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Carlos en la sede del Muli, ubicada en la antigua estación del Ferrocarril (Metrocali). Atrás, los trozos de cerámica que corta para después elaborar los murales. | Foto: José L. Guzmán / El País

MURALISMO

‘Carlitos’, el muralista caleño que ha hecho de la incapacidad su mejor capacidad

Carlos Andrés Valencia dejó de caminar debido a una artrosis degenerativa y pese a ello hoy es un reconocido muralista cuya historia inspiró un documental y la IV Bienal de Muralismo de Cali.

1 de octubre de 2018 Por: Santiago Cruz Hoyos / El País 

Carlos Andrés Valencia Carabalí no puede mover sus dedos. Tampoco sus piernas. Cuando tenía 12 le diagnosticaron artrosis degenerativa, una enfermedad que ataca las articulaciones que permiten el movimiento. A los 14 no podía caminar.

Sin embargo, en la nueva sede del Museo Libre de Arte Público de Colombia– Muli -, ubicada en la antigua Estación del Ferrocarril de Cali, Carlos se las apaña para sostener unas tenazas entre el espacio que hay en sus dedos para cortar un trozo de cerámica.

Enseguida se ubica con su silla de ruedas eléctrica frente a una máquina en la que tiene que mover una especie de manivela para hacer lo mismo: cortar pequeños trozos de cerámica, cientos en realidad, que después deberá juntar como si fuera un enorme rompecabezas.

Carlos es muralista y su historia inspiró un documental que se estrenará el próximo año y la IV Bienal Internacional de Muralismo y Arte Público, cuyo eslogan de este 2018 dice: “la capacidad de la incapacidad”.

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Carlos tiene 31 años y pocas palabras. Dice que nació en Cali, que el primer síntoma de su enfermedad fue un dolor intenso en las manos, que a los 14, cuando no pudo volver a caminar, supuso que su vida consistiría en no hacer nada: dormir hasta tarde, jugar videojuegos, ver televisión, partidos de fútbol sobre todo, volver a dormir.

Hace cuatro años sin embargo llegó a su casa Carolina Jaramillo, la artista que fundó el Muli. Ya en una reunión previa con la comunidad del sector Chorritos de la Comuna 20, muy cerca de Siloé, ella había contado su idea: realizar un programa de técnicas de arte aplicadas a la construcción, con el apoyo de la Secretaría de Gobierno, para los muchachos del sector. Entre ellos estarían diez en condición de discapacidad física, o cognitiva, o emocional.

Carlos escuchó aquello pero a la segunda reunión no quiso ir. Un poco por pereza, un poco también porque estaba seguro de que alguien que no puede caminar ni mover las manos con flexibilidad puede ser artista.
Fue cuando Carolina llegó hasta a su casa para invitarlo a que fuera a la clase. Carlitos, como todo el mundo le dice, decidió hacerlo solo para evitarse la vergüenza de rechazar la invitación.

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Carolina se sentó a su lado y le explicó en detalle una metodología que había diseñado para que él pudiera hacer lo que le encomendaban en el taller por sí mismo. Fue cuando Carlitos comenzó a mirar con una picardía que jamás le habían visto. Su mirada traviesa traduce felicidad. Carlitos, dice Carolina, habla con los ojos.

Después de terminar el taller continuó trabajando con ella, quien importó una máquina desde Turquía para que Carlitos cortara la cerámica para los murales que realiza el Museo en toda la ciudad sin el esfuerzo que le implicaban las tenazas.

Gracias a la máquina, desde el Muli comenzaron a encargarle trabajos que debía realizar en su casa. Carlitos en ese punto se convenció de que convertirse en muralista no era tan imposible como lo suponía.

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Desde que era una niña, Carolina Jaramillo se recuerda pintando. Sus cuadernos los llenaba a punta de dibujos y su regalo preferido cuando le iba bien en el colegio era una caja de colores Prismacolor. Sin embargo, en la familia era su hermana la que pintaba “oficialmente” - lo hacía muy bien - , así que Carolina, intimidada por aquella fama tan cercana, escondía sus pinturas.

