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“Moriré con las botas puestas”: entrevista con Olga Behar

El más reciente libro de Olga Behar, ‘A bordo de mí misma’, pretendía contar la vida de una reportera apasionada por su oficio pero terminó siendo la historia del periodismo colombiano en las últimas décadas. Charla con una escritora que, dice, escarbará verdades ocultas hasta el último día.

21 de diciembre de 2013 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

El más reciente libro de Olga Behar, ‘A bordo de mí misma’, pretendía contar la vida de una reportera apasionada por su oficio pero terminó siendo la historia del periodismo colombiano en las últimas décadas. Charla con una escritora que, dice, escarbará verdades ocultas hasta el último día.

Sucedió en la Cumbre de Países No Alineados de La Habana, Cuba. Olga Behar llenó una solicitud para entrevistar a Yaser Arafat, el líder palestino que luchó contra Israel. Cientos de periodistas llenaron la solicitud. Cientos. Arafat escogería solo a uno para conceder la entrevista. - Te recomiendo ofrecer algo original para no ser rechazada, le dijo una periodista libanesa encargada de las solicitudes. Olga Behar se tomó su tiempo. Enseguida escribió en el papel. “Señor Arafat, ¿cómo le parecería ser entrevistado por primera vez en su vida por una mujer; una latinoamericana; una judía? La libanesa le aseguró que era lo más original que le habían escrito.Pasaron siete días y no sucedió nada. Behar pensó que no lograría esa entrevista soñada. Tenía una tremenda presión encima. Eran tiempos en los que el trabajo en su noticiero dependía de dar una chiva tan poderosa como una entrevista con Arafat. Y lo peor es que en esa Cumbre el reportero de la competencia era el hijo de un expresidente de Colombia, seguro con mil contactos: Andrés Pastrana. La periodista libanesa, inesperadamente, abordó sin embargo a Behar justo en el último día de la Cumbre. La condujo donde un hombre árabe. - El señor Arafat la recibirá esta noche en su casa-, le dijo. Después, antes de despedirse, le dio una nalgada y agregó. - Prepare un buen cuestionario- Arafat llegó tarde a la cita. Tan tarde que dijo que atendería a Olga en la mañana siguiente. Quería dormir. Behar, cuando lo escuchó, se quitó sus zapatos y se acostó en el sofá de Arafat. - Hasta mañana. De aquí no me voy. Llevo 4 horas esperándolo. Que duerma, señor Arafat. Apenas se levante, empezamos. El palestino sonrió. Pidió unas limonadas. Empezó a conversar con Behar. Horas después, cuando ella se lo contó a Pastrana en el avión de regreso a Colombia, la sonrisa del periodista que se convertiría en presidente del país quedó congelada. La entrevista con Arafat la vería medio planeta. Olga Behar hace parte de una generación de periodistas que no aceptaban un no como respuesta a la búsqueda de una verdad. Aquello se concluye después de leer su más reciente libro, ‘A bordo de mí misma, crónicas autobiográficas’, que pretendía ser la historia de una reportera apasionada por el oficio más bello del mundo, pero que terminó siendo un gran trozo de la historia del periodismo colombiano en las últimas tres décadas.Su libro es, sobre todo, la historia del periodismo colombiano. Uno que en su época hacía lo que fuera por encontrar una verdad. Como acostarse en el sofá de Arafat. ¿Ha cambiado esa actitud de ir tras el dato a como dé lugar en el periodismo de hoy?Sí. Ha cambiado mucho. Pero la responsabilidad no la tienen los periodistas. Yo creo que fue la violencia de los años 90. Yo hablo que hay una generación perdida, y es esa generación posterior a la mía en la cual si decías más de la cuenta, te morías. Nosotros no nos moríamos. Fue después de la toma al Palacio de Justicia que empezó la masacre contra los periodistas. Fue justo ahí también cuando me fui exiliada hacia México, mi primer exilio. En mi época, lo que hacían era perseguirnos. A los reporteros nos llevaban a la Brigada, nos detenían dos días, nos quitaban los materiales, nos allanaban el apartamento como me pasó a mí, pero había como un límite. Después del Palacio empezó el todo vale. Años después lo dijo gráficamente Antanas Mockus. Pero yo creo que el todo vale empieza con el Palacio de Justicia y esa frase del general Plazas Vega: Salvemos la democracia, maestro. Salvémosla aunque se