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La tarde en la que ardió Fepicol, crónica de una tragedia anunciada

Toda la tarde del martes anterior la gente sintió un fuerte olor en el ambiente, después vino la explosión y el luto.

30 de noviembre de 2014 Por: Luiyith Melo García - Reportero El País

Toda la tarde del martes anterior la gente sintió un fuerte olor en el ambiente, después vino la explosión y el luto.

“Un olor maluco, como cuando uno deja ropa remojando en detergente durante tres días que coge olor a podrido, así se sentía esto; el olor era insoportable, casi no se podía respirar... Yo venía de la iglesia y pasé por ahí (donde ocurrió la explosión). Yo que llego a la casa a mirar a mi papá que está postrado, cuando ¡pum! Eso nos levantó la cama, horrible, y después volvió a sonar ¡pum y pum! y prácticamente no podía moverme del pánico. Todo quedó oscuro, como una noche con neblina, no se veía nada por el humo”.Así vivió Ana Milena Ariza, una mujer de 57 años, la explosión de la bodega de químicos en el sector de Fepicol, el pasado martes. “Esto parecía un infierno, fueron once explosiones las que se oyeron -dice- a medida que iban explotando tinas con químicos”. Doris, su hermana, asegura que “esto fue la crónica de una tragedia anunciada”, porque esa zona donde conviven más de medio centenar de fábricas y bodegas con miles de habitantes de San Marino, Fepicol y Alfonso López -los barrios de su entorno-, se había convertido en una bomba de tiempo. Allí han estado por más de 20 años pequeñas industrias de plástico, papel y estructuras metálicas, y reconocidas fábricas como vestidos de baño Mónaco que patrocinó por varios años el reinado nacional de Belleza. Todas hacían parte de Fepicol que es la sigla de la Federación Popular de Industrias de Colombia, un gremio que aportó una gran actividad económica al nororiente de Cali.A pocos metros del sitio del siniestro -dice Ana Milena-, funcionó una empresa de productos reciclados, de propiedad de los hijos del expresidente Álvaro Uribe. “Esto se llenaba de militares cuando ellos venían cada tres o cuatro meses; hasta jugaban fútbol con los muchachos en la calle y uno iba con el RUT (registro tributario) y les compraba los tibungos que fabricaban”, recuerda Ana Milena.Así que Fepicol tiene historia. Además de generar más de tres mil puestos directos de trabajo, el gremio apoyó el desarrollo de obras sociales y de infraestructura en el sector, y promovió planes de seguridad y de recreación con el apoyo de entidades oficiales por allá en los años 90.Sin embargo, de un tiempo para acá aparecieron nuevas empresas por fuera del gremio, dedicadas a actividades de alto riesgo como la manipulación de sustancias químicas, combustibles, aceites, tíner y hasta éter, según lo ha denunciado la comunidad.Eso fue lo que quedó claro el pasado martes, cuando a las 4:50 p.m. se produjo una explosión y se desató un incendio en una bodega de la Carrera 7E con Calle 69, cuyas llamas se propagaron a empresas vecinas y afectó inmuebles de cien metros a la redonda. Las evaluaciones que han hecho los Bomberos y la Defensa parecen darle la razón a Ana Milena Ariza. El último parte indica que la acumulación de gas metano presente en el ambiente pudo generar que alguna chispa iniciara la ignición que desencadenó la explosión.Unos vecinos dicen que en una de esas empresas, sin nombre en su fachada, estaban soldando unos cilindros grandes, justo detrás de la bodega, también sin nombre, donde en ese momento se cargaba (o descargaba) aceite de motor de manera artesanal. Puede ser que una chispa de soldadura haya prendido el gas en el ambiente y haya iniciado la explosión, se especula.Un operario de una factoría de enfrente aseguró que en ese procedimiento de cargue y descargue de combustible “se violaron hasta los más mínimos protocolos porque la maniobra se estaba haciendo con canecas”, de manera artesanal, no con manguera.La amenaza sigue El problema es que con esta tragedia no termina el riesgo. Diagonal a la bodega destruida, hay una fábrica de colchones con material fácilmente inflamable que no se quemó de milagro. Y detrás de esta existe una bodega sin aviso que almacena elementos químicos, al parecer no declarados oficialmente, a los cuales, por fortuna, la onda explosiva no alcanzó.Esa bodega -dicen vecinos como María Eugenia Burbano- es otra bomba de tiempo. “Nos dicen que almacenan frutas y al parecer con ese fin obtuvieron un permiso, pero la verdad es que allí almacenan químicos”, advierte. Y no cualquier tipo de químicos, hay tíner y éter que son cargados y descargados sin el uso de montacargas, solo utilizan llantas para amortiguar las pesadas canecas que suben y bajan, asegura el vecindario.El otro riesgo son los olores a metano como el que saturó la atmósfera antes de la explosión. Rodrigo Zamorano, director de Gestión del Riesgo del Municipio, teme que se estén vertiendo residuos químicos al alcantarillado que pongan en riesgo a la gente. De hecho, a 60 metros del lugar de la explosión varias tapas de alcantarilla volaron y una de ellas mató a un ciclista e hirió a un policía. Por eso, los vecinos de Fepicol hoy no viven tranquilos. A ese vecindario, Luis Humberto Ariza, el padre de Ana Milena, fue uno de los primeros en llegar. Él inauguró la segunda etapa del barrio Alfonso López. Hoy tiene 91 años de edad. Cuando llegó hace medio siglo, solo había potreros donde pastaban las vacas. Le compró el lote a Luis Molina por $7000 y se lo pagó a punta del calzado hecho en su taller de zapatería. Detrás suyo llegaron los demás vecinos de López; las tres manzanas de San Marino donde reubicaron invasores de las riberas del río Cali en Fátima-Berlín, atrás de las antiguas bodegas de la Licorera del Valle. Y llegaron, también, una docena de empresas de Fepicol. La explosión del martes casi termina con la vida de uno de los fundadores del barrio, como ya acabó con la de seis personas (hay 15 heridos más, 10 viviendas averiadas, 12 empresas afectadas y 6 de ellas colapsadas; una chatarrería, un restaurante y un local de repuestos destruidos; tres empresas mayores destruidas: una de plásticos, una de aceites y una firma de ingeniería). Y seis días después la onda explosiva parece estar poniendo fin al anonimato en el que trabajan empresarios informales camuflados en una popular zona industrial y encerrados en bodegas donde no se sabe a ciencia cierta qué almacenan o qué hacen.

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