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Luis Ospina fue fundador y director del Festival Internacional de Cine de Cali, desde su primera versión en 2008. | Foto: Foto: Juan Cristóbal Cobo - especial para El País

LITERATURA

El diálogo en el que Luis Ospina le contó a El País sus mayores secretos

Para Luis Ospina, uno de los directores de cine caleño más reconocidos en el mundo entero, el pasado nunca fue pasado, sino una forma de asomarse al porvenir.

29 de septiembre de 2019 Por: Yefferson Ospina, redactor de El País

Esta fue la última entrevista que Luis Ospina concedió. Tuvo lugar en su apartamento en Bogotá en donde, a mediados de diciembre, estuvimos charlando por casi dos horas sobre cine, Cali, el arte, la vida y la muerte.

El 16 de diciembre de 2018 Luis Ospina asistió en la noche a una cita en la antigua Cinemateca Distrital de Bogotá. Era extraño. Iba a mostrar los resultados de una beca que había ganado para restaurar varias de sus películas. No era una proyección de cine, sino un evento vagamente académico. La cinemateca estaba llena.

Antes de que iniciara, dos chicas se acercaron a él y le pidieron una foto. Cuando se subió al escenario lo aplaudieron. Luego, durante casi hora y media, se dedicó a exponer con cierta prolijidad las mejoras que había hecho de varias de sus películas.

El público lo oyó paciente, expectante, anhelante.

La tarde anterior me había recibido en su apartamento en el segundo piso de un edificio del barrio Teusaquillo de Bogotá. Él mismo había bajado a abrir la puerta. Fue extraño ver aquel apartamento en el que había rodado gran parte de ‘Todo comenzó por el fin’.

Fue como entrar a un lugar más allá de lo real, a un lugar desconocido pero habitado hacía tiempo por la memoria, no de lo vivido, sino de lo visto. Días antes de este diálogo, Luis Ospina se había enterado de que el cáncer, controlado años antes, había vuelto a activarse.

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¿Recuerda la primera película que vio?

Podría decir como Cabrera Infante que conocí el vientre en el vientre materno. Quizá de la película que más me acuerdo de haber visto en una sala de cine es El Mago de Oz, la que interpreta Judy Garland, que me llamó mucho la atención su cambio de blanco y negro a color, cosa que luego se convirtió en una constante en mi obra. Eso me marcó mucho y me llamó mucho la atención.

De niño nos mandaban siempre con la empleada de servicio al cine, por eso digo que el primer aliado de mi cinefilia fue mi padre, que tenía una colección de películas, cámara y proyector, y el segundo, el servicio doméstico. En esa época había programas dobles y matinales, y al menos una vez a la semana íbamos a matinales, y muchas de estas eran funciones dobles.

¿Su papá era un cinéfilo, entonces?

Él se aficionó a filmar pero no para contar historias, sino solo como un registro familiar. A él le gustaban mucho las películas de Gary Cooper, los westerns y Cantinflas. Nos llevaba a todos los estrenos de las películas de Cantinflas. Eso me llevó a conocer un amplio espectro del cine desde niño, porque a mis hermanos nos gustaban los westerns, pero a mis hermanas les gustaban los musicales o las películas románticas. Y así cada empezó a tener sus héroes.

El primer héroe mío fue Kirk Douglas, él fue el héroe de mi infancia. En mi juventud, fue el cantante Ray Charles, y luego llegó don Luis Buñuel, que es mi héroe como cineasta.

Usted dijo alguna vez que Hollywood ahora no es ni la sombra de lo que fue hace varias décadas. ¿Por qué?

Yo tuve la fortuna de crecer en los años 50 y 60, que fueron las décadas cuando el lenguaje cinematográfico de los grandes directores norteamericanos llegó a su máxima expresión. Estoy hablando de directores como Jhon Ford o Howard Hawks. Porque después vino lo que se llama el nuevo Hollywood, que comienza en los años 60. El cine comienza a cambiar, empiezan a desaparecer los grandes estudios que no son rentables, y llegan todos estos jóvenes directores que salen de la academia, de las escuelas de cine.

Los grandes maestros nunca fueron a una escuela de cine. Aparecen entonces Coppola, Brian de Palma, Martin Scorsese. Pero al Nuevo Hollywood, lo acabó dos de esas personas, que fueron George Lucas con La Guerra de las Galaxias, y Steven Spielberg con Tiburón. Ahí la apuesta cambió y los estudios descubrieron que el negocio era hacer películas como las que se hacen ahora. Blockbusters, con muchos efectos especiales, Iron Man 8, la precuela, la secuela, en fin. Y eso hizo que se perdieran los autores...

