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Monguí, el pueblo que siempre ha vivido de los balones

Además de ser la localidad ‘más linda de Boyacá’, es reconocido porque desde hace más de un siglo las familias se dedican a coser y vulcanizar balones de cuero. Historia de tradición.

11 de julio de 2014 Por: José Navia Lame | Especial para Colprensa

Además de ser la localidad ‘más linda de Boyacá’, es reconocido porque desde hace más de un siglo las familias se dedican a coser y vulcanizar balones de cuero. Historia de tradición.

En la parte alta del municipio de Monguí, en un recodo de la carretera conocida como el camino a Mongua, viven los esposos José Sierra y Vitalina Mesa. Él cumplió 65 años. Le lleva diez a su mujer. De niños se dedicaban a cultivar trigo, maíz y papa, igual que sus padres, y a cuidar unas cuantas ovejas en la vereda Hato viejo. José Sierra tendría unos diez años cuando escuchó que familias de su vereda se ganaban algunos pesos cosiendo balones de fútbol. Una vez a la semana, los campesinos caminaban dos horas hasta el pueblo con un costal repleto de balones recién cosidos. Allí recibían el pago y un nuevo encargo. Por boca de los vecinos, José Sierra supo que los balones se iban en camión para Duitama. Y que de allí los despachaban para otras partes del país. También le contaron que quienes contrataban a los campesinos eran los hermanos Froilán y Manuel Ladino. Así que a la semana siguiente, José y su familia hicieron parte de la fila, frente a la casa de los Ladino. Froilán y Manuel aparecen paño y sombrero en una antigua fotografía, desenfocada y descolorida, que cuelga en la pared del Museo del Balón. Por ellos este municipio del oriente de Boyacá se convirtió en el mayor productor de balones del país: hay más de veinte fábricas que manufacturan cerca de medio millón de balones al año.El museo funciona en el segundo piso de una casona ubicada junto a la plaza principal de Monguí, a media cuadra de la iglesia. En el primer nivel de la edificación funciona la fábrica de balones Redonda y un almacén en cuya entrada cuelga una veintena de pelotas. Los racimos de balones se exhiben en puertas y balcones de otros cuatro almacenes alrededor de la plaza, junto con las banderas de Colombia y algunas camisetas de la selección. La plaza misma contiene esculturas alusivas al balón talladas en piedra por artistas locales. En un extremo se ve la obra de Napo Argüello llamada Cosedora de Balones. Fue instalada en 1995. En el otro lado del parque, dos manos atenazan una esférica, igual a como lo hacen los arqueros cuando salen a cortar un centro. Esta última escultura formó parte del homenaje que el municipio les rindió a Froilán y Manuel Ladino, en octubre del 2006 durante el Primer Festival del Balón. La fiesta de San PascualEl fundador y dueño del museo y de la fábrica Redonda es Édgar Ladino, nieto de Manuel. Édgar suspende su trabajo por unos minutos para hacer de guía por el museo. Por la ventana del segundo piso se ve la plaza adoquinada, las montañas lejanas, las facha- das blancas y el techo de teja. Una mujer de ruana y sombrero camina sin prisa en dirección a la catedral. Frente al museo, pero al otro lado de la plaza, se levanta el edificio en piedra de la Alcaldía.Édgar Ladino cuenta que todo comenzó hacia 1932. Cuando estalló la guerra con Perú, el Ejército reclutó a Froilán Ladino, quien era entonces un aprendiz de talabartero. El barco en el que viajaba el joven soldado navegó aguas arriba, por el río Amazonas, hasta llegar a Leticia. Al parecer, nadie le preguntó a Froilán los detalles de su aventura. Lo cierto es que en algún lugar de la frontera brasilera conoció a otros talabarteros expertos en la fabricación de balones de cuero. Cuando regresó a Monguí, el muchacho traía en su maleta algunos cascos de cuero y una muestra de la vejiga que usaban los balones brasileños. Otra versión, sin embargo, asegura que Froilán aprendió la técnica a partir de unos balones de fútbol americano que conoció en la talabartería donde trabajaba, en el centro de Bogotá. En todo caso, Froilán instaló una curtiembre en la vereda Reginaldo, mandó a fabricar unos troqueles para cortar las piezas de cuero, al tiempo que experimentaba con moldes metálicos para producir la vejiga que le da forma al balón. Hasta que descubrió los secretos. Entonces le enseñó a un grupo de campesinos a coser los 12 cascos de cuero y a fabricar las maniguetas para poder tensar el hilo sin dañarse las manos. Les entregó agujas, leznas, cáñamo y cera de abejas para impedir que el hilo se resbale. “La gente hacía fila desde las 6:00 de la mañana en los talleres del barrio Divina Misericordia para recibir los cascos de cuero. Esa plata les ayudaba para el mercado. Incluso hay gente que pagó la universidad con pura costura de balones”, dice Édgar Ladino. Los esposos José Sierra y Vitalina Mesa todavía viven de la costura de balones. El dinero les alcanzó para criar a sus cinco hijos. Ya todos se fueron de la