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En sus dos novelas, ‘Un mundo huérfano’ y ‘Estrella madre’, el escritor barranquillero Giuseppe Caputo construyó un universo poblado de personajes excéntricos y tiernos, que en medio de la carencia material de sus entornos y la indiferencia social, se refugian en la imaginación como forma de resistencia. | Foto: Foto: Felipe Vásquez

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La imaginación: una barricada contra el mundo, diálogo con el escritor Giuseppe Caputo

Una simbología original y colorida, en la que se reconocen personajes llenos de deseos y una imaginación desbordante, así es la poética de la resistencia en la obra de Giuseppe Caputo, un autor nada convencional. Diálogo con uno de los escritores invitados a la FIL Cali 2021.

17 de octubre de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

En su ensayo ‘La muralla y los libros’, Borges escribió que cuando el emperador Shih Huang Ti mandó a erigir la Gran Muralla su propósito no solo fue contener a los bárbaros, una idea más leve —que los kilómetros de roca sobre roca—, lo obsesionaba. La consistencia de la muralla respondía, en verdad, a una necesidad espiritual: “fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte”. Pero como entendió Kafka, observadas desde el otro lado, las murallas son barreras para excluir y condenar a “las tinieblas de afuera”, adonde son relegados todos aquellos raros, diferentes, indeseables, sospechosos, parias, subversivos del orden establecido, que nunca son aceptados para ingresar al reino de los privilegiados. La angustia que produce la obra de Kafka radica en el deseo nunca cumplido de sus personajes, por ser aceptados y entrar a ese orden cerrado, como esto es imposible sufren irremediablemente. Pero cabe la posibilidad de que los pobres y marginados construyan sus propias “barreras mágicas”, que podrían llamarse barricadas imaginarias, donde resguardarse y resistir las agresiones de una realidad bárbara. Y cabe la posibilidad, que dentro de esas barricadas imaginarias construyan nuevas identidades y logren ser felices por fuera del mundo que los rechazó.

Dentro de esta última categoría de “barricadas imaginarias” se podrían ubicar las novelas ‘Un mundo huérfano’ (2016) y ‘Estrella madre’ (2020), del escritor colombiano Giuseppe Caputo (Barranquilla, 1982). Aunque sus personajes, en un principio comparten la angustia kafkiana derivada de la orfandad que padecen, su reacción es completamente diferente: nunca son sumisos a ese destino, por el contrario, ayudados de una imaginación superdotada, pueblan su pobreza con imágenes, historias y sucesos cotidianos elevados a la condición de milagros. Y aunque no hay una crítica social abierta en su narrativa, es claro que sus personajes viven en una sociedad desigual, que es la sociedad quien realmente los abandonó.

En ‘Un mundo huérfano’, un niño y su padre sobreviven en una casa vacía, lejos de la ciudad, pero a orillas del mar, donde van reinventando su historia a través de los dibujos que hacen en las paredes blanca. Y entre esa escasez casi edénica, el niño crece feliz, asimilando hechos de la realidad siempre desde una perspectiva original, puesto que en su mundo no existe el prejuicio.

En ‘Estrella madre’, un hombre cuenta su eterna espera mientras regresa su madre, a quien compara con el astro rey: “Mi madre y la estrella se confundieron: en mi cara, revueltos, quedaron el llanto y la luz. Mi madre fue el sol y el sol fue mi madre. Y entonces fue como si arriba, en el cielo, mi madre llorara; como si abajo, en la cama, el sol me diera calor. Desde ese día, llamo al sol madre sol, o estrella madre. En cada amanecer, brillante desde el cielo, ella vuelve a decirme: ‘Aquí estoy’, llorando en rayos. Pero mi madre no está conmigo. Ha pasado tiempo desde que se fue. Me dijo que iba a volver, por eso la he estado esperando”.

Giuseppe Caputo estará en Cali el próximo sábado 30 de octubre, a las 7:15 p.m., en el Auditorio Changó del Bulevar del Río, presentando su novela ‘Estrella madre’ en la Feria Internacional del Libro de Cali.