mueran 105 personas.Entonces a partir de ahí, así como exterminaron a la Unión Patriótica, exterminaron al buen periodismo. No quiere decir que todos los periodistas se murieron, pero sí el buen periodismo. Y salir de eso ha costado mucho, aunque creo que estamos saliendo. Los buenos periodistas saben que la clave del asunto está en el trabajo de campo, la reportería. Ese es el secreto del oficio. Leyendo su libro uno llega a una conclusión. El país sigue igual, con los mismos problemas. El periodismo tiene las mismas amenazas. A usted, como a muchos reporteros ahora, les chuzaron el teléfono. ¿Qué piensa de ello? El país ha cambiado, pero creo que está peor a lo que estaba antes en un sentido: antes el enemigo de los periodistas estaba focalizado. Era el torturador, ese que estaba en la Brigada. Ahora no está focalizado. Y sí. Las chuzadas a los periodistas son de toda la vida. Lo que pasa es que se volvió sistemático en los últimos 8 años del gobierno anterior, en primer lugar. Y en segundo lugar las mentes macabras, siniestras, decidieron que lo que salía de esas grabaciones debían ajustarlo para desprestigiar a los que ellos consideraban enemigos. En mi época nos chuzaban para saber en qué estábamos. Ahora es para acabar con la honra de las personas y callarlas. Pero de otro lado creo que el país en ciertas cosas está mejor. Creo que el proceso de Justicia y Paz fue nefasto, por la forma como se delineó, pero creo que haber desmovilizado esas cabezas macabras fue bueno. Y este gobierno por lo menos está intentando entender primero que hay un conflicto. Y segundo que en este país las víctimas son cinco millones y hay un proceso de restitución de tierras por concluir. Entonces yo creo que en eso estamos mejor, sobre todo si lo comparamos con los 8 años del anterior gobierno. Hay un asunto en el que el periodismo sí ha cambiado: ya no existe esa competencia afanosa por la chiva. ¿Usted qué piensa?En las décadas del 80 y del 90 todo era ya. Había una evidente competencia por decir la noticia primero. Eso efectivamente ha cambiado. Por Internet. Pero también porque en el periodismo que se hace hoy, sobre todo en televisión y radio, ya no se necesita entrevistar a nadie. Usted se para con la fachada atrás de un lugar, echa dos minutos de carreta y termina diciendo: “sigan ustedes en estudio”. Y ya. No se tiene que hacer ningún esfuerzo. Con que se lea un periódico, escuche un minuto radio, a un reportero le dan un cambio y repite lo que hicieron otros. Me parece tan insulso.Por eso cuando me preguntan si quiero regresar a los medios respondo: no, no quiero. A hacer eso no. Tampoco me quieren contratar. No he tenido una sola oferta. Porque saben que yo no iría a hacer eso. Y además sería una persona muy costosa. Porque no haría tres informes diarios, sino que me demoraría 15 días en producir algo que sienta que valga la pena. Pero en radio y televisión pedir un día más de reportería o edición es imposible. Un día más no existe. Justamente en el libro usted cuenta que tras una visita a la tumba de Jaime Bateman, le cambió la vida: decidió dejar el periodismo del día a día para convertirse en escritora. ¿Cómo venció el miedo de lanzarse al vacío? Porque cuando uno se estrella tan duro contra una realidad, uno tiene que reaccionar. Y yo no quería seguir haciendo ese periodismo en el cual tenía tantas cosas para decir, pero podía decir tan poco. Tenía dos minutos apenas, a veces 50 segundos de un noticiero. Había unas limitaciones muy fuertes. Sobre todo en el último medio para el que trabajé: el Noticiero 24 horas. Eso pese a Mauricio Gómez, que era un tipo talentosísimo, profundo en su trabajo, pero que tenía una carga política que provenía de la orientación política de su padre y de los dueños del noticiero. Entonces era una lucha diaria y librábamos unas batallas tremendas para que nos publicaran. Afortunadamente yo salí del país después del Palacio de Justicia porque ya en esa época la sin razón ideológica fue mucho peor. Los contenidos de los noticieros de los años 86 a 90 fueron tan limitados que la gente no se dio cuenta de lo que estaba pasando en realidad. Por ejemplo: el genocidio de la UP era una estadística diaria. Se cubría con las palabras oficiales: “hechos aislados”. Solamente hace poco nos venimos a enterar que eso hacía parte de