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Jhon Harold Rodríguez es uno de los talentos de la orquesta sinfónica del Tecnocentro Somos Pacífico. | Foto: Foto: Aymer Andrés Álvarez - El País

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Tecnocentro Somos Pacífico: la historia del proyecto que trabaja para reconciliar a una Cali dividida

El Tecnocentro Somos Pacífico, en Potrero Grande, cumple diez años dedicados a ofrecerles oportunidades a los jóvenes del oriente.

26 de marzo de 2023 Por: Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes

 — Yo entré al Tecnocentro Somos Pacífico por un propósito distinto al de la mayoría – dice Fabián Mauricio Velasco, asistente de producción del noticiero 90 Minutos.

— Yo quería jugar Play. Tenía 12 años y en el Tecnocentro había consolas de videojuegos. Buscándolas, llevé los papeles para inscribirme. Pero resulta que me equivoqué de salón y entré al Club House. Esa equivocación me cambió la vida.

Fabián Mauricio es del Patía, un municipio del departamento del Cauca. En una Semana Santa, llegó a Cali con su mamá. A ella se le acabó la plata al final de aquel viaje. Entonces consiguió un trabajo y se quedó en la ciudad. Durante varios años vivieron en una invasión llamada Brisas del Cauca. Hasta que a su mamá la censaron y le entregaron una casa en Potrero Grande, el barrio donde está el Tecnocentro Somos Pacífico que en este 2023 cumple diez años de existencia.

— El Tecnocentro fue mi lugar de escape. Soy hijo de una madre cabeza de familia, por lo que ella debía trabajar todo el día. Para no quedarme sin hacer nada en la casa, solo, me iba para el Tecnocentro. Al principio dos veces a la semana. Después, todos los días.

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Gracias a lo que aprendió en el Club House, Fabián Mauricio y su mamá montaron por primera vez en avión. Todo sucedió después de que lo invitaran a Estados Unidos para que presentara un invento que había creado en sus clases de robótica. Para sacar la visa, debía viajar a Bogotá. Fue en avión, con su mamá. Ella estaba emocionada y asustada. Cuando hacían la fila en la embajada, a Fabián Mauricio se le dañaron los zapatos. Se le desmoronaron. Como si fueran una galleta de diciembre, en marzo. Ahora se carcajea, pero en ese momento se preocupó.

En Estados Unidos estuvo durante una semana. Allá expuso un simulador para videojuegos de carreras, un timón, que fuera asequible para el bolsillo de los jóvenes que no tenían cómo comprar un simulador de grandes marcas. Los pedales eran los de una bicicleta. El videojuego que jugaba Fabián Mauricio se llama Need For Speed Underground, un clásico.

— Ir a Estados Unidos fue una experiencia increíble que me amplió el panorama. Yo pensaba que el mundo eran los cuatro barrios de Cali donde mantenía y El Patía. Por eso ahora que el Tecnocentro Somos Pacífico cumple diez años, escribí algo. Lo definí como un oasis de oportunidades, el lugar donde los jóvenes de Potrero Grande y los barrios aledaños tienen una posibilidad de soñar, salir adelante, romperla. En el Club House encontré mi destino. Allí me enseñaron a editar videos y me llevaron al noticiero 90 minutos para que tuviera la experiencia de ser reportero. Me gustó y por eso decidí estudiar Comunicación Social. Estoy en noveno semestre.

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Al teléfono está María Eugenia Garcés, la presidenta de la Fundación Alvaralice. Cuenta la historia de la aventura que implicó construir el Tecnocentro Somos Pacífico, una obra que en su momento requirió cinco millones de dólares.

La idea inicial fue de una monja, la hermana Alba Stella Barreto, una religiosa franciscana que llegó al barrio Marroquín del Distrito de Aguablanca de Cali donde, debajo de un árbol, convocó a las mujeres. La mayoría de las que llegaron eran menores de edad embarazadas y con otros hijos de la mano. La hermana comenzó trabajar con ellas para que lograran una independencia económica y no tuvieran que soportar maridos maltratadores.

— Nosotros, los Franciscanos, vinimos para hacer un trabajo por las clases sociales más marginadas. El arzobispo de Cali en ese momento, monseñor Pedro Rubiano, nos pidió que nos hiciéramos cargo de la parroquia que se iba a crear en el barrio Marroquín. La parroquia se llamó Cristo Señor de la Vida, y fue donde comenzó mi trabajo– decía la hermana.

Pero los jóvenes del Distrito le hicieron un reclamo: ¿por qué no trabaja con nosotros, que tanto la necesitamos?, le preguntaron. La hermana tocó enseguida las puertas de la Fundación Alvaralice, de María Eugenia Garcés, para financiar un programa enfocado en el trabajo social con los muchachos.

