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Soy un turista terrible: Jean Claude Bessudo

Desde el anuncio de la bióloga marina Sandra Bessudo como ministra de Medio Ambiente, todos los reflectores volvieron a posarse sobre su padre, Jean Claude Bessudo. El presidente de Aviatur confiesa con humor las ‘dificultades’ de vivir en una familia de ambientalistas furibundos.

21 de agosto de 2010 Por: Paola Guevara, editora de Vé

Desde el anuncio de la bióloga marina Sandra Bessudo como ministra de Medio Ambiente, todos los reflectores volvieron a posarse sobre su padre, Jean Claude Bessudo. El presidente de Aviatur confiesa con humor las ‘dificultades’ de vivir en una familia de ambientalistas furibundos.

Desde que el presidente Juan Manuel Santos anunció el nombre de la bióloga marina Sandra Bessudo como su ministra de Medio Ambiente, todos los reflectores volvieron a posarse sobre su padre, Jean Claude Bessudo. Este francés que no ha perdido el acento, es presidente del Grupo Aviatur y uno de los grandes contratistas del Estado en materia de turismo y parques naturales, habló con El País como empresario, como padre y, por supuesto, como turista. ¿Cuál ha sido la peor estrategia turística de los últimos tiempos? Yo recuerdo las famosas caravanas turísticas, llenas de buena intención, pero con un mensaje turístico perverso. El mensaje era “viaje el 4 de abril en la caravana, regrese el 10 y tendrá un tanque adelante y dos helicópteros detrás” (risas). La intención era buena, que la gente fuera a sus fincas, pero era desastroso como mensaje para el turismo. Hoy en día, el colombiano puede recorrer el territorio nacional. No digo que no haya problemas de vez en cuando, pero ya no es la regla general. ¿Qué le hace falta a Colombia para ser el emporio turístico que podría ser? Nada. Sólo la paz. ¿Quién iba a creer que Vietnam sería una potencia turística? ¿Y qué necesitaron para lograrlo? Paz. Hoy, si usted va a Vietnam o a Camboya, le muestran los túneles que usaba la guerrilla como el gran atractivo. Es que, cuando hay paz, hasta los recuerdos de la guerra se vuelven un atractivo turístico. ¿Qué tanto conocen los colombianos sus propios parques naturales? Al entrar al negocio de los parques naturales, hicimos una apuesta nuestra: hacer convivir al estrato 1 con el estrato 43, con los mismos niveles de confort, agua caliente y demás. Hoy en día, las personas pueden quedarse en una hamaca por $10.000 o $15.000, o en un ecohab de lujo por un precio más alto, y la idea ha sido tan exitosa que hemos tenido crecimientos del 30% en los últimos años, con 90% de ocupación. No discriminamos a nadie y hemos sido exitosos en eso, lo hacemos mejor de lo que lo haría cualquier funcionario. Sin embargo abundan las críticas contra el ‘ecoturismo’ y la entrega en concesión de los parques naturales... Yo no entiendo esas críticas. Costa Rica, por ejemplo, ofrece alojamiento extremadamente confortable, por no decir lujoso, en sus parques. Lo mismo hacen Botswana, Suráfrica y otros grandes destinos turísticos de parques naturales del mundo. A nosotros nos dan máximo 8 hectáreas, todo lo demás es de Parques Naturales y ellos tienen guardas especializados que hacen lo que tienen que hacer por la preservación del medio ambiente. Nosotros solo somos la muchacha del servicio, lavamos, planchamos y tendemos las camas (risas). Ahora que su hija Sandra fue llamada a liderar la cartera de Medio Ambiente, ¿qué va a pasar con los intereses de Aviatur? Mientras Sandra esté en el Ministerio, vamos a parar. Si hay temas que tienen qué ver con nuevas licencias ambientales o concesiones, nos abstendremos de participar para evitar situaciones de conflicto. Respetaremos al pie de la letra el régimen de inhabilidades. Un amigo mío me dijo ‘pobre Bessudo, tener una hija ministra ha sido su peor negocio’ (risas). Entonces los tiburones de Malpelo deben ser los más contentos con el nombramiento... Sí, los tiburones y todos los animales. Usted no se alcanza a imaginar el horror que es vivir entre ambientalistas (risas), es una cosa terrible. En mi casa, ni mi mujer ni mis hijos me dejan quitar las telarañas, ¡parece que estuviéramos viviendo en una reserva forestal! Yo tengo unos peces de agua de mar en un acuario muy bonito y ni nieto de 9 años, el hijo de Sandra, vio el acuario y me dijo que yo era el “carcelero de los peces”. Imagínese, para mis nietos soy ‘el abuelo carcelero de Nemo’ (risas). ¿De dónde salió esta relación tan estrecha de su familia con la naturaleza? Siempre orientamos a nuestros hijos hacia la naturaleza. Yo recuerdo haber sentido el nacimiento de la vocación de Sandra por el mar. Ella tendría unos 8 años de edad, estábamos frente a la playa y yo la tenía tomada de la mano y entonces sentí como ella temblaba. Le pregunté si tenía miedo, y ella me dijo ‘no, papá, es emoción’. Allí supe que ella se dedicaría al mar, a la naturaleza, a la biología, a la conservación, a las especies. Y la evolución que ha tenido Sandra me ha impresionado, pues no se ha quedado en lo natural sino que se ha tenido que meter con la consecución de recursos, e incluso con la parte legal para cuidar Malpelo. Cambiando de tema, ¿qué tipo de turista es usted? Ay, soy terrible. Odio a los turistas y odio el turismo (risas). Siempre le aconsejo a la gente ‘mejor quédese en su casa, así se evita la molestia de lidiar con las agencias de viajes y los aeropuertos’. Y mi otra faceta como turista es mi amor por las islas desiertas, me gusta ir a sitios casi desiertos a donde es muy pero muy difícil llegar; sitios perfectamente preservados, donde no vendan Mickey Mouse de plástico. Despues de viajar tanto y tantos lugares, ¿cómo define el lujo? Para mí, el mayor lujo es no tener ruido. Tener la posibilidad de estar con uno mismo, eso es un lujo. ¿En qué ciudad no encontró el tipo de lujo que describe? Hubo un momento en Rusia, después de la caída del régimen comunista, en que se vivió un frenesí que rayaba en lo grotesco. En San Petersburgo, por aquel entonces, se vivía una cultura del dinero paralelo, de la ostentación casi mafiosa, que me pareció detestable. ¿Cuál ha sido el peor viaje de su vida? Esto no lo debo decir (risas). Una vez estuvimos invitados en un yate de lujo, en Mónaco, pero con el humo de los yates de al lado yo me sentía como en un parqueadero. Aunque sea el humo de un yate caro, el humo sigue siendo humo (risas). Qué horror, me parece espantoso, ese ha sido mi peor viaje, el del yate de lujo. Al tercer día dije ‘qué pena, tengo a alguien en mal estado de salud’, ¡y huímos de allí! Yo adoro el mar, pero prefiero estar en una isla desierta que en un yate con concursos de elegancia y vida social.

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