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Conozca a Wilson Perea, el lector 'con-sentido' de los niños de Cali

En una biblioteca del centro de la ciudad este hombre invidente se dedica a leer cuentos a los niños. Su trabajo es alumbrarles los primeros pasos hacia la literatura. Y es un gran tipo.

7 de octubre de 2016 Por: Manuela Rubio Sarria, reportera de El País

En una biblioteca del centro de la ciudad este hombre invidente se dedica a leer cuentos a los niños. Su trabajo es alumbrarles los primeros pasos hacia la literatura. Y es un gran tipo.

En Cali hay un hombre invidente que se gana la vida leyendo cuentos infantiles en la Biblioteca del Centro Cultural Comfandi. Ahí en el centro, Wilson Perea Estupiñán un bonaverense de 42 años, se dedica todos los sábados desde hace una década, a dibujar sonrisas en los niños con el poder de la lectura.

El sábado 17 septiembre, cuando escogió para leer 'Mi mamá', de Anthony Browne, llegaron cinco  madres con sus hijos, todos entre los dos y ocho años. Wilson delicadamente tocó el libro en braille para descifrar frases con el tacto y mientras eso pasaba elevó su tono de voz que es bien suave, para  transformarse en un niño que con acento de asombro comenzaba su primera lectura: “Mi mamá es suave como un gatito...” “¿Y cómo hacen los gatitos?”, preguntó Wilson, a lo que todos respondieron con un “Miau, miau, miau”. Entonces Wilson pidió a los niños que abrazaran a sus madres.

La biblioteca del Centro Cultural es un espacio, en el que mamás, niños y Wilson, todos los sábados por las mañanas, se conectan con la literatura sin importar nada distinto a eso. El espacio donde lee Wilson queda en el cuarto piso y permanece adornado por un hermoso árbol de juguete, parado junto a casilleros coloridos y libros infantiles de todos los tamaños. Ahí no importa el color de piel, la procedencia, la edad, estatura, ni mucho menos la apariencia física. Importan las ganas de leer. Wilson, desde que aprendió, ya se ha “devorado” seis veces La Iliada de Homero, su libro favorito, “siempre con la esperanza de que los troyanos ganen”, dice él.

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Un 17 febrero de 1995, cuando Wilson tenía 21 años, llegó a Cali a estudiar su primaria y secundaria en Comfandi. Empezó “tarde” el colegio, pues cuenta que en Buenaventura no había un instituto en el que una persona con discapacidad visual pudiera adquirir las herramientas para poder desenvolverse en la vida cotidiana: cruzar una calle por si mismo, usar el transporte público, cocinar y desplazarse en su propio hogar. Todo eso lo aprendió en Bogotá, además de la lectura en braille.

Aunque nació con glaucoma, Wilson alcanzó a ver el mar. Recuerda muy bien el reflejo del sol y los atardeceres en Buenaventura. Entre los 7 y 9 años dejó de ver completamente. Hicieron todo lo posible por combatir el glaucoma pero fue una batalla perdida. De esos pocos recuerdos que tiene a color, tiene muy presente el color del cielo: “Antes soñaba con una niña de vestido azul que a medida que yo crecía, ella crecía conmigo. Tenía el cabello largo y una trenza. Llego un tiempo que ya no la volví a soñar, pero siempre la recuerdo”, dice  Wilson.

El doctor Marco Martínez Rojas, del Instituto de Niños Ciegos y Sordos, y especializado en consulta para glaucoma, explica que esa enfermedad afecta el nervio óptico: por diversas causas se van perdiendo las fibras nerviosas que dan la visión periférica hasta dejar al paciente completamente ciego. Según la Organización Mundial de la Salud, el glaucoma es la segunda causa principal de ceguera en el mundo.

Pero el glaucoma no fue impedimento para que Wilson viviera a plenitud su amor por la lectura. Desde pequeño demostró fascinación por los libros: sin siquiera poder leerlos, se iba a la casa de los amigos y les pedía que le leyeran.