Pero esa espera, donde se confunde la edad del narrador y también los días que pasan, podría resultar desesperanzadora, como sucede a los personajes de ‘Esperando a Godot’. No obstante, para este niño que pide dinero prestado para que su madre no sienta vergüenza, o lo que es igual, este hombre que juega con viejos muñecos descabezados sobre su cama, la espera en un edificio desvencijado, junto a sus amigas Luz Bella y Madrecita, así como algunos amantes esporádicos, entre ellos un obrero de construcción apodado La Guacamaya, poco a poco se va transformando en una enternecedora convivencia mantenida entre la carencia de dinero, comida y futuro. Una carencia material y un espacio contaminado —como el barrio sucio con un río de aguas negras que describe el narrador—, que en compensación engendran un universo colorido y rico: donde es posible que la madre obre el milagro de la multiplicación de la carne —para que rinda— y nombrar a su cocina “tierra de milagros”, donde existen santos inconcebibles como ‘Santa Volqueta’, vírgenes eternamente embarazadas que adoptan con igual cariño a personas y objetos, y románticos obreros de una construcción inconclusa que viven idilios en el “andamio del amor”.

En esta barricada imaginaria, construida con la poesía vital de sus personajes, lo que Giuseppe Caputo logra reflejar, más allá de esa desigualdad latente que jamás se menciona en sus novelas, es la enorme importancia que tiene la imaginación en la supervivencia cotidiana de las personas, porque a través de ella renuevan sus lazos afectivos y crean universos íntimos, incluso en las peores condiciones —como una medida de urgencia apremiante—, impidiendo que sus existencias sean invadidas por el absurdo, el vacío y sin sentido de una realidad cada vez más deshumanizada y bajo control. Son esas barricadas de resistencia poética, como las que se encuentran en ‘Un mundo huérfano’ y ‘Estrella madre’, las que mantienen a salvo la diversidad de imaginarios posibles (libertad de pensamiento y expresión) para alcanzar una sociedad justa, protegiéndonos de los que pretenden vendernos una sola forma de imaginar el mundo, o de quienes quieren obligarnos a vivir y amar solo como les conviene.

En una conversación virtual desde Bogotá, Giuseppe Caputo, uno de los escritores invitados a la Feria Internacional del Libro de Cali, habla de cómo creó su universo literario, de la resistencia que se ejerce a través de la ficción y la importancia de la poesía para los novelistas.

—¿Cuál fue el motivo que desencadenó la escritura de ‘Estrella madre’? ¿Y qué relación tiene esta novela con la anterior ‘Un mundo huérfano’?

Me gusta pensar la escritura, teorizar sobre lo escrito, pero prefiero siempre, en este tipo de preguntas, recordar las primeras intuiciones. La intuición es una forma de conocimiento, un saber prerreflexivo, preconsciente, y durante la escritura de ‘Estrella madre’, siempre tuve presente dos imágenes: la de un hombre lleno de ombligos y la de un cordón umbilical lleno, lleno de nudos. La intuición, entonces, era escribir la historia de ese hombre y su madre. El ombligo, no hay que decirlo, es la primera herida, la herida fundacional, la cicatriz que todas las personas tenemos: es una cicatriz común, que recuerda un dolor común, la gran separación. Entonces, entre las primeras intuiciones estaba el deseo de escribir la historia de un hombre que no deja de separarse de su madre y la de los nudos afectivos que los unen a ambos (ese cordón umbilical enredado).

Luego ya uno empieza a tomar decisiones más conscientes, a darle vueltas a esa imagen, y así empecé a pensar en el tipo de relación que tiene el hombre con su madre: la está esperando, la ha esperado toda la vida, la suya es una madre borrosa (así iba a llamarse primero la novela: ‘Madre borrosa’). La novela, entonces, empieza a volverse una novela sobre la espera, y entonces ahí sí entran preguntas escriturales que tienen que ver con cómo se escribe sobre la espera, cómo es la experiencia de una persona que espera, cómo se siente el tiempo durante la espera… Pasado un año de publicada la novela, y ya habiendo podido teorizar sobre ella en conversaciones como ésta, me gusta pensar que, más que una novela sobre la maternidad y la hijidad (una palabra que usó la periodista cultural Angie Reyes para hablar del libro, que me encantó), que lo es, ‘Estrella madre’ es una novela sobre la espera: la espera como una decisión consciente, que es a la vez un tiempo de angustia y un tiempo de cultivo (embarazo), y la espera como condena, no sólo como una condena afectiva (cuando una persona pone a otra a esperar), sino también como un suplicio burocrático y económico: una violencia a la que empresas e instituciones someten a los individuos. Ahí entra la ciudad en la que vive el personaje, su trabajo, pero bueno, hablar de eso ya sería extenderse demasiado.