¿Usted ve cine de Hollywood?

Muy poco. Si yo veo tres o cuatro películas buenas de Hollywood creo que es mucho.

¿Cuál fue la última película de Hollywood buena que usted vio?

El hilo fantasma, esta en la que actúa Daniel Day Lewis. Ese director es bueno, es de los pocos interesantes que quedan. David Lynch, por ejemplo, hace mucho tiempo que no hace nada, y Scorsese también queda, haciendo muy buenas películas.

¿Qué le pareció 'Silence', la más reciente de Scorsese?

Creo que es buena, pero prefiero sus otras películas, las de gángsters situadas en New York. Para mí de todos los directores del Nuevo Hollywood, el que mejor películas ha hecho es Scorsese. Tiene unas buenas, unas regulares, y grandes obras maestras como Toro Salvaje o Goodfellas. Y la que viene creo que tiene que ser muy buena, otra vez con De Niro, Al Pacino y Joe Pesci. Pero esa la está haciendo para Netflix. Eso es otra cosa que está pasando. Estas series están desplazando a los cineastas buenos.

Uno no puede hablar de cine de autor cuando habla de series, excepto en casos excepcionales como David Lynch, que dirigió cada uno de los capítulos de Bigfish. En las otras series los capítulos son dirigidos por diferentes directores, y eso entonces no es una obra de autor. La series son más un producto de productores, y hay muy pocos productores que uno pueda decir que sean autores, salvo en tiempos remotos Bald Newton, cuyas películas que él producía tenían siempre un sello. Pero ahora la mayor parte de las series están dirigidas del mismo modo. El lenguaje plano contra plano, la iluminación parecida, etcétera.

¿Usted ve series?

No. Solo he visto completa Twin Peaks, a de 1990 y lo que se hizo ahora. De Los Soprano vi uno que otro episodio, porque es el mundo de Scorsese, pero un subScorsese. No llegan nunca a la altura de las grandes películas de Scorsese. Y eso es triste, que muchos directores buenos se hayan quedado sin trabajo. Un tipo como Brian de Palma terminó dirigiendo películas en Francia, ahora creo que va a hacer una en Uruguay. Son los desplazados de Hollywood y del mercado. Y hay algunos que están entre las dos aguas, como los Hermanos Coen que acaban de hacer una serie.

¿Recuerda los teatros de Cali a los que iba en su infancia y adolescencia?

Sí, tengo una idea muy clara de esos teatros, porque además de que cada uno tenía su propia arquitectura, estaban clasificados según sus programaciones. Uno sabía que en el Teatro Colón pasaban las películas de Twentieth Century Fox, en las que había mucho western. Uno sabía que si quería western se iba para allá.

En el Teatro Aristi pasaban películas europeas. Ahí vi ‘Gatopardo’ de Visconti. En esa época los teatros eran como unos templos, y uno acudía a ellos como a un templo, y cada teatro tenía su carácter, que es lo que se ha perdido con el Multiplex. Ahora da lo mismo ver una película en Singapur que en Bogotá. Yo recuerdo muy bien películas que vi en los 50, 60 y 70, y los teatros en que las vi. Las películas francesas llegaban al teatro Cervantes, que luego se convirtió en el Teatro México, cerca al centro.

Los principales teatros, que eran en los que daban estrenos estaban en el centro, el Bolívar, el Cervantes, el Colón, el Aristi, luego llegó el Calima.

Yo iba a esos teatros, pero luego empecé a frecuentar los teatros de mala muerte, que estaban más alejados del centro, por el problema que había en la clasificación de las películas. Uno debía tener 21 años para ver ciertas películas, y yo tenía 18. Así que me iba para los teatros de barrio, como el Sucre, el Belalcázar, el Junín, el Troncal, en donde los porteros eran más flexibles.

¿Hubo un momento específico en su vida en el que usted dice que lo que quiere hacer es cine?

Mi papá era ingeniero, el fue la primera persona en poner equipos purificadores de piscinas en Colombia. Su lema era, cuando piense en piscina, acuérdese de Ospina.

