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Un superhéroe en miniatura

Se llama Diego Martínez, es el primer ganador de la beca Grauwe y su vida es una bella historia de otro planeta.

22 de agosto de 2010 Por: Redacción de El País

Se llama Diego Martínez, es el primer ganador de la beca Grauwe y su vida es una bella historia de otro planeta.

¿Y si no tuviera que pensar en cómo hacer para que sus papás al fin tuvieran una casa propia, ni en solucionar el problema de transporte para llegar a la universidad, ni en cómo pagarle una carrera a su hermano menor, cómo se daría gusto?Diez, doce, tal vez quince segundos después de mantenerse casi petrificado, Diego Alexánder Martínez deja escapar un resoplido largo que lo desinfla sobre la silla. “No sé. No se me ocurre nada”. Una de las mentes más brillantes de la universidad Icesi, quizás uno de los cerebros más prometedores que ahora se forman allí, había quedado desarmado con la pregunta, en apariencia, más sencilla de toda la entrevista. A los veinte años, otro chico cualquiera habría podido dar una respuesta casi de manera instintiva: unas vacaciones, un auto, algo así. Pero a él, que estudia quinto semestre de Economía con énfasis en Políticas Públicas, que tiene un promedio de 4,47, que aparece en el cuadro de honor de la universidad, que es monitor en Teoría de Microeconomía, uno de los mejores 80 Icfes del 2008, no se le ocurrió absolutamente nada que no tuviera que ver con la resolución de un problema mayor. ¿Es el ocio un estado desconocido para un genio en gestación?Las manos heladasHace dos años Diego fue ganador de la beca Grauwe, que le concedió la posibilidad de cursar Economía en el Icesi. La beca es auspiciada por el profesor Paul De Grauwe, un economista de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), que decidió pagarle la carrera a un alumno colombiano de bajos recursos que demostrara interés especial en dicha área de estudio.El muchacho había visto el anuncio en un cartel pegado en una de las paredes del colegio Inem, donde había cursado el bachillerato. Tenía que cumplir cuatro requisitos: calificaciones sobresalientes, vivir en estrato uno o dos, que los ingresos familiares no superaran 2,5 salarios mínimos y escribir un ensayo explicando por qué creía que merecía la ayuda. Diego, entonces, solo necesitaba escribir.En un computador prestado relató parte de su vida. Y luego fue entrevistado. Los evaluadores supieron, por ejemplo, que a los nueve años vendió cholados con su papá. Que juntos recorrían el centro de Cali y que por un tiempo tuvo que dejar de estudiar para ayudar en la casa. Que repartió bloques de hielo a los heladeros y que con sus papás vivieron en muchas partes: Aguablanca, el Centro, en la fábrica de hielo. Que con lo que ganaba se pagó la matrícula para volver a la escuela y que estando en quinto de primaria, por sus buenos resultados, la Fundación Club Kiwanis Sultana del Valle, le patrocinó el bachillerato en el Inem. Que allí, en séptimo grado, fue escogido para hacer parte de un programa de talento matemático en el que le fue tan bien que lo promocionaron para que pasara directo a noveno grado. Que en todo ese tiempo siguió trabajando en revuelterías, cargando mercados, haciendo mandados. Y que allí, en la calle, se había dado cuenta de que sin transformaciones personales no eran posibles las transformaciones sociales. Crispetas en la cabezaDiego mide 1,63. Tiene brazos anchos y manos gruesas. Las cejas se le juntan en una misa línea y el cabello, en una rebeldía natural, se le desparrama sobre la cara. Vestido de jeans y tenis blancos parece el álter ego de un superhéroe. Una suerte de Clark Kent en miniatura que esconde bajo aquella apariencia de monaguillo intelectual un tipo capaz de cosas sobrenaturales. Quizás lo sea. Además de ser monitor de una cátedra para alumnos de tercer semestre, Diego también es monitor de la biblioteca. Parte de la manutención de su familia, que vive en una casa de dos cuartos en Marroquín (Distrito de Aguablanca), depende de él. Así que el chico trabaja mientras estudia. Todos los días toma dos buses para llegar a tiempo a la universidad, donde casi siempre sus jornadas se extienden por doce o catorce horas: tiene la responsabilidad de mantener un promedio alto para conservar los trabajos y la beca. Pensarlo en un parque pateando un balón o frente a una consola de juegos es, entonces, como imaginar a Superman sentado sobre una roca de kriptonita. A veces, en vacaciones, una de las mentes más brillantes del Icesi vende crispetas en plazas y ferias. En las vacaciones de segundo semestre las vendió cerca del CAM para poder comprarse un computador portátil. El computador, hace poco, se lo intentaron robar y le clavaron un puñal en el hombro. Éste, claro, no es un hombre de acero. Pero sí de convicciones inoxidables; lo de las crispetas también tiene un propósito: enseñarle a su hermano que en el camino de la vida de nada sirven los atajos.Por estos días en la cabeza de Diego estallan cálculos. Quiere comprarse una moto. No es un gusto sino un asunto práctico: necesita más tiempo para estudiar Derecho de manera simultánea. Algún día, asegura, trabajará en el sector público. Quiere ayudar para que cambien cosas. Para que las oportunidades en vez de singularidades extraordinarias, se conviertan en cotidianidades posibles. “Una visión de futuro sin acciones, es sólo un sueño”, dice en medio de la charla. Los héroes, debe ser cierto, sin importar el tamaño, no tienen tiempo para el ocio.

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