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El periodista Simón Posada describe el recorrido de un símbolo de la riqueza y la miseria en Colombia, el Poporo Quimbaya, y a través de este objeto logra perfilar nuestra compleja identidad histórica. Así es ‘La tierra de los tesoros tristes’. | Foto: Foto: Sebastián Jaramillo

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Símbolo del desmoronamiento, así es 'La tierra de los tesoros tristes', el libro de Simón Posada

El periodista Simón Posada describe el recorrido de un símbolo de la riqueza y la miseria en Colombia, el Poporo Quimbaya, y a través de este objeto logra perfilar nuestra compleja identidad histórica. Así es ‘La tierra de los tesoros tristes’.

9 de octubre de 2022 Por: &nbsp;Santiago Díaz Benavides, especial para Gaceta<br>

Un país como el nuestro solo podría encontrar redención a través del resarcimiento general, de una compensación por el millar de eventos trágicos que han sacudido a nuestras gentes en toda su historia, porque en el corazón de esas gentes, justamente, yacen las claves para entender lo que somos, tanto lo bueno como lo malo.

Algo de eso es lo que, quizá, intentó entender el periodista Simón Posada con su nuevo libro, una investigación en la que reconstruye fragmentos de la historia sobre lo que somos, lo que éramos desde mucho antes de que llegaran los españoles a estas tierras, y se pregunta constantemente por la clase de país que es Colombia.

En ‘La tierra de los tesoros tristes’, Posada presenta un recorrido, a través del relato poco interiorizado de las riquezas de un país que fueron aprovechadas de la manera incorrecta, en la historia de Colombia, desde antes del llamado Descubrimiento de América, hasta nuestros días.

En el libro se aborda la forma en que dos de los recursos más ricos de la nación, pero también por los que más se ha sufrido, que eran venerados por los indígenas como regalos de los dioses, han sido usados de la manera más ruin, aún en pleno siglo XXI, desatando la codicia de los poderosos y el dolor de todo un pueblo.

Posada nos lleva a ese tiempo en el que “la coca no era cocaína, sino una planta sagrada, y el oro no era una moneda de cambio ni una forma de acumular riqueza”, cuando rara vez los que descubrían alguna tumba indígena o la planta en pleno campo, se preguntaban por su verdadero valor, su historia y su significado.

Reza la contraportada del libro: “Por la maldición del oro y la coca pasan los hombres que vaciaron con totumas y explosivos las lagunas de Siecha y Guatavita por el espejismo del mito de El Dorado; los españoles que entendieron que sin la coca los indios no podrían llenar las arcas de oro del imperio; los guaqueros y cazadores de tesoros que perseguían luces fantasmales en las montañas para hallar las tumbas; los falsificadores de cerámicas indígenas que estafaron a los grandes museos del mundo; los millonarios colombianos del siglo XIX, coleccionistas de rarezas, que trajeron los primeros automóviles al país, que se salvaron de morir en el Titanic y que hacían fiestas con fuentes llenas de champaña en los días en que llegar a Europa era una travesía de semanas en mula y barco”.

El objeto escogido por el autor, en el que converge esta historia de oro y coca, de riqueza y maldiciones, y del que el lector aprenderá tanto con el correr de las páginas, es el Poporo Quimbaya.

“Desde que fue desenterrado”, escribe Posada, “el Tesoro Quimbaya pasó de mano en mano por ciudades como Pereira, Manizales y Bogotá; fue vendido una y otra vez por especuladores; se convirtió en el regalo más inútil y desproporcionado que haya dado Colombia, e, incluso, sobrevivió a los ataques de los mismísimos aviones alemanes que acabaron con la ciudad de Guernica (…) En una caja de madera, las 122 piezas que sobrevivieron al saqueo del Tesoro Quimbaya, viajaron a Madrid, Valencia, Barcelona, Gerona y Ginebra, junto con 371 cuadros del Museo del Prado y la vajilla de ágata, jaspe, jade y otras piedras preciosas que conforman el Tesoro del Delfín”.