El nombre del programa es tributo al hijo de una hermana de María Eugenia, fallecido en el accidente aéreo de American Airlines ocurrido el 20 de diciembre de 1995. Se llamaba Francisco Hope. Hope significa esperanza.

Fue así como en todo el oriente de Cali se abrieron una decena de casas donde la hermana Alba Stella y sus colaboradores trabajaban con los jóvenes con el propósito de ayudarles a encontrar un camino distinto a la violencia, a la pandilla, a la droga, las armas.

La hermana sentía sin embargo que se necesitaba algo más: un centro comunitario donde los muchachos pudieran encontrarse sin el temor de las fronteras invisibles para aprender teatro, danzas, música, robótica, edición de video, fotografía, programación, artes plásticas. Un espacio de paz, neutral, donde, también, pudieran reconciliarse.

La mayoría de las familias de Potrero Grande llegaron desplazadas por el conflicto armado desde diferentes zonas de Colombia. Eso, explica una de las psicólogas del Tecnocentro, Ximena Gutiérrez Cumba, hace que en un mismo espacio se conjuguen distintas violencias de lugares diversos. María Eugenia Garcés continúa en el teléfono.

— La hermana Alba Stella se fue a hablar con Armando Garrido, en ese entonces el director de Comfandi. Comfandi construía las casas de Portero Grande. La hermana le pidió una esquinera. Armando le dijo no, pensemos en grande. Y le habló de un lote que tenía la Alcaldía. Le dijo que allí se podría construir un centro comunitario. Se fueron a hablar con Mariana Garcés, la Secretaria de Cultura durante la primera alcaldía de Jorge Iván Ospina. La alcaldía donó el lote. Así empezó a gestarse el Tecnocentro.

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La Fundación Alvaralice consiguió apoyos del exterior para levantar el edificio. También se unieron a la causa distintas empresas del Valle del Cauca. En febrero de 2013, con la presencia del presidente Juan Manuel Santos, el Tecnocentro Somos Pacífico se inauguró. Una década después, su huella se hace visible a través de las historias de decenas de jóvenes.
Ingrid Vallecilla, una de sus alumnas, es hoy una de las estudiantes de diseño gráfico más destacadas de la Universidad Icesi; Brayan Bolaños hace la carrera de ciencia política con énfasis en relaciones internacionales.

— El legado del Tecnocentro Somos Pacífico en esta década es el resistir. Estamos en un sector donde las dinámicas sociales son complejas y las personas las han sentido. Hay chicos que vienen muy heridos, adultos con huellas dolorosas del pasado. Jóvenes que quieren un futuro diferente y este espacio les hace pensar que eso es posible. Resisten en el sentido de que guardan en su corazón la esperanza de que eso puede hacerse y darse. Y aquí muchas veces se logra, aunque no siempre. No es una utopía. Pero los que vienen son chicos que han aguantado las dinámicas de un entorno que presiona para que hagan todo lo contrario a lo que anhelan. Es genial ver eso todos los días – dice la profesora de artes plásticas, Elizabeth Zuluaga González.

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El maestro Paul Dury es el director del Tecnocentro. Aunque nació en Bélgica, aclara que desde 2014 es colombiano. Podría ser alcalde de Cali, “cosa que no quiero”. Lo suyo sigue siendo la música, y hace otra aclaración: pese a que fue director de la Orquesta Filarmónica de Cali, “no mezclo peras con manzanas”. Es decir: en el Tecnocentro no dirige la orquesta sinfónica.

Su propósito es lograr que este espacio sea sostenible económicamente, para no recurrir a lo de cada año: llevar “la totuma” aquí y allá para recibir financiación. Y hay un propósito superior.

En ocasiones, cuenta el maestro Paul, escucha a los muchachos del Tecnocentro decir: “vamos para Cali”. “¿Cómo que vamos para Cali, si estamos en Cali?”, les pregunta él. Ellos le dicen: “no, estamos en el territorio, Cali está al otro lado”.

En su experiencia como director del Tecnocentro, es lo que quiere decir Paul, ha entendido que aún es evidente que la ciudad está partida en dos. Hay dos ciudades que hay que tratar de reconciliar. Es frecuente que los jóvenes de Potrero Grande nieguen el barrio por temor a que los descarten, los estigmaticen, cuando salen a buscar trabajo. Por otro lado, hay jóvenes en Cali que conocen más Europa, que al Distrito de Aguablanca. El Tecnocentro podría convertirse en el lugar desde donde esas dos ciudades comiencen de alguna manera a tender puentes, reconciliarse, unirse, sean lo que son, una sola. Finalmente, todos somos Pacífico.

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