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Isabel Rentería, una educadora con cinco nietos, lideró un gran cambio de vida para los niños Awá, en Tumaco. Lo hizo desde su casa, con un celular. | Foto: Giancarlo Manzano / El País

NIÑOS

Isabel Rentería, la educadora 'súperheroína' de un grupo de niños en Tumaco

Isabel Rentería, una educadora con cinco nietos, lideró un gran cambio de vida para los niños Awá, en Tumaco. Lo hizo desde su casa, con un celular.

24 de enero de 2019 Por: Isabel Peláez / Reportera de El País 

En la selva de Tumaco, luego de varias horas navegadas por el río Mira, niños indígenas Awá, afros y mestizos de veredas lejanas del Alto Mira y la frontera entre Colombia y Ecuador, deben subir una loma de barro de 300 metros para llegar a su escuela, el Centro Educativo indígena Awá Quejuambí. Sus pequeños cuerpos fatigados deben saciar su sed en charcos, porque la potable allá no llega.

Isabel Rentería de Gutiérrez, una educadora jubilada, supo de esta ‘escuela del olvido en Tumaco’ por una nota del Noticiero Caracol, el pasado 20 de octubre. Allí, el profesor Óscar Andrés González, contó que muchas veces le tocó suspender clases porque el bote que transportaba a sus alumnos por el río se dañaba. Que la última vez le había costado $5.800.000 el arreglo de la embarcación escolar.

“Cuando vi a un niño pidiendo a gritos que lo ayudáramos porque quería ir a clases, mientras que a nuestros niños les dan día libre y saltan en una pata, porque lo tienen todo, lloré”, dice Isabel, quien se conmovió, además, por las pobres condiciones en que los pequeños recibían clases.

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En la nota de televisión Óscar, el maestro de La Espriella, vereda de Tumaco, contó que hizo hasta una fiesta para recaudar el dinero para arreglar el bote, pero que había quedado endeudado y pensar en comprar uno nuevo — que cuesta $ 19 millones— era “imposible”. Tal vez era imposible para ellos, pero no para Isabel, para quien “lo que se hace con pasión, amor y honradez, se logra siempre”.

En su corazón de madre, abuela y maestra, sintió el pálpito de ayudar a esos niños con los ahorros de la Asociación Preescolar del Valle a la que perteneció durante años y de la que fue presidenta muchas veces.

“Mi primer pensamiento miserable fue enviarle al profesor los dos millones que quedó debiendo, pero dije, ‘no, ellos necesitan más’. Contacté a la periodista y a alguien que me asesoró en el tema de los motores. El padre Marcial Gamboa consiguió a un artesano para hacer el bote que costaba $ 12 millones y medio, el motor valía $ 19 millones y medio. Y nosotros teníamos esa plata”, cuenta.

“En 1991 con la Asociación Preescolar del Valle hicimos un congreso que tuvo 1500 participantes de 16 países, con los fondos de este evento se compró una casa y se creó una escuela para niños sin recursos en un barrio humilde de Cali. Luego se alquiló para niños especiales de una fundación. Hace cinco años nos entregaron el inmueble que vendimos y nos quedó esa plata que reposaba en el banco sin oficio ni beneficio, y con la cual hacíamos pequeñas obras, como donar computadores a una escuela. Pero como yo soy la representante legal, y ya no tengo 15 años, mi preocupación era ‘si me muero el Estado se queda con el dinero’. Esa plata estaba durmiendo en los laureles esperando una obra que tuviera que ver con educación. En mejores manos no podía quedar”, piensa hoy el ángel de estos niños, quien pronto se contactó con miembros de comunidad.

El hermano Marcial Gamboa, misionero claretiano en Tumaco, y el profesor Óscar Andrés González la pusieron al tanto de las necesidades de los niños. “Ellos me contaban por teléfono lo que iba pasando y yo desde aquí mandaba.... mandaba la plata”, bromea la filántropa.

El hermano Marcial, quien llegó de “la cola del mundo”, como dice Isabel, a visitarla a Cali, asegura que lo conmovió escucharla decir, después de hacer su magnífica obra: “Ya puedo morir en paz”.

Ella misma consiguió al constructor del bote, que debía medir 14 metros de largo por dos metros de ancho, el motor fuera de borda Yamaha 75 y 45 chalecos salvavidas (que llevan el nombre de la comunidad).

Pero no contenta con eso, al ver que “estos niñitos comían en el piso y en una tabla, les mandamos 15 mesas y 60 asientos, y hasta nos dieron descuento y pudimos comprar 8 asientos más”.

A ella, desde Tumaco, le mandaban fotos del paso a paso. Le contaban que los padres de familia acompañaban al señor que construyó la barca, dos en la mañana y dos por la tarde, y que las madres llevaban la comida. Fueron siete días construyendo el bote que llevaría a 80 estudiantes con sus profesores a su escuela. Los propios niños subían como hormiguitas las mesas y los asientos que les servirían de apoyo para sus deberes estudiantiles.

Aún insatisfecha, Isabel quería darles mucho más. Cuando supo que los pequeños debían beber de charcos, consiguió a través de una fundación internacional unos filtros para suministrarles agua potable.

Así que en febrero próximo, cuando lleguen en su bus flotante a su mágica escuela en la selva, los 80 niños Awá, tras su ardua caminata, encontrarán 80 litros de agua fresca diaria.

“Están conmovidos y agradecidos hasta el alma por esta obra para los niños que no tienen nada, en nombre de los niños que tienen mucho”, dice Isabel, invadida de la alegría que produce el dar a otros. Una alegría que ella no podrá constatar con sus ojos, pues asegura que para llegar a La Espriella, “donde el diablo pegó tres gritos y le contestaron cuatro”, la tendrían que llevar en helicóptero, porque en sus condiciones físicas le queda difícil llegar por otro medio.

Sin embargo, a sus manos han llegado cartas con sobrecitos llenos de agradecimientos y dibujos. Y ella ha hecho un folder para guardarlas. “Los niños del centro educativo indígena Awa Quejuambí les agradecemos por darnos el bote y el motor 75 y que Dios las bendiga siempre, gracias, y que nunca vamos a perder clases”, decía uno de los emisarios de las misivas a Isabel y sus socias de la Asociación Preescolar del Valle.

“Este es mi cierre con broche de oro de mi carrera de educadora”, dice esta bogotana que hace 55 años vive en Cali, que ha dedicado 45 años a enseñar y que a donde quiera que va se encuentra con sus otros hijos, alumnos de su jardín Pulgarcito.

Isabel Rentería presenta su libro ’¡Bienvenido, bebé!’, una guía para criar bebés sanos, felices e independientes, entre 0 y 24 meses, dirigida a mamá, papás y cuidadores. Informes: 3166914828.

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