Sobre la relación con ‘Un mundo huérfano’, es que son novelas hermanadas. En ambas aparece la orfandad, pero no sólo la orfandad afectiva, sino la orfandad social, política, económica. La terrible experiencia de individuos que pedalean y pedalean por cambiar las condiciones materiales de su vida y, sin embargo, no logran hacerlo: por el lugar donde nacieron, por su situación económica, parecen condenados. Y entonces son personas que se niegan a estar condenadas, que quieren agrietar, cambiar, su destino social.

—¿Por qué te ha interesado crear en tu obra una cosmología propia? ¿De dónde viene tu fascinación por los astros y su simbología?

Mira que desde muy niño, cuando leo noticias o textos sobre descubrimientos astronómicos (que encontraron un planeta que rodea tres estrellas, que encontraron un sistema con siete planetas que están todos a una distancia de su estrella muy similar a la distancia que tiene la Tierra con el Sol, que encontraron un planeta con no sé cuántas lunas, etc.), lo primero en lo que empiezo a pensar es en cómo serían muestras mitologías, nuestras religiones, nuestra historia, cómo habría sido nuestro devenir, nuestra poesía, la literatura, la ciencia, la metafísica, todo, si hubiéramos tenido ese tipo de visiones en nuestro cielo. ¿Cómo serían los mitos que explican un sol y siete planetas grandes en nuestro cielo, por ejemplo? Inevitablemente, siempre que leo noticias astronómicas, pienso en eso. Y entonces trato de olvidar los mitos que ya conozco sobre nuestro Sol y nuestra Luna, sobre nuestras estrellas y bóveda celeste, y trato de reimaginar una historia para explicar esas presencias en el cielo. Fue lo que hice en ‘Estrella madre’ cuando el protagonista crea una mitología personal para explicar la relación con su madre apelando a lo que sabe y ve de la Luna y el Sol.

—En tus dos novelas ‘Un mundo huérfano’ y ‘Estrella madre’, los espacios son precarios en el sentido material, y los personajes pasan difíciles condiciones, no obstante su imaginación es poderosa. ¿Por qué te ha interesado abordar la pobreza como tema literario y desde qué perspectivas lo desarrollas?

Hay experiencias y heridas que lo signan a uno para siempre y que te cambian la forma de relacionamiento con el mundo. Que te generan, por supuesto, un pensamiento y un posicionamiento político. Pero no sólo hay heridas, sino formas de observación vulnerable que te generan un rechazo muy profundo al orden social y económico, orden que muchas personas perpetúan de maneras conscientes (por conveniencia) o involuntarias. Cuando no hay dinero, la vida se siente como una cuenta regresiva: el tiempo es destructivo, no parece creador. Y por la carencia, la imaginación y la vida se sienten demasiado alejadas: lo que uno imagina, lo que sueña, está por allá lejos, mientras que la vida es esto angustioso de acá. Los personajes de las novelas tienen una imaginación poderosa, pero además tratan de maneras muy concretas de acercar la imaginación a la vida.

—En este sentido, ¿consideras que tu obra crea una poética de la pobreza, donde la imaginación sirve a los personajes para compensar sus carencias?

Más que una poética de la pobreza, prefiero pensar, como dijo Diamela Eltit, mi maestra, maravillosa autora, un faro literario y político para mí, que en ‘Estrella madre’ hay una poética de la precariedad y de la resistencia. La imaginación, como el humor, agrieta las condenas y los destinos sociales.

—Antes de publicar tus novelas, tengo entendido que escribiste algunos poemarios (inéditos), por lo que quisiera hacerte dos preguntas: ¿por qué decidiste hacer el tránsito hacia la narrativa y cómo la poesía sigue estando en tus novelas? Bueno, con esta serían tres: ¿y cuál consideras que es la importancia de la poesía en el trabajo del novelista?

No siento que haya hecho un tránsito de la poesía a la narrativa. Pienso que todos los narradores debemos ser poetas, que la fuerza narrativa no tiene por qué eximir la fuerza poética. Me interesan los libros en los que uno se queda mucho tiempo en sus páginas, emocionado ante el trabajo con el lenguaje, no los libros cuyas páginas uno pasa vertiginosamente. No entiendo por qué eso sigue siendo un valor literario: “Me lo leí de una sentada”. Es un principio de consumo rápido que me parece horrible.