A mí y a mis hermanos nos enviaron a Boston a terminar el bachillerato en un colegio especializado en universidades tecnológicas, porque mi papá quería que fuéramos ingenieros. Mi hermano Sebastián luego entró a la Universidad del Sur de California y al año siguiente, con el dinero para estudiar, se fue para España y el norte de África a aventurear. Eso casi le causa un infarto a mi papá.

A mí en Boston se me acrecentó la cinefilia, porque empecé a ver cine que ni siquiera llegaba a Cali, y un profesor de Física me regaló mi primer libro de cine, un clásico sobre el cine japonés de Donald Richie. En Boston vi mucho cine japonés, mucho cine europeo, toda la Nouvelle Vague francesa y, para amortiguarles el golpe a mis papás, me matriculé en la Universidad del Sur de California en Arquitectura pero al día siguiente me cambié a Cine. Luego de lo que había sucedido con mi hermano, mis padres decidieron aceptarlo y apoyarme. En esa universidad estudié del 68 al 69 y luego me pasé a la UCLA y ahí estudié hasta el 71, en donde me gradué.

En su vida personal, ¿qué tan importante es el año 1971 que resultó siendo un sisma para toda la ciudad?

Fue un año muy importante para mi vida, porque ese año hice con Carlos Mayolo 'Oiga Vea', un documental contrainformativo sobre los Juegos Panamericanos. Yo la rodé con Mayolo estando de vacaciones y como un proyecto para la Universidad, era el último proyecto que debía presentar para graduarme. El primero que hice fue 'Acto de fe'.

En el 71 sucedieron muchas cosas, además del rodaje de 'Oiga Vea', conocí a Andrés Caicedo y al Cine Club de Cali, Carlos Mayolo rodó con Andrés Caicedo 'Angelita y Miguel Ángel', y se fundó Ciudad Solar que fue una especie de comuna hippie y centro cultural en el que había un grupo multidisciplinario trabajando por el arte. Por eso yo digo que el Caliwood nació en el 71, que fue un año que también cambió la ciudad completamente. Con la idea de modernizar a Cali empezaron a destruir todo el patrimonio arquitectónico, como el Batallón Pichincha, el Hotel Alférez, el edificio de la Gobernación, todo eso para vender a un pueblo como una ciudad.

Con esa destrucción empezó a perderse la memoria de Cali. Y eso es lo que yo retrato con Adiós a Cali, todo un proceso de pérdida de la memoria y de la identidad de la ciudad que se exacerbó con el narcotráfico. Para mí, toda la destrucción de la arquitectura de los años 70 y 80 fue como la destrucción de mi propia memoria.

¿Cómo conoció a Carlos Mayolo?

Todo se debió a una explosión. El 7 de agosto de 1956 explotaron unos 13 camiones cargados de dinamita en la zona de tolerancia de Cali. La onda explosiva de eso llegó hasta la casa nuestra a la que se le estaban haciendo varias reformas. Una parte de la casa, que estaba en Versalles, colapsó. Nos fuimos para la casa de mi abuela, en Centenario, y allí, en la casa de enfrente, vivía Carlos Mayolo. Yo entonces tenía 7 años y el 11. Ahí comenzó nuestra amistad.

Jugábamos a tipos y bandidos con mi hermano Sebastián, y poco a poco nos hicimos muy buenos amigos. Después de esa etapa yo dejé de verlo muchos años, y en uno de los Festivales de Arte de Cali que se hacían en esa época, coincidimos en una proyección de ‘El gabinete del Doctor Caligari’, en el sótano de lo que ahora es la Librería Nacional del oeste. Hablamos de cine, nos dimos cuenta que teníamos el mismo entusiasmo.

¿Cuál fue su primera película?

Una que hice a los 14 años que se llama ‘Vía cerrada’ y que la tengo guardada en la cinemateca del olvido. Nunca la exhibo en ninguna retrospectiva, solo sale un fragmento en ‘Todo comenzó por el fin’. Eso ocurrió cuando mi papá se cansó de filmar en la casa, me pasó la cámara y me dijo “ahora le toca a usted”. Yo me fui con unos amigos para la finca de mi abuelo y allí rodamos esa película, muy primitiva, en 16 m.m., a color y muda. Ese fue mi primer intento de hacer cine.

Y a Andrés Caicedo, ¿cómo lo conoce?

En el Cine Club. Mayolo y Hernando Guerrero siempre me hablaban de un joven escritor, crítico de cine, que tenía un cine club. Así que nos conocimos en el Cine Club de Cali, y eso fue como un chispazo, como un amor intelectual a primera vista, encontrar el alma afín a lo cinematográfico.

