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La nueva novela de Roberto Rubiano Vargas es una inmersión en el mundo caótico de corruptos y criminales, vistos desde la perspectiva de un personaje que, ante todo, ama el orden. Así es ‘Banzai’, una narración desafiante y profunda sobre cómo en cualquier momento, la violencia toca a la puerta del más inocente. | Foto: Imagen: Especial para Gaceta

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Roberto Rubiano Vargas publica 'Banzai', una novela que retrata la violencia y la corrupción

La nueva novela de Roberto Rubiano Vargas es una inmersión en el mundo caótico de corruptos y criminales, vistos desde la perspectiva de un personaje que, ante todo, ama el orden. Así es ‘Banzai’, una narración desafiante y profunda sobre cómo en cualquier momento, la violencia toca a la puerta del más inocente.

4 de noviembre de 2021 Por: &nbsp;Julian Acosta Riveros, especial para Gaceta<br>

“Pensó en la teoría del caos que alguna vez había ocupado sus pensamientos. Pequeñas decisiones pueden tener un enorme impacto en el futuro o en la lejanía. Se daba cuenta de que eso sucedía en ese momento. Las decisiones que había tomado apenas unas semanas antes lo tenían ahora a la entrada de un pueblo desolado, en medio de campos de labranza abandonados, donde alguna vez cultivaron alimentos para la gente y hoy solo vuelan los zancudos. En ese lugar exacto Manuel descubre que vale más muerto que vivo” (p. 90).

Termina el día y le contamos a alguien (madre, padre, hermano, amigo, pareja) cómo estuvo nuestro día. Ordenamos una serie de casualidades y hechos fortuitos en un relato que le otorga un sentido a ese día. Incluso, a veces, también exaltamos no una serie de hechos, sino un evento particular en que nos jugamos la semana, el mes o, incluso, la vida.

Esto le sucede a Manuel Antonio, un arquitecto que lleva muchos años sin vivir en Colombia. Tras un breve periodo de desempleo en una de las tantas crisis que golpeó a España, lo contacta una constructora californiana que tiene negocios en América Latina. Para el momento en que inicia ‘Banzai’, el protagonista viaja con su novia en una caravana por una carretera olvidada de Colombia; su comitiva sufre un ataque del que se escapa gracias al guardaespaldas que la compañía de seguros gringa le ha puesto. Así, esos tres personajes (Manuel, Mireia y el escolta) inician una huida en la que buscan frenéticamente una forma de comunicarse con alguien que pueda rescatarlos, a la vez que Manuel repasa los hechos que se han desarrollado en España, Estados Unidos y Colombia, y que lo han llevado hasta allí.

Como arquitecto, Manuel es un obsesivo del orden: lleva un Excel para las cosas del trabajo y de su casa, no puede concebir su vida sin filas y columnas. De cierta forma, esto encarna la apuesta estética de la obra: ordenar un mundo caótico, darle sentido a un hecho tan imprevisto como sufrir un atentado. Responder a la pregunta: ¿qué nos trajo a este momento?, ¿qué decisiones propias y ajenas?

La forma de ‘Banzai’, entonces, responde también al fluir de la conciencia (si bien no se narra en primera persona): los hechos aparentemente absurdos adquieren un carácter de consecuencia de unas causas que se pueden determinar. Sin embargo, que puedan ser determinadas no significa que sean racionales: por ejemplo, el entramado de corrupción trasnacional que tienen los Kamikazes es una causa, pero la forma en que se sostienen estos ineptos hijos de corruptos y paramilitares es racionalmente incomprensible, solo se puede justificar en una violencia física y simbólica que cierta élite siempre ha ejercido contra los demás miembros de la sociedad.

La búsqueda de sentido, entonces, cruza tanto el pensamiento de Manuel como la organización del discurso del narrador: ambos quieren encontrar la secuencia exacta de decisiones y omisiones que afectan la vida de Manuel y, a través suyo, a todos los que padecen una sociedad excluyente, individualista y cómplice. Quizás esto se refleja en la fascinación de Manuel por el arte: mientras vive su desempleo, Manuel visita frecuentemente el Prado y, allí, se queda extasiado ante las pinturas; más que admirar una cierta técnica, lo que le fascina es ese intento por organizar la realidad, ya que “El arte era para él otra forma de construir cosas” (p. 38).

Este intento no solo hermana al narrador y al protagonista, sino también a nosotros con ellos, en tanto también intentamos siempre construir un relato que nos permita ordenar este caos que es vivir en Colombia, con sus mezquindades, rastacuerismo, corrupción, violencia simbólica y complicidades, acompañada de una actitud indiferente que se disfraza de un espíritu campechano. Un intento que va más allá de lo intelectual (justamente, Manuel dice de sí mismo que puede gozar de la alta cultura igual que de la cultura popular gracias a que no es un intelectual).

Pero la obra no se queda con esta idea ingenua de relato de “principio a fin”. Porque la vida tiene muchos inicios y muchos finales, tanto para nosotros como para los demás: así, está la historia de la huida de Manuel, pero también los flashbacks y, en paralelo, lo que hacen los Kamikazes para atraparlo (y, posteriormente, asesinarlo). Este caos que se inserta en la obra también se refleja en el discurso: ya no estamos ante una novela de diálogos divididos decimonónicamente, sino que estos se superponen solo separados por comas, llamando la atención de aquel lector familiarizado con Saramago.

Al final, en medio de este caos existencial, todos terminan siendo un poco kamikazes. Al final, puede que nuestras vidas se definan en momentos como esta definición de la palabra banzai que se encuentra en el ‘Camino del guerrero’: “estoy dispuesto a cambiar este momento por toda la eternidad”. Un último momento en el que podamos decir, como la voz poética del ‘Relato de Sergio Stepansky’: “Juego mi vida, cambio mi vida / de todos modos / la llevo perdida…”.

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