Unos años después en el colegio acostumbraban darles clases de manualidades a las jovencitas de bachillerato, y dibujo técnico a los hombres. Carolina pidió permiso para que la dejaran asistir a las clases de dibujo y uno de los ejercicios consistió en trazar un bodegón. Cuando lo terminó, un amigo le dijo que le había quedado tan bien, que quería uno para él. Carolina lo hizo y su amigo lo enmarcó. Aún lo conserva. Fue su primer cuadro; el primer ‘Jaramillo’.

Su mamá detectó aquel talento que hasta ese momento permanecía invisible para los demás y Carolina ingresó a clases de pintura. Lo que hacía, lo vendía. Pensó que el camino a seguir era estudiar artes plásticas, pero en su familia le advirtieron que del arte, por lo menos en Colombia, pocos viven. Entonces se matriculó a ingeniería industrial y administración de empresas y cuando se graduó, comenzó a trabajar, como casi todos, con horario de oficina.

Durante 7 años permaneció en McDonald's, donde fue nombrada gerente. Después trabajó en otra empresa como directora regional. Pero un día sonó la alarma para ir a trabajar y Carolina supo que no era feliz. Decidió reinventarse.

Como padecía problemas de obesidad, pasó por el quirófano para bajar de peso. Sentía además que su matrimonio no funcionaba y se separó. Por último renunció a su trabajo para dedicarse a lo que en realidad era desde niña: una artista.

Viajó a Nueva York, a Florencia, hacía exposiciones, vendía sus cuadros. Luego se encontró con el muralismo, el movimiento artístico que se inició en México a inicios del Siglo XX tras la Revolución, y con el que artistas como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros comenzaron a reclamar transformaciones sociales, políticas y económicas para el país.

Carolina sintió que esa tendencia artística era un complemento para su obra, basada en la condición humana, en lo que ella expresaba de adentro hacia fuera, mientras que con el muralismo podía hacer el proceso inverso: comunicar desde afuera hacia adentro. Sensibilizar a una ciudad a través del arte público.

Mientras todo ello sucedía le detectaron cáncer de tiroides, lo que le recordó la vulnerabilidad de la vida, como se nos va todo en un suspiro, así que se propuso cumplir, “ya”, otro proyecto que tenía en mente: un museo en grande en Cali y formar un público capaz de disfrutar de las artes plásticas. Una entidad cuyo propósito es lograr que los artistas sean, por fin, bien valorados.

En el país, calcula Carolina, hay 45 mil artistas que no tienen garantizada una vida digna. Fue así como en 2012 fundó el Museo Libre de Arte Público de Colombia.

Lo que intenta el Muli es llevar las obras y los artistas a espacios donde la gente se encuentra como las estaciones del MÍO, o el aeropuerto, o las clínicas. También los muros de las avenidas, parques, el estadio, Siloé.
Que los ciudadanos, sin darse por enterados, se sensibilicen con el arte tras apreciarlo a diario. Que el arte los invada, el Museo sea una presencia permanente en la cotidianidad de todos. Para lograrlo, Carlitos trabaja a diario mientras una documentalista lo sigue con su cámara para llevar su historia al cine.

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Nathalie Choquette estudió comunicación social y periodismo en Cali y Tecnologías del Cine y la Televisión en Canadá. Ha trabajado en películas como ‘Doctor Alemán’, ‘Todos tus muertos’, ‘Tiempo Perdido’, ‘Los Hongos’, y en 2015 creó su propia productora: Rolling Casting.

Mucho antes, desde que se fundó el Muli, apoyaba a Carolina en las bienales de muralismo que año a año realiza el Museo. Nathalie ayudaba con las traducciones a los invitados internaciones y desde que creó la productora se encarga del registro de las tomas del evento. Haciendo ello conoció a Carlitos.