A lo largo de 126 páginas, pues no se cuentan las que ocupan aquellas que señalan las referencias consultadas y citadas dentro del libro, el autor profundiza en ese camino más que turbulento que recorrió el Poporo, aquella pieza de la que tanto se ha hablado, pero de la que se conoce tan poco, al tiempo que retorna a la época de la conquista y evalúa la forma en que la hoja de coca pasó de ser esa planta venerada a una simple “mata que mata”.

Mientras el recorrido nos revela una infinidad de datos poco conocidos, el virtuosismo de Posada como cronista se funde con la de este narrador cuasi historiador y nos presenta las vidas de un par de personajes que por sí mismos habrían bastado para el libro entero: Coriolano Amador y Leocadio María Arango. Ambos los culpables, y también los aventurados responsables, de que hoy el Poporo pueda ser admirado por todos.

Coriolano y Leocadio fueron dos de los hombres más ricos y excéntricos de Colombia durante el siglo XIX. Nacidos apenas con cuatro años de diferencia, Leocadio nació en 1831, y Coriolano, en 1835. Murieron, también, con muy poco tiempo de diferencia, exactamente un año. El primero en 1918, y el segundo en 1919.

Ambos, descendientes de una larga estirpe de mineros, ganaderos y comerciantes, con raíces en el saqueo y el genocidio cometido durante la Conquista, y ambos, curiosamente, atraídos por el oro y el coleccionismo de artículos precolombinos, fueron capitales para la historia que en el libro se cuenta. Sin ellos el resto no importa mucho, o no adquiere la misma relevancia. En últimas, si bien el libro tiene como tema la maldición del oro y la coca, la importancia del Poporo Quimbaya, son estos dos tipos los personajes centrales. Quítenlos de en medio y el trabajo de Posada solo sería un asunto de referencia. Es en los pasajes donde aparecen que el lector genera mayor conexión. Los dos fulanos que fácilmente podrían ser los protagonistas de una novela sobre la fiebre del oro y la ostentosidad del buen señor “don dinero”.

Las reflexiones a las que llega Posada, y las certezas que surgen a raíz de la investigación que emprendió para escribir este libro, nos dejan pensar que “quizá, si el Poporo [se hubiera quedado enterrado], Colombia no sería un país de extremos, condenado a la genialidad y la miseria, a la riqueza y a la pobreza extremas, a la destrucción de sus ríos y sus bosques por culpa de la fiebre del oro y de la coca”. Y puede que sí, pero no lo sabremos nunca.

“Este libro no es más que el intento por contar una historia de Colombia desde un objeto maravilloso, que en muchas ocasiones ha sido usado como símbolo del país, pero que pocos conocen: estuvo por años en el reverso de la moneda de 20 pesos; réplicas de este se han regalado a papas, gobernantes extranjeros y visitantes ilustres; su figura emblemática ha sido motivo de tatuajes, trofeos en competencias deportivas y souvenirs para turistas”, escribe Posada. “Su exposición ha sido tan masiva que su significado, su uso y su historia se han difuminado, como ocurrió con otros símbolos del país: el cóndor de nuestro escudo está en peligro de extinción, y los dos barcos en los dos océanos están separados por el canal que perdimos. Y no hablemos del significado de los colores de nuestra bandera. La frase ‘aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo’ es tan obvia como natural para esta historia. Es el círculo vicioso del oro, como el del coronel Aureliano Buendía, quien no se enteró de que al fabricar pescaditos con el oro de las monedas que recibía por su venta tendría que trabajar cada vez más a medida que más vendía”.

El acierto del autor yace en haberse fijado en aquello que nadie más había reparado, o si ocurrió, a nadie se le pasó por la cabeza escribir un libro. Posada lo hace, y de manera atinada. Por momentos, la cantidad masiva de datos suele dispersar al lector, pero casi de inmediato, con una voz que guía y orienta y explica, el periodista recupera la atención y sigue adelante con su historia, una que da cuenta de este Poporo que parece ser el símbolo de lo que se salvó alguna vez, de los tesoros tristes de una nación que se desmorona con los años, pero aun así consigue hacerle frente a su devenir.

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