SANTA MARTA
Conozca Boca de Saco, la misteriosa playa nudista de Santa Marta
Ubicada en el Parque Tayrona, es visitada sobre todo por turistas extranjeros. Atreverse a disfrutarla es también una manera de liberarse de los miedos.
Han pasado 25 años de mi matrimonio, es decir que con mi esposa celebramos las bodas de plata y Santa Marta fue el destino elegido para ello: económico, con gran variedad de lugares para disfrutar y, encima, con una playa nudista. Era lo que en realidad queríamos conocer. Incluso era un sueño pendiente que teníamos en común.
Llegar fue sencillo. De la zona de El Rodadero tomamos un taxi hasta la plaza de mercado. Allí nos subimos a un bus que cubría la ruta al Parque Nacional Natural Tayrona. Después de pagar la entrada al parque y escuchar la respectiva charla sobre la importancia de cuidar la naturaleza, no dejar la basura en la playa, tomamos otro automóvil que, en aproximadamente diez minutos, nos condujo hasta un sendero. Es ahí donde empieza la aventura.
Para llegar al Cabo San Juan, que es donde está la playa nudista, se debe caminar durante tres horas. Pero vale la pena. Se pasa por paraísos como Arrecifes, donde el mar es de un azul intenso, con olas de tamaño mediano, grandes rocas, decenas de turistas y ventas de comida, de artesanías, de gafas.
Unos minutos después está el sector conocido como La Piscina. Allí pareciera que el mar permaneciera dormido. Efectivamente, como una piscina. Es un lugar ideal para llevar a los niños o bucear. No hay olas por supuesto. Tampoco rocas.
Y, una vez se llega al Cabo San Juan, se debe caminar apenas 20 minutos más para disfrutar del lugar en donde todos están como llegamos al mundo: desnudos. La playa nudista se llama Boca de Saco.
Como nuestro plan era ver el amanecer en esa playa cargamos, además de agua suficiente, protector solar, enlatados para el almuerzo, la cámara y una carpa.
Extrañamente, apenas pisamos la playa nudista, nos sentimos extranjeros en nuestro propio país. Son más los turistas europeos que se instalan en la zona de camping, que los colombianos. Sin embargo rápidamente esa sensación de sentirse un extraño desaparece para dar lugar al disfrute.
La playa nudista es en realidad un paraíso de rocas enormes, palmeras de un verde viche y al fondo, la espesa selva. La brisa del mar espanta el calor de la caminata. Sí, efectivamente es un lugar para enamorados.
En la noche es quizá cuándo más se comparte con los otros visitantes. Primero conocimos unos barranquilleros con los que nos tomamos unas cervezas y después, una botella de tequila. El arrullo de las olas se mezclaba con la música del reproductor portátil que alguien llevó. Éramos los únicos nacionales en medio de grupos y parejas de extranjeros. Nunca olvidaremos esa mágica noche a la luz de la luna.
A la mañana siguiente tomamos la decisión de disfrutar entonces de la playa nudista. Sin pensarlo mucho y con grandes expectativas, iniciamos el recorrido a lo desconocido.
Desde la zona de camping del Cabo San Juan caminamos 20 minutos observando hermosos paisajes, aunque también agrestes y peligrosos. Hasta que nos topamos con un letrero de miedo: “No sea una más de las 100 personas que se han ahogado en esta playa”. Un mensaje muy intimidante para ser la bienvenida a una playa nudista.
Tal vez por eso, nos tomamos de la mano por instinto, pasamos por debajo de unos árboles y al levantar la mirada, ahí estaba: una playa deslumbrante de arena de color blanco hueso, con una olas tan grandes y violentas que la verdad, no invitan a entrar al mar. Además hay grandes raíces secas enterradas en la playa formando figuras abstractas que se sumergen hasta quién sabe donde.
En ese punto no vimos a nadie más en la zona. De hecho teníamos la sensación de estar completamente solos en el mundo. Como si fuéramos los únicos sobrevivientes de un naufragio.
La escena me recordó aquella película ‘Laguna Azul’, del año 1980 protagonizada por Christopher Atkins y la hermosa Brooke Shields.
La expectativa en todo caso era diferente. Pensamos que la playa estaría repleta de extranjeros desnudos, con vendedores a lado y lado. En cambio, la soledad se imponía.
Antes de quitarnos la ropa decidimos caminar un rato por la playa para conocer y ubicar un buen punto dónde dejar las cosas. Llegamos hasta un gran árbol y con sorpresa vimos que, pese al silencio, no estábamos solos. A unos 200 metros había una pareja. Desnudos, por supuesto. Iban tomados de la mano caminando por la playa. Fue en ese momento cuando decidimos hacer lo mismo. Nos quitamos la ropa mientras nos reíamos con cierto nerviosismo. La pareja se perdió de nuestra vista así que la playa volvió a ser nuestra.
Eran las ocho de la mañana y le propuse a mi esposa hacer las fotos artísticas que ilustran esta historia. Las fotos que siempre quisimos hacer.
Sin perder tiempo ella, con más decisión que yo, se quitó todo. Yo al contrario decidí quedarme en bóxer por comodidad para hacer las fotos. La playa es tan hermosa, que donde se ubicaba ella la foto funcionaba. Durante dos horas hicimos las que considero son mis mejores fotos de desnudos.
Estábamos tan satisfechos con los resultados que quisimos elegir cuál podría ser la mejor foto en la pantalla de la cámara. Nos concentramos tanto en la elección que olvidamos por unos minutos dónde estábamos.
De repente, frente a nosotros y a pocos metros, estaban dos hombres totalmente desnudos, trigueños, de unos 30 años aproximadamente. No supimos qué hacer, ni qué decir. Ellos nos miraron, sonrieron y como si nos conociéramos, preguntaron:
–¿Cómo quedaron las fotos?
Un poco confundido dije ¡súper! Sonriendo, levantaron sus manos para despedirse y siguieron su camino. Algo sí debo confesar: nunca bajé la mirada y tampoco vi que ellos lo hicieran. No sé qué hizo mi esposa en ese momento, pero creo que ella sí lo hizo por el comentario que hizo después...
Estar como Dios me trajo al mundo a los 45 años es un gran reto. Pero también es una manera de liberarse de prejuicios.
Guardé la cámara y tomé a mi esposa de la mano para buscar un sitio donde descansar. Con sorpresa empezamos a ver que había más personas disfrutando de la playa. No voy a negar que fue incómodo, pero curiosamente nadie nos miró. Como si fuéramos invisibles. Eso nos dio tranquilidad.
A la mañana siguiente empacamos e iniciamos nuestro camino de regreso. Nos sentimos una pareja afortunada, con una bonita experiencia para contarle al mundo. Una pareja, además, liberada de miedos absurdos.