casa, de modo que ahora pueden ahorrar durante un año para organizar fiestas familiares en honor a San Pascual Bailón. Lo veneran. Tienen un altar del monje franciscano en la sala de la casa y en cada jolgorio pican dos reses y encargan varias arrobas de chicha. José Sierra dice que la fiesta de este año ya está asegurada. Una de las fábricas para las cuales trabaja le anunció que llegó un pedido de cien balones de cuero. Mientras su esposo se pone las maniguetas para comenzar a trabajar, Vitalina cuenta que en la vereda donde nació, los campesinos cosían balones mientras cuidaban las ovejas y el ganado. “Por las noches charlábamos y cosíamos balones en la cocina después de la comida. A veces nos reuníamos varios vecinos, con lámparas de gasolina y se hacían apuestas al que cosiera un balón más rápido”, dice. La huída de FroilánLa industria de los balones creció más rápido de lo esperado. Hacia 1945 Manufacturas Ladino, la empresa de Froilán y Manuel, utilizaba a 350 familias campesinas en maquila. Además, tenía 80 obreros en planta y un buen número de vendedores en todo el país. “Todos los viernes salían 3500 balones, especialmente para la Costa”, dice Édgar. La empresa estaba en pleno crecimiento cuando se desató la violencia entre liberales y conservadores. Monguí era conservador. Y como Froilán era un liberal de cepa (hasta en la corbata roja que se ponía los domingos para ir a misa) tuvo que huir a Duitama. Luego se puso a mercadear los balones por todo el país. Manuel se quedó al frente del negocio. Años más tarde, algunos trabajadores y los hijos de Manuel y Froilán montaron sus propias fábricas de balones. Manuel —cuenta su nieto— comenzó a fabricar una réplica del balón Soria, el más famoso de la época, de manufactura ecuatoriana, pero lo bautizó Supersoria, para evitarse demandas. Pero hace doce años, Manuel Ladino, quien entonces bordeaba los 91 años, tuvo que ir a la fiscalía de Sogamoso a rendir indagatoria en un proceso judicial por usurpación de marcas y patentes. Según los periódicos de la época, las empresas Molten, Mikasa y Golty demandaron a las fábricas de Monguí por utilizar su marca. La fábrica de Golty, paradójicamente, está ubicada en Monguí, debido a la alta calidad de la mano de obra. Hoy existen más de veinte fábricas de balones en este municipio. Algunos de los propietarios calculan que aquí se produce más de medio millón de balones al año, actividad que da trabajo directo e indirecto a mil personas. Con la aparición de nuevos materiales, el balón de cuero fue reemplazado por el vulcanizado, que usa materia prima sintética y un proceso industrial. Algunas empresas se modernizaron y exportan este producto a países vecinos, especialmente a Venezuela, donde el mercado crece, alentado por la buena presentación de su selección de fútbol en torneos internacionales. En la actualidad, casi toda la producción es de balón vulcanizado. Chistes de pelotasCon la irrupción de las máquinas, el balón cosido a mano pasó a ser casi que una reliquia. José Sierra dice que en el pueblo quedan unos diez artesanos dedicados a este oficio. Casi todo su trabajo está dedicado a balones conmemorativos que les encargan grandes empresas. A veces elaboran réplicas de la pelota con la que se jugó el campeonato mundial de 1930, en Uruguay. Pero, incluso, la elaboración de pelotas sintéticas se ha visto afectada debido a la importación de productos chinos. Édgar Ladino dice que las pelotas chinas llegan casi a mitad de precio, pero que son de inferior calidad y, en la práctica, no tienen garantía. Por esa razón, el Mundial de Brasil y la brillante actuación de la selección Colombia han sido una bendición. Los pedidos se dispararon en el primer semestre, de modo que a duras penas sacaron tiempo para ver algunos partidos.Uno de los favorecidos con esta fugaz bonanza es Germán Peña. Es dueño de balones Gegol. Trabaja con seis familias satélite y más de diez empleados en los talleres. Produce 300 balones diarios y exporta desde hace ocho años a Venezuela. Para la muestra, enseña un balón encargado por el “Gobierno Bolivariano de Monagas”. La relación con los balones es tan arraigada en este municipio que, incluso, tienen dos viejos chistes que les cuentan a los periodistas que, de vez en cuando, se asoman por el pueblo. “Monguí es el único lugar del mundo donde los hombres trabajan en pelotas y las mujeres en bolas”, dice Hernando Orozco, encargado de la oficina de cultura y turismo del municipio. Sonríe antes de soltar el segundo apunte: “En Monguí, los cosedores de balones trabajan con tecnología de punta… de punta de aguja y de lezna”.En la casa de José Sierra y Vitalina Mesa ha llegado la hora de regresar al trabajo después de un almuerzo en el que abundaron las habas, las legumbres y la papa. El artesano dice que a pesar del vulcanizado y de los balones chinos, el arte y los secretos del balón cosido a mano seguirán siendo uno de los patrimonios del pueblo.

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