un genocidio. Y a usted, convertida ya en una reportera escritora, ¿qué es en realidad lo que la impulsa a escribir? La verdad. Esa es la palabra. Buscar la verdad de algo. Es lo que me impulsa. Generalmente es una verdad que ha estado ahí, pero nadie ha cavado más allá de la superficie para encontrarla. Es eso. Siempre trabajo temas que están en los medios. No son temas originalmente míos. Es algo que está pero que los reporteros no han podido esculcar por el frenesí en el que viven los medios. También hay historias que me llegan, me buscan como si tuviera un imán, como el caso de mi libro ‘Los doce apóstoles’. Pero esa es otra historia. A propósito: ¿existe la objetividad? No, la objetividad no existe. Es un engaño al público. Decir que soy neutral, que no tomo partido por lo que creo, es un engaño al público. Yo defiendo el periodismo de autor, que es aquel que se hace diciéndole a tu público yo soy así, y yo pienso esto. Eso es honestidad. En su libro hay un hilo conductor: sus premoniciones, que la han salvado varias veces de la muerte. ¿Cuál fue su última premonición?Aún me pasa. La última intuición que tuve fue la de entender cuál es mi seguro de vida en este momento. Y mi seguro de vida es responsabilizar, públicamente, a quienes me pueden hacer daño, cosa que los enfurece. Me lo dijo Santiago Uribe en la audiencia abortada de conciliación por la demanda que me interpuso después de publicado ‘Los doce apóstoles’ (en el que se da a entender que Santiago Uribe lideró un grupo paramilitar en Yarumal, Antioquia). Dijo que yo me ponía a decir en los medios que mi vida corría peligro y lo señalaba a él. Pero yo creo que ese es mi seguro de vida. Cuando a mí me preguntan ‘teme por su vida’, yo digo que solamente tengo un adversario. Ni siquiera lo llamo enemigo. Y quiero que la gente sepa quién es, por si a mí me pasa algo. Ahora, la otra intuición que tuve clara fue la de entender que debía desmembrar a mi familia. Saqué a mi hijos del país apenas pude debido a los peligros que genera mi trabajo. En 'A bordo de mí misma' usted cuenta sobre todo su vida en el periodismo, pero poco habla del papel de su familia en esa historia. ¿Por qué? Sí, fue totalmente intencional. Por dos elementos. Primero porque mi vida personal no le interesa a nadie. Y no interesa porque es aburrida. No he tenido 800 novios, no he tenido escándalos porque no me he empelotado en una revista, tengo el mismo marido hace 25 años. Entonces para el escándalo, para lo mediático, es muy aburrida. En segundo lugar creo que entre uno más hable de su vida privada, más vulnerable es frente a los adversarios. Es mejor cuidarse un poco de eso. Pero todo lo que he hecho lo he hecho por mi familia. No solo son muy permisivos, sino que me impulsan, me lanzan al abismo todo el tiempo. Ellos siempre me dicen: estamos contigo en ese abismo. ¿A bordo de mí misma fue una manera de expulsar la rabia, una catarsis? Se lo pregunto porque ahí explica cómo fue perseguida por nadie más ni nadie menos que un Ministro de Defensa, Miguel Vega Uribe. No. Lo que yo siento es mucha rabia pero por lo que le hicieron a este país. A mí por ejemplo me dolió mucho - y lo pensé casi dos días- el calificativo que le iba a dar a Belisario Betancur. Dije: tiene que ser preciso, contundente, corto. Yo no duermo cuando escribo. La mente no te lo permite. O a veces sueño cosas del libro y me levanto y las escribo. Cuando tengo nudos en el desarrollo, que no se cómo desatarlos, muchas veces me los sueño entonces tengo ahí a la mano una linterna y escribo cuando me despierto. Y ese fue un nudo feo. Ese capítulo lo lloré mucho: ‘Amargo noviembre’. Y mucha gente que lo leyó, lloró. Fue tenaz. Y un gran desafío. Calificar a Belisario, que me salvó la vida cuando me advirtió que era mejor salir del país. Pero el hecho de que le salven a uno la vida no puede limitarlo a no decir las cosas por su nombre. Y cuando le puse títere inerme, me dolió. Pero eso fue Belisario. ‘A bordo de mí misma’ narra la historia de una reportera apasionada por este oficio. La Olga Behar de hoy sigue igual, buscando historias que por lo regular la meten en problemas. ¿No ha cambiado esa pasión?No. No ha cambiado. El periodismo en mi vida es eso: una pasión. Moriré con las botas puestas.

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