Ahora Wilson es “un elemento importante” de la biblioteca de Comfandi, dice Milena Londoño, coordinadora de los servicios de la Sala con Sentidos, quien lo conoce desde hace 12 años. “Un elemento importante aquí en Comfandi es hacer parte de la construcción e identidad que de la biblioteca. La formación de Wilson y su gusto por la lectura lo hace un referente para la comunidad, se convirtió en un asesor muy importante para los programas que se llevan a cabo”.

La Sala con Sentidos es un espacio mágico en el quinto piso de Comfandi en donde también permanece Wilson. Un  espacio del tamaño de un cuarto pequeño que lo hace acogedor. Allí se encuentran todas las herramientas y equipos necesarios para que las personas con ceguera o baja visión puedan acceder de manera fácil a la información que necesitan. Al mundo.

 Hay un software que da respuesta verbal a lo que hay en pantalla,  hay líneas de braille, es decir un dispositivo que muestra la información del computador en braille, también un escáner de textos que convierte el texto en audio (AllReader). Kurzweil, software que escanea textos y los convierte en archivo editable. El LectorReader que reproduce libros en audio. Una impresora braille y magnificadores de imágenes para las personas que tienen baja visión.

Así que la Sala con sentidos no solo es un lugar para niños muy pequeños. Ahí está Leidy García, de 25 años y quien desde hace 4 años asiste a ese lugar a  causa de una trombosis. Leidy es una preciosa estudiante de Licenciatura en Ciencias Sociales en la Univalle y ella ve en Wilson un gran ejemplo: “Para mi Wilson es un hombre luchador e inteligente. Él me ayudó muchísimo en mi rehabilitación, me enseñó el manejo de los computadores, a mí me dio muy duro perder gran parte de mi visión pero yo veía a Wilson y veía todo lo que él hace y decía: si él puede ¿yo por qué no?, es de admirar”.

“La comunicación no es un uniforme que uno se quita y ya. En mi caso, yo lo llevo en las venas”, dice Wilson, que no solo es un comunicador de la vida sino uno profesional, graduado en Instel. Un orgullo que le dejó alguna pequeña frustración, como a la hora de aprender fotografía.

Pero de resto Wilson todo lo puede y así lo demuestra los sábados, los días de su lectura en voz alta y para niños en la biblioteca. Esos días se levanta muy temprano a prepararse su desayuno, que casi siempre es un par de rebanadas de pan y café en leche: “No me gusta cocinar, pero toca, además no soy muy bueno para los cálculos”. 

Una vez desayuna se va caminando desde su casa en el barrio  Alameda, hasta Comfandi: “Está cerca, yo aprovecho y camino. Me sé la ruta de memoria y además el transporte se demora mucho, yo en 25 minutos máximo, ya estoy ahí”. En el camino a veces se ha golpeado o se ha caído pero afortunadamente nada grave. 

Wilson cuenta de ocasiones en las que ha terminado riéndose porque por lo general las personas no saben cómo comportarse ante una persona ciega y dan la ayuda que creen necesaria pero que tal vez no es la debida en ese instante:  “Es como si te fueran a desmembrar”, recuerda entre risas.

Después de la niña del vestido azul, cuenta Wilson, con el tiempo nunca más volvió a soñar a colores sino así  tal cómo ve. De ese color son los sueños que tiene cuando se duerme. El resto son del color de una librería. Le gustaría tener una librería dice Wilson. Pero sobre todo sueña con viajar, viajar muchísimo. En el verano del 2014 Wilson visitó Nueva York, cumpliendo uno de sus sueños: estar en  otro país. Lo que más le gustó fue el respeto del espacio del otro. A diferencia de como le ha sucedido en Colombia, dice, cuando alguien se tropezaba con él y su bastón,  le pedía disculpas de inmediato. “Aquí no suele pasar mucho, se necesita más solidaridad”. Chile, Uruguay, Argentina, México, Francia e Italia, son los países que están en su lista de sueños por tachar. “Me fascina viajar, me encantaría tener un trabajo donde lo único que tenga que hacer sea viajar"

Wilson Perea está los sábados a las 10:00 a.m. en el cuarto piso de la Biblioteca Comfandi (Calle 8 # 6 - 23) leyendo cuentos a los niños.

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