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¿Cómo ha sido su relación con la literatura? ¿Qué autores prefiere?

Yo como estudié en un colegio angloparlante, me orienté mucho por la literatura norteamericana y la inglesa, y también empecé a leer desde muy joven a los franceses, como Sartre y Camus, y luego me interesé por la literatura en español, sobre todo los del 'Boom'.

¿Por qué es tan importante para usted la memoria?

Para mí es un tema que siempre ha sido muy importante. Mis amigos decían que yo tenía muy buena memoria, pero ahora la he empezado a perder un poco, por la edad y hasta por las drogas... Pero todos los que hacemos documentales tratamos con el tema de la memoria, porque siempre filmamos cosas que están en tránsito de desaparecer... El documental es memoria. De ahí viene también mi obsesión por los materiales de archivo.

Usted ha tenido siempre una relación contradictoria con Cali, porque es la ciudad de sus memorias, pero a la vez no es la ciudad que fue...

Eso yo lo muestro en una película como ‘Adiós a Cali’ que es de 1991. Yo tengo una relación de amor y odio con la ciudad, porque yo recuerdo mi infancia y mi adolescencia muy feliz en Cali. Era una ciudad muy amable, en el sentido de que uno siempre caminaba, todo quedaba cerca, uno podía salir a caminar de noche, era una ciudad para salir a caminar. De ahí que la literatura de Andrés Caicedo es estar andando sin rumbo, estar siempre moviéndose. Y ahí empecé a conocer que había otra ciudad, sobre todo yendo a los teatros de segunda y de mala muerte, esa ciudad con bailaderos de música afrocubana y esa cultura negra que estaba creciendo. Pero esa ciudad ya no está, cambió demasiado en muy pocas años, ya no está.

¿A usted le interesó tanto descubrir ese mundo popular como a Andrés Caicedo?

A él mucho más que a mí. A él le interesó más esa división entre oriente y occidente, entre el norte y el sur, entre la salsa y el rock. Él estaba obsesionado con la idea del chico burgués que se mete a las clases bajas. A uno lo habían criado con la idea de que por allá estaba el mal, los bares, la fiesta... Esta era una ciudad muy inhibida y conservadora y a todos nos interesó luchar contra eso. Nosotros empezamos a ir a esos lugares no solo a cine sino a bares, cuando teníamos como 13 años. Eran los bares en la Calle 25, del Obrero para abajo, y nos gustaba toda esa sensación de cierto peligro. Ese bajo mundo, que es el mundo de ‘Berenice’, el cuento de Andrés, nos fascinaba.

¿Cómo se siente en Bogotá, en una ciudad que no es la suya?

Yo aquí vivo de puertas para adentro. Mi desencanto con Cali comenzó cuando vi que todo este patrimonio arquitectónico fue destruido y que la ciudad estaba tomando el rumbo equivocado, que ya no era tan amable con la gente y en la que llegó el narcotráfico a imponer su estética y su peligro. Entonces mi familia vendió esa casa en la que yo viví, casa que también fue demolida.

Yo me vine a Bogotá a principios de los 90 a dirigir ‘Soplo de vida’. Pero antes grabé ‘Cali ayer, hoy y siempre’, que fueron diez capítulos documentales sobre Cali, y con eso sentí que cerré mi relación con la ciudad. Me vine a Bogotá, que es una ciudad que no me gusta, una ciudad en la que nunca he sacado una cámara a la calle. Vivo de puertas para adentro, me siento como un extraño, como un extranjero en Bogotá, pero eso mismo también lo sentí en Cali y en París. Yo viví en París en el año 77 y fui muy feliz, vi mucho cine en esa ciudad, viví ese Edipo cultural de toda mi generación, y lo disfruté mucho. Pero en algún momento empecé a sentirme como un extraño, también.

Para mí los bogotanos son unos marcianos. Su realidad es tan diferente a la caleña... Es una ciudad extraña que tiene todas las desventajas de una ciudad grande, y pocas de sus ventajas. Yo era muy feliz haciendo documentales en Cali, porque a la gente le gusta salir en cámara, les gusta aparecer, yo dejaba a la gente en cuadro que se metía solo porque le gustaba aparecer, y eso se ve hasta chistoso. En Bogotá no es así, la gente es esquiva, es huraña.

¿Ve cine contemporáneo?