—En los nombres de personajes y lugares de tus novelas hay una gran simbología, por ejemplo: la Calle de las Luces en ‘Un mundo huérfano’, el edificio Lomas del Paraíso, Santa Volqueta, Luz Bella, el pescadito de oro o Tesoro, o la Guacamaya, entre otros, ¿de dónde nace tu necesidad de crear símbolos y cómo escoges los nombres?

Pienso que de la literalidad sale una extrañeza, un humor, un dolor, que son provechosos para pensar el mundo. Soy lector de fábulas, de cuentos populares, y me gusta a veces que los nombres en mis libros esencialicen alguna cualidad de sus personajes, para luego entrar a jugar con eso, a revertirlo. Como Próspero, el portero del edificio, que aparentemente es el que tiene más dinero entre los personajes, aunque se la pase cobrando el arriendo desesperadamente. Con respecto a los símbolos, me parece una pregunta difícil, pero te respondería con lo que dije en alguna ocasión: que en mis novelas los personajes tratan todo el tiempo de llenar su mundo, que está vacío o que ellos sienten vacío: lo llenan con imágenes, simbólicamente, y lo llenan con las distintas relaciones que entablan con sus semejantes, afectivamente.

—¿Y cómo fue el proceso para crear a todos estos personajes excéntricos de ‘Estrella madre’: Luz Bella, Madrecita, Próspero, La Lenteja, La Guacamaya?

Jajajaja. Todos son inspirados en lo que fue y es (cuando vuelvo) mi vida en Barranquilla, mi día a día allá. De mi ciudad, con la que tengo una relación muy ambivalente, destaco su humor extravagante. Es algo que nos vivifica mucho. Madrecita, por ejemplo, está inspirada en la famosa Barriga ‘e trapo, un personaje que desde hace años, cuando se conoció la noticia de su falso embarazo, es parte de nuestro imaginario.

—En tu obra se expresa una sensibilidad homoerótica de gran belleza, donde el descubrimiento del sexo y el amor definen a sus personajes. Precisamente me gustaría preguntarte, ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura LGBTI en Colombia, qué precisiones debemos tener en cuenta?

Es una pregunta amplia. Hay libros que visibilizan vidas y personas que rechazan o no caben en el orden sexual. Los valoro, me parecen importantes (sean ensayo, novela, literatura, sociología…): permiten a los sujetos inferiorizados del orden sexual (homosexuales, personas trans, por ejemplo) reimaginar la vida, y para parafrasear a Didier Eribon: encontrar en la vergüenza la energía del orgullo. Un macho, una persona que se siente cómoda en el orden sexual, siempre va a poder demeritar estos libros, decir que tienen una “intención activista” porque el libro incluye, por ejemplo, una escena de sexo entre dos hombres (es como si yo dijera que un libro, por tener una escena de sexo heterosexual, está haciendo activismo católico). Dicho esto, también quisiera hacer una diferencia entre lo identitario y la escritura: hay libros que tienen en su centro personajes LGBTQ que son convencionales política, escritural y estéticamente. Es decir, lo identitario o las políticas de identidad no necesariamente son una varita mágica que vuelve transgresivo todo lo que toca. Y tampoco tienen por qué serlo. Está el rayo homosexualizador (jajaja), pero también está el rayo normalizador. Y ambos rayos pueden ser disparados por cualquier persona, tenga la orientación sexual que tenga o la identidad de género que tenga. En ese sentido, un autor como Fernando Molano Vargas me parece inspirador desde lo político-identitario y desde lo escritural.

—En ‘Estrella madre’, ¿por qué escogiste a los obreros de construcción para recrear el deseo y la iniciación sexual del narrador? ¿De algún modo buscabas desacralizar ese estereotipo de macho del obrero?

Simplemente es una historia de amor de la que fui un feliz y agradecido espectador en algún momento de la vida. En esa historia vi una libertad, una ternura, que me parecieron de una belleza poética y política conmovedoras.

—Tus personajes optan por vivir en sus mundos imaginarios, y al mismo tiempo, como un acto de generosidad, aceptan que los otros tengan los suyos y les siguen en su delirio… ¿De qué formas consideras que esa obsesión por vivir en las propias ficciones hace a tus personajes más humanos, incluso mejores personas?

