es hacerle un poco de justicia a esa planta tan maravillosa que es la coca, y que es totalmente incomprendida. Mostrar que fue por cuenta del aislamiento que le hicieron en un laboratorio en Europa, que se descubrió la cocaína y pues ahí nos fuimos para la mierda un poco, entonces quise aclarar cuál es su verdadero estatus que es diferente al gran poder de la coca como planta.

—En el libro también se evidencia la relación cultural que hay entre el conquistador español y la barbarie que generó por la búsqueda del oro en América, con lo que es hoy en día la figura del narco en Colombia y otros países, ¿considera que existe un arquetipo común al bárbaro enceguecido de ambición que destruye todo su entorno?

El español llegaba aquí en busca de riquezas, como hoy el gringo viene a buscar riqueza. Como esas carabelas que antes venían por tesoros, ahora son avionetas que se la llevan, que se van cargadas de kilos, ¿no? Allí también está la idea de la guaca, de cómo la guaca antes se hacía en busca de entierros de indios para sacar oro, y ahora la guaca es en las ciudades viendo a ver quién, dónde está la caleta de dólares de Chupeta, dónde está la caleta con lingotes de oro de este otro narco.

Imagínese la guaca de las FARC que descubrieron los soldados, perdidos en la selva y encuentran en esas canecas cantidad de millones de dólares. Seguimos siendo un país de tesoros enterrados y de riquezas enterradas, y que en cualquier momento aparece una vaina que nadie se imaginó. Es algo muy loco, y en el libro muestro cómo antes y hoy todos terminan siendo lo mismo.

De hecho hago una comparación un poco atrevida entre Coriolano Amador y Pablo Escobar. Aunque Amador nunca cometió un crimen como tal, era un empresario, con una visión totalmente ambiciosa que además termina metido en un montón de pleitos y de especulación, porque el tipo prestaba y se endeudaba y para hacer crecer sus empresas y generaban plata, pero mientras más crecía su fortuna más se endeudaba, como el coronel Aureliano Buendía. Y algo similar pasó con Escobar y su locura de poder. En Medellín no he conocido fiestas más grandes que las de Coriolano Amador y las de Pablo Escobar, pero Escobar termina devorándose a sí mismos en su guerra contra el Estado financiada por la droga. Uno sabe que en medio de esa guerra deja de ocuparse de sus negocios y lo que empieza a hacer es empezar a cobrar por las rutas a todos los otros narcos hasta que ya se empiezan a cansar de él, y los Rodríguez y todos se empiezan a voltear, entre otros muchos actores. Y eso la ambición, creo yo, que termina mordiéndose la cola y devorando a estos hombres y con grandes emprendimientos, legales o ilegales, y con grandes fortunas.

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