Yo siempre me trato de mantener al día con lo último del cine independiente en todo el mundo para traerlo al Festival de Cine de Cali. Pero encuentro que cada vez el cine que se hace me gusta menos. Prefiero repetir películas, como las que considero obras maestras. ‘Vértigo’, ‘Viridiana’, que es quizá la película que más he visto en todo en mi vida, veo mucho a Bergman. Cuando estuve muy enfermo me dediqué a ver películas de Bergman, porque la mayoría eran películas sobre el sufrimiento, como ‘Gritos y susurros’, que es una persona padeciendo el dolor, el sufrimiento, la proximidad a la muerte, y yo estaba en ese mismo trance. Esas películas me ayudaban a tolerar.

Para todo el Grupo de Cali, la muerte, lo macabro, lo oscuro, lo aterrador, fue muy importante como tema de sus obras. Lo fue para Caicedo, para Mayolo, lo es para usted... ¿Por qué esa fascinación con la muerte?

El barrio Versalles, que fue el barrio en el que crecí, era llamado por Andrés como el norte de los suicidas. Fue muy común en esos años que muchachos que perdían el año en el colegio se suicidaba, se tiraran de edificios o se quitaran la vida de alguna manera. Pero además de eso, creo que los que crecimos en los años 50, estuvimos expuestos a imágenes terribles de la muerte, que llegaban en los periódicos por debajo de la puerta de la casa y uno veía decapitados y leía de masacres en medio de la Violencia entre conservadores y liberales.

Luego salió este famoso libro 'La violencia en Colombia' que tenía unas secciones de fotografías terribles y desgarradoras de la violencia en el país. Eso nos marcó mucho como generación. Crecimos con el horror, y después nos tocó ese otro horror del Monstruo de los Mangones, que aparece en Pura Sangre. Yo vi uno de los cadáveres que dejó el Monstruo de los Mangones a dos cuadras de mi casa en Versalles. Ese fue el primer muerto que yo vi en mi vida, desnudo, boca abajo. Tenía creo que 12 años cuando eso ocurrió, y eso me marcó mucho.

El Monstruo de los Mangones sembró un terror generalizado en toda la ciudad, todos nos sentíamos posibles víctimas, y el horror era mayor al pensar que además de que lo iban a matar a uno, lo iban a violar. Muchos de esos cadáveres tenían además un hueco en el corazón, y de allí salió el mito urbano de que esos asesinatos ocurrían porque alguien necesitaba sangre para seguir viviendo, mito que inspira Pura Sangre.

¿Está trabajando en algún proyecto cinematográfico?

Después de hacer 'Todo comenzó por el fin', una película tan larga, de carácter épico y en la que estuve además a punto de morir en el proceso, estoy pensando en hacer algo más pequeño. Quiero hacer varios cortos pequeños filmados en oriente, en China, Japón, Camboya.

¿Cómo cambió su relación con la vida debido al cáncer?

Sentir que uno es mortal, sentirlo tan duramente. Cuando fuimos jóvenes llevamos todo a los extremos, las drogas, el alcohol, nos creíamos inmortales. Pero claro, el primer campanazo me vino con el suicidio de Andrés, que me afectó mucho. Yo tenía 28 años, y ver que se mate una persona de 25 además tan talentosa, fue realmente muy difícil. Pero bueno, yo le perdí mucho apego a la vida luego de enfrentarme a la proximidad de la muerte.

¿Pero no siente la satisfacción de haberlo hecho todo a su manera?

Yo sí tengo la gran satisfacción de haber hecho todas mis películas completamente libre. Las hice a mí manera, nunca necesité tanto dinero para hacerlas, me adapté a todos los cambios. Lo que sí me quedó muy claro era que no quería hacer ficción de nuevo, porque eso era entrar en el mundo de la industria del cine, del dinero. Esa satisfacción la he tenido y he tenido en vida el reconocimiento, cosa que no tuvo Andrés ni tampoco tuvo Mayolo. A él no le tocó el renovado interés que nuestro cine ha tenido.

¿Lo invade alguna suerte de nostalgia?

Yo creo que el arte y el cine me han dejado de conmover. Para mí es muy importante que haya una emoción estética. Ahora me siento indiferente, voy a exposiciones de arte en donde los curadores tienen que explicar las obras. Doris Salcedo agarró no sé cuántas toneladas de armas de las Farc e hizo un piso con eso, pues bueno, no me emociona. El mundo me ha dejado de conmover. Así que solo espero.

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