Es hermoso lo que dices de aceptar los mundos imaginarios de los otros como un acto de generosidad. Pero no creo que los personajes piensen que viven en una ficción: al contrario, lo que hacen es que traen su imaginación a la vida, tiñen la vida de esa imaginación. Lo que buscan es integrar vida y deseo, hacen poroso el llamado mundo interior y mundo exterior. Entiendo que eso puede parecer psicótico, y por momentos lo es, pero ante todo, dadas sus circunstancias materiales, es una apuesta política, una puerta a otra vida posible.

—Creo que tus novelas tienen aspectos muy teatrales en la forma de presentar los espacios, creando cierta irrealidad del teatro del absurdo, y me parece que los narradores tienen algo en común, esa angustia y sentido del humor de los que están Esperando a Godot. ¿De algún modo estás influido por la obra de Samuel Beckett?

Beckett es esencial para mí. Y ‘Esperando a Godot’ fue esencial para pensar la espera en mi novela. En la espera, dije en otra conversación, todos los días son parecidos; se confunden. Finalmente, la espera es como un gran, gran, larguísimo día un solo día con muchos amaneceres y muchos atardeceres. Godot representa muy bien esa experiencia. Vladimir y Estragón pierden la noción del tiempo de tanto esperar: “Volveremos mañana”, “Y pasado mañana”, “Y así sucesivamente”, “Hasta que venga”, “¿Estás seguro de que era esta noche cuando debíamos esperarle?”, “Dijo sábado. Creo”, “Pero ¿qué sábado? Además, ¿hoy es sábado? ¿No será domingo? ¿O lunes? ¿O viernes?”.

—“Esta no es una tierra de milagros”, dice la madre del narrador en ‘Estrella madre’, ¿Cómo aplicarías esa frase a la realidad colombiana?

Quisiera aprovechar esta pregunta para decir justamente que los milagros, las excepciones a la regla, los casos extraordinarios, no pueden nunca desviar la mirada hacia los problemas estructurales. Que las vidas de las personas no deben depender de milagros ni de excepcionalidades, sino de un orden social y económico justo. Hace mucho daño cuando los medios presentan, por ejemplo, el caso de tal persona que “era muy pobre” pero que pudo “triunfar con mucho esfuerzo”. Peor aún cuando presentan estas noticias estratégicamente en medio de una protesta social. No se puede individualizar un problema social, económico y político. Millones de personas se esfuerzan y no pueden salir de su destino social. Nadie tiene por qué sentirse condenado.

—En el capítulo ‘El milagro de la carne’, el narrador logra mezclar la imagen de su madre con la de Jesús, otorgándoles el poder de multiplicar los panes y los peces…

Sí, el gran nudo del personaje, te diría ahora con esta pregunta, es el proceso afectivo doloroso que lleva a la desacralización de la madre: pero si hay que desacralizar algo es porque está sacralizado. Por eso relaciona a su madre con Dios. Desacralizar a la madre es un proceso duro, porque en Latinoamérica la madre ocupa un lugar sagrado. Pienso que desacralizar ese lugar sagrado es un acto de liberación política para todas las personas, las madres primero.

—A propósito, las estadísticas en Colombia nos dicen que el abandono paterno es una constante cultural, algo casi validado culturalmente, puesto que al hombre que abandona su prole no se le juzga severamente, mientras que si es la mujer quien abandona se la condena y desnaturaliza, muchas veces deben cargar con esto como una marca ignominiosa, ¿en tu novela consideras que hay un abandono, buscaste reflejar esa desigualdad al hacer que la madre se marche, o no hay tal cosa y ese sentimiento de abandono es más un prejuicio del hijo, o de los lectores? ¿Cómo analizas esto?

No es un abandono. A los 17 años, terminado el colegio, yo me fui de mi casa. Que un joven, un hijo, se vaya de su casa a “hacer su vida”, como suele decirse, es incuestionable. A nadie le parece mal eso. Pero mira lo que pasa cuando se hace una inversión sencilla: si es la madre la que se va, incluso cuando ya el hijo es adulto, ahí ya entran palabras como abandono. Me ha sorprendido mucho que lectores de la novela usen esa palabra, abandono, para referirse al viaje que emprende la madre en busca de su propio deseo. Como si fuera inconcebible que una madre pudiera tener otro deseo más allá de la relación con sus hijos. Por eso me parece importante la desacralización de la figura: eso sólo traerá cosas buenas, una liberación política.

