Mientras tomo un sorbo de viche, Yovy Aragón Hurtado me mira con expectativa. El sabor es dulce, fuerte, tanto, que alcanzo a sentir un cosquilleo ardiente que desciende por el pecho, un picor en el paladar que invita a una segunda copa. Él se sonríe.

— ¿Se podría decir que el viche es el aguardiente del Pacífico? —le pregunto a Yovy, maestro de esta bebida ancestral del pueblo afrocolombiano.

— De alguna manera, sí. El viche representa una manifestación cultural del Pacífico, que se ha mantenido por 500 años. La bebida la trajeron a Colombia nuestros antepasados africanos y simboliza nuestra resistencia. Por muchos años, a quienes producíamos viche nos perseguían. Las autoridades la consideraban una bebida ilegal por su carácter artesanal. Nos trataban de ‘chirrincheros’, como dando a entender que producíamos y tomábamos un trago menor. Ahora hay una ley que protege al viche, que se convirtió en una metáfora de la resistencia histórica de los negros para conservar su cultura —dice Yovy.

Es miércoles, en la tarde, y nos encontramos en el punto de venta de Curachón en el Centro Comercial Unicentro de Cali. Curachón es la primera empresa del Valle del Cauca en obtener el registro sanitario del Invima para el viche, la segunda en Colombia. Decenas de emprendimientos más adelantan el proceso. Entre los cuatro departamentos que producen viche —Cauca, Valle, Chocó y Nariño— hay por lo menos 1200 vicheros. Desde la selva del Pacífico, la bebida llegó para quedarse en los centros comerciales de Colombia y el mundo. ¡Salud!

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— El viche es una presencia permanente en la vida del negro – dice Yovy.

Tanto en las fiestas como en los velorios, se toma viche. Con el trago se festeja o se llora. También se cura. A los niños, antes de ir al campo, les dan una copa de curado, un derivado del viche a base de hierbas que, aseguran los viejos, previene enfermedades selváticas. Para las mujeres que tienen problemas de fertilidad, la tomaseca —una maceración del viche con diversidad de plantas— abre caminos.

— Mi relación con el oficio del vichero nace en el entorno familiar, guiado por las manos y la sabiduría de mi padre, Víctor Aragón, quien me enseñó desde muy joven el arte de sacar el viche. Él me transmitió no solo la técnica, sino el respeto por la tierra, el valor de la comunidad y el profundo significado cultural y espiritual de esta bebida. El aprendizaje fue completamente oral y vivencial, a través de la observación, la práctica y el compartir colectivo. Esa fue mi escuela: el monte, el trapiche, el alambique, el fogón de leña y, sobre todo, la palabra del mayor. La del viche es una cultura que se transmite generación tras generación —dice Yovy, quien nació en territorio vichero: Zacarías, en la zona rural de Buenaventura.

La diversión de Yovy era acompañar a su padre a sembrar y después cortar la caña amarilla con la que se produce el viche, un cultivo que en su caso, jamás lleva químicos. Después inicia la preparación de la bebida, que en el pueblo afro es casi como una ceremonia: se muele la caña para extraer el zumo, un guarapo fresco, se almacena durante 20 días en promedio y se procede a hacer la destilación. Para hacer sus derivados, se le agregan otros ingredientes, como bejucos y hierbas, dependiendo de las bebidas que se pretendan preparar.

Ahora Yovy me invita a un trago de crema de viche con coco, un coctel dulce, espeso, pero refrescante. La textura, el sabor, se asemeja al Baileys.

—Inicialmente, todos estos productos eran de consumo propio del territorio afro, pero poco a poco se fueron dando a conocer y muchas personas comenzaron a interesarse y a consumirlos. El auge se consolidó con el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez; fue la ventana para que se reconociera no solo el viche, sino otras expresiones culturales, tanto a nivel nacional como internacional —dice Yovy.

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Teresa de Jesús Hurtado Mesa preside la Asociación de Embajadores Vicheros del Pacífico, que reúne a 25 empresas de los cuatro departamentos productores. Todas ya están acreditadas por el Ministerio de Cultura como vicheros en ejercicio y adelantan el trámite para lograr el registro sanitario del Invima.

—Este registro representa tranquilidad para comercializar nuestros productos, pero sobre todo reconocimiento del mismo Estado que en el pasado condenó al viche, lo persiguió y lo llamó ilegal —dice Teresa.

Yovy Aragón, quien con su empresa familiar ya consiguió el registro (Curachón fue la primera en el Valle en lograrlo, la segunda en Colombia después de Mano de Buey, del maestro vichero Onésimo González Biojó en Tumaco), también se dedica a asesorar a otros vicheros que adelantan el trámite.

—No es difícil obtener el registro Invima para el viche —explica Yovy con la voz de la experiencia.

El consejo comunitario de cada comunidad debe certificar que la persona es sacadora de viche en el territorio. Ese certificado es enviado al Ministerio de Cultura, que emite una acreditación que dice que ese vichero cumple con los requisitos. El producto debe enviarse a un laboratorio para realizar unas pruebas que determinan si es apto para el consumo humano. También debe adjuntarse documentación como la ficha técnica del producto, registro de marca, y cumplir con lo que exige Invima: hacer adecuaciones del espacio donde se selecciona la caña, que haya una secuencia del proceso, que las herramientas que se usen sean en acero inoxidable.

En Curachón ya trabajan ingenieros de alimentos, por lo que el conocimiento ancestral, tradicional, se junta con el académico y científico. La empresa genera 20 empleos directos e indirectos.

La conformaron los padres de Yovy, Víctor Aragón y Yolanda Hurtado, ambos maestros vicheros de diferentes zonas y formas de preparar la bebida, lo que lo enriqueció todo. Él, de Buenaventura; ella, del Chocó. En 2017 se formalizaron. Era una necesidad. Los pedidos crecían y, para vender en grande, requerían estar constituidos como empresa. La Gobernación del Valle, con su programa ValleINN, los apoyó con los recursos para tramitar el registro Invima.

Gracias a eso, sus productos se comercializan tanto en el Valle del Cauca como en Cundinamarca. La empresa también tuvo un registro en Estados Unidos, pues la meta es exportar. Yovy hizo parte del programa YLAI, del gobierno de Estados Unidos. En Atlanta compartió experiencias con empresarios americanos, y en 2024 fue invitado a la Primera Cumbre Binacional de Líderes Afrodescendientes de las Américas como vocero de la cultura afrocolombiana y del oficio del viche.

—Mi trabajo también está vinculado a la recuperación de prácticas agrícolas tradicionales, especialmente en torno al cultivo de la caña amarilla. Hemos hecho esfuerzos comunitarios para evitar la pérdida de esta variedad, cuidándola desde la siembra hasta la transformación, garantizando que la saca de viche no sea una actividad extractiva, sino una práctica regenerativa, sostenible y culturalmente consciente. Además, me he dedicado a la transmisión del saber con jóvenes del territorio, enseñando el proceso completo de la saca, el uso de las plantas, la importancia del fogón, la espiritualidad de la bebida y el cuidado del entorno. Realizamos talleres, mingas de saberes y encuentros intergeneracionales que fortalecen la memoria colectiva y garantizan la continuidad del legado —dice Yovy, mientras yo tomo una última copa de viche, como recordando que la bebida es fiesta, pero también cura.

Yovy me observa con la misma expectativa del inicio, como si supiera que con ese último trago también me llevo un pedazo de su historia.