Lo primero que le llamó la atención fue cómo trabajaba de sol a sol y al ritmo de los demás artistas pese a sus limitaciones físicas. Fue una escena que a Nathalie se le quedó dando vueltas en la cabeza y de alguna manera, la confrontó.

En 2016 la idea se volvió el inicio del documental ‘Los murales del cielo’, que se estrenará en 2019. Es la historia del Muli contada a través de Carlitos. Al igual que su obra, la película será como un mosaico en gran formato, la metáfora de la vida de Carlitos y la de todo ser humano. Todo empieza con un boceto, una idea de lo que queremos ser, y poco a poco nos vamos transformando, pieza a pieza, color a color, como un mural, hasta ser artistas o abogados o futbolistas, terminar, ojalá, en una gran obra.

La cámara sigue a Carlitos en su casa en el sector Chorritos, reunido con sus amigos, reconstruye la escena en la que Carolina lo invitó a su taller, ese momento fundacional, o el día que, después de tutelas y solicitudes de una silla de ruedas eléctrica al Sisbén, la silla llegó gracias a una donación de una amiga de Carolina y del Muli: Carla Giovannelli.

Cuando la silla fue entregada por la empresa de encomiendas era como si la Navidad se hubiera anticipado en el Muli. Entre Carolina y los otros artistas del Museo comenzaron a armarla. Después de horas quedó lista y ha sido, dice Carlitos, el mejor regalo que le han dado: independencia.

Con la silla de ruedas tradicional dependía de que alguien lo transportara a las clases o a los sitios donde debía hacer las obras, y no siempre había quién lo acompañara. Después de una semana de practicar con la silla de ruedas eléctrica, llegó al Muli solo, tras atravesar la ciudad en el Míocable y después en MÍO. Desde entonces, aseguran en el Museo, es el primero en llegar y el último en irse. En unos meses será el profesor de mosaico, por cierto.

Carlos es un muralista que, está segura Nathalie, la directora del documental ‘Murales al cielo’, puede inspirar a cualquier persona. Todos tenemos frenos, limitaciones, pesas que nos impiden hacer lo que queremos así no sean evidentes, así no sean limitaciones físicas. Y Carlitos, con gran inteligencia para utilizar su cuerpo, apañárselas día a día, se ha retado para sobrepasar los obstáculos sin aplazar sus proyectos, dejarlos para “algún día”.

Jamás había realizado un mural y ya en Cali hay varias obras suyas que observamos con detenimiento mientras nos dirigimos a alguna diligencia o nos encontramos, por ejemplo, en los parques de Fanalca.

Jamás se había montado en un avión y hace unos días debió hacerlo pese al susto que llevaba encima para presentarle a los medios la IV Bienal de Muralismo.

Nunca había tenido que darle entrevistas a la prensa y se arriesgó para contarle al país que en Cali se realiza uno de los certámenes artísticos más importantes en la región y él era la inspiración de 2018. En el fondo lo que contaba era la maravillosa historia de quien solo necesitó de una oportunidad para transformar su mundo; el mensaje de que todos podemos dar ese empujoncito, o recibirlo, y concretar lo que soñamos sin posponerlo, así aquello implique el precio de dejarlo todo y empezar de nuevo. Como le sucedió a Carolina con el Muli.

Re- Incor- porarte

Hasta el 5 de enero está abierta la muestra Re-Incorporarte, que recoge un conjunto de experiencias de 5 integrantes de las Farc-EP y sus familias, con la artista Carolina Jaramillo, fundadora de el Muli, en articulación con la Agencia
para la Reincorporación y la Normalización.

Se trata de un proceso de 9 meses de diálogo y creación colectiva, que muestra la mirada de la humanidad del conflicto a través de la plástica. “Re-Incorporarte significa demostrar nuestro espíritu y nuestra voluntad de paz a través del arte”, dijo Duverney, exintegrante de las Farc.

La muestra se puede apreciar en la sede del Muli, ubicada en la antigua Estación del Ferrocarril.

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