—Algo afortunado que me llama la atención de tu estilo de escritura es que no es convencional, que tiene un giro característico sobre el lenguaje, ¿eres consciente de este estilo? ¿Cómo lograste superar esa tendencia a escribir de forma convencional, ese estilo homogéneo con el que se publican miles de libros cada mes?

No sé si “busco” escribir como escribo. Me sale así. Creo. Es una pregunta muy difícil de responder, que me lleva a pensar de qué manera el mundo ha entrado en mi cuerpo, de qué manera lo ha marcado, y cómo esas marcas pasan de mi cuerpo físico al cuerpo escritural.

En cuanto a la escritura convencional que mencionas, particularmente siento agotamiento por todas estas reseñas que usan los adjetivos del capitalismo, no para describir un texto, sino para dar por hecho que lo están elogiando: rápido, eficiente, económico... Al hacer eso, no es al texto lo que están elogiando sino a todo lo que el capitalismo nos impone. ¿Y qué pasa si un texto es lento? ¿Y qué pasa si no pasamos sus páginas a las carreras, sino que por el contrario, el texto nos hace querer quedarnos en cada página, leerla una y otra vez? ¿Y qué pasa si un libro no es económico sino abundante en palabras, derrochador? O bueno, si vamos a hablar de textos breves, hablemos de precisión, condensación o concentración, o de paso ahorremos luz y agua más bien. Este tipo de reseñas terminan apuntando a una única manera de escribir: lo rápido, eficiente y económico es LA FORMA. Así estas reseñas terminan pareciéndose a los decálogos, que tanta pereza me dan, y finalmente, llevan a la literatura a un terreno de prescripción y no de libertad o exploración. “Hagan esto así, así y así”. ¿Y qué pasa? Del manual prescriptivo terminan saliendo productos más o menos iguales. “Productos en cadena”, al mejor estilo capitalista.

—¿Qué obras y autores te han llevado por ese camino literario?

Puedo decirte algunos autores que son faros literarios para mí: Felisberto Hernández, Diamela Eltit, Herta Muller, Natalia Ginzburg, Alda Merini, Marosa di Giorgio, Néstor Perlonguer, Borges, Salvador Novo, Reinaldo Arenas, Margo Glantz, Fernando Vallejo, Marvel Moreno, María Moreno…

—De acuerdo a lo anterior y relacionándolo con las declaraciones del embajador de Colombia en España, durante la pasada Feria del Libro de Madrid, ¿cuál es tu posición sobre la neutralidad en literatura, es esto posible, o es una idea más bien ingenua y útil para la censura?

La literatura siempre es política, como se dijo mucho esos días. Pero no es sólo política en sus temas. Por ejemplo, cuando una novela que trata sobre el asesinato de tal o cual líder político, o si es una novela escrita desde los márgenes, desde las periferias, etc. Eso es claramente político. Pero poco se habló de la forma: de cómo la literatura es política, sobre todo, en sus formas. De cómo el acto deliberado o inconsciente de rechazar o incorporar en la escritura los valores dominantes de una época (en estos tiempos, rapidez, eficiencia, consumo rápido, serían valores dominantes, por mencionar algunos) también es político. Ya se dijo mucho del acto explícito de censura del Gobierno en la Feria del Libro de Madrid: quizás lo que habría que subrayar es que la censura ha sido sistemática, que no es la primera vez que el Gobierno explicita la censura, y que no se puede naturalizar ese clima represivo. Este Gobierno ha dejado claro que un gran combustible del horror es la frivolidad: ese entender el arte como un elemento decorativo inane es realmente terrible y es inseparable de la violación sistemática de los derechos humanos por parte de la Fuerza Pública que ocurrió durante las protestas sociales en Colombia.

—En algún momento el narrador de ‘Estrella madre’ confiesa que sigue jugando con muñequitos, porque “quizás crecí tarde”, y sigue jugando de mayor. Pero resulta que esos juegos son algunas de las creaciones más bellas de la novela. ¿Qué piensa de esa actitud del niño grande jugando con muñequitos como una metáfora de la literatura, de lo que hacen los escritores, que juegan con muñequitos de palabras?

Es exactamente eso, gracias por decirlo: tanto en el juego como en la literatura podemos cumplir nuestras fantasías de reparación psíquica y social. No querría nunca dejar de jugar. Juguemos siempre.

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