Manuel Carvajal Sinisterra fue un ser del que ya no quedan moldes. Siempre trabajó por Cali. Y por la región. Y por Colombia. Ayudó a crear una hidroeléctrica, la CVC, Ecopetrol. Este sábado se conmemoraron cien años de su nacimiento.

A los 38 se enfrentó con un Presidente. Era otra Colombia y eso era otra cosa, no estamos hablando de un cruce de tuits. Año 1954: el país arde. Rojas Pinilla recién se ha montado al poder y en consecuencia Laureano Gómez vive en el exilio de España. A los 38, Manuel Carvajal Sinisterra ya ha sido ministro de Minas y Petróleos del exiliado Gómez, ya ha renunciado, y desde Cali se enfrenta al General. El asunto eran unos trampolines.

Para ese  instante  Manuel ya era conocido entre los círculos del poder como un símbolo de inteligencia por muchas razones, aunque había una en particular: durante su paso por el Ministerio, su gestión fue definitiva en la creación de Ecopetrol gracias al tino que tuvo para darle continuidad al proceso que permitió revertir a favor de Colombia la concesión de un yacimiento petrolero. 

A esa edad,  los 38, Manuel llevaba mucha más vida de la que cabía en esos años. De niño, Bélgica, a donde su papá lo mandó a estudiar. Vivió con un tío, aprendió francés, su papá había fundado la Imprenta Carvajal, no había problema, luego hubo muchos, la crisis mundial. Carta:  Manuel debes regresar, suspender los estudios, trabajar en el negocio, las vacas flacas. A los 23 su papá murió. Desde ese momento el muchacho se echó la empresa al hombro. También a la familia: una abuela viuda, dos tías solteras, tíos paternos con parentela a bordo y los suyos-suyos: mamá y siete hermanos.

La apatía que el negocio familiar le produjo cuando se vio en la necesidad de renunciar al estudio y no poder terminar el bachillerato, ya se le había curado en los momentos en que su padre empezó a agravarse y él pasaba horas y horas en la empresa, conociéndola por dentro, ensuciándose de tinta y dejándose engullir por la grasa de las máquinas hasta entender el funcionamiento de los aparatos o el origen de un problema mecánico. 

Con la ayuda del tío Mario, que lo representaba ante los bancos y donde lo veían muy pequeño para estar detrás de una empresa que empezaba a hacerse grande, continúo expandiendo el negocio e invirtiéndole todo el tiempo que tenía. Y el que no le sobraba. En 1941 cuando se casó con María Teresa De Roux, la luna de miel a los Estados Unidos fue al mismo tiempo un viaje de trabajo: Manuel aprovechó para visitar empresas en Virginia y Oregon y despachar material. 

En esa década le puso el pecho a la crisis de la Segunda Guerra Mundial, persuadió a los industriales antioqueños para que montaran la planta de Cartón de Colombia en Cali, participó en la fundación de la Asociación Nacional de Industriales, Andi, consiguió el lote del barrio Santa Mónica donde  funciona la sede administrativa de Carvajal, aprendió a pilotear una avioneta, declinó un Ministerio de Comercio en el gobierno Ospina Pérez, fue papá.  

Y comenzó a preocuparse por la generación de energía que necesitaba aquella Cali que crecía. Esa preocupación lo instaló como miembro suplente de la Central Hidroeléctrica Bajo Anchicayá, que en sus genes, desde entonces, lleva los genes de Manuel.

Momento definitivo. Desde ahí se empecinó hermosamente: ya no quiso trabajar solo por la  empresa familiar sino por la ciudad y la región. Antes de llegar a los 30, no solo era un industrial cuajado sino también un líder que había sido capaz de empujar proyectos departamentales y de mayor tamaño, concertando reuniones y encuentros políticos y sociales donde su inteligencia empezó a ser reconocida entre los más altos círculos del poder nacional como uno de los varios atributos especiales de ese muchacho, Manuel, que además de buena persona era un visionario sagaz. Viendo todo eso, el 11 de agosto de 1950 Laureano Gómez lo nombró Ministro de Minas.

Toda esa historia de logros, pujanza y rectitud fue la que cuatro años más tarde se enfrentó a Rojas Pinilla, cuando al finalizar unos Juegos Nacionales, el General quiso llevarse para su hacienda de Melgar los trampolines que habían instalado en las piscinas olímpicas de Cali. Esas eran las credenciales que para ese momento, a los 38, permitían poner el nombre de Manuel Carvajal Sinisterra en el mismo renglón del Presidente. Y decirle que no. Más allá de las prevenciones que pudiera tener con su forma de gobernar, la voz de Manuel se levantó porque se trataba de un asunto de ciudad y para ese momento, a los 38, su hermosa obsesión le había desarrollado un sentido de pertenencia por esta tierra que rebasaba la comprensión de muchos. Incluyendo las de algún presidente. Los trampolines se los llevan sobre mi cadáver, dicen que dijo. Y nadie se los pudo llevar.

De esa estatura era ese hombre, que luego de los 38 años también fue definitivo en la constitución de la CVC, la FES, Fedesarrollo y la llegada del Hotel Intercontinental. Hizo parte del Consejo Superior de la Universidad del Valle y entre otras muchas cosas que no alcanzan a contarse en una página, impulsó los Colegios Parroquiales, que fue un modelo de intervención en el Distrito de Aguablanca a través del cual por lo menos 35.000 niños recibieron educación. 

 Todo eso está contado con lujo de detalles en ‘Manuel Carvajal Sinisterra, una vida dedicada a generar progreso con equidad’, biografía que sus hijos encargaron al escritor Julio César Londoño y que fue presentada el  lunes pasado en el Inter. “Orgullo por ser el biógrafo del monstruo, y humildad porque si uno se para a su lado es inevitable sentirse poca cosa”, escribió Londoño al respecto, en su columna semanal de El País. A los 55, un paro cardiaco se atravesó en la vida de Manuel. Este sábado 20 de febrero se conmemoraron cien años de su nacimiento. Por eso el libro. Y el homenaje. Aunque para honrar su nombre no sea necesaria una fecha  en particular.

Su gran legado, por encima de todo lo demás, fue la decisión que tomó en 1961 al crear la Fundación Hernando Carvajal Borrero (el nombre de su papá) con el 100% del patrimonio de Carvajal & Cía, para darle inicio así a uno de los primeros ejemplos de responsabilidad social empresarial en este país. “(…) Sus decisiones nos enseñaron a reconocer la bondad de la Providencia en nuestra propia prosperidad, a ver la diferencia entre enriquecernos y generar riqueza, a tomar conciencia de que nuestros privilegios son responsabilidades, y a reconocer que la riqueza compartida es el único fundamento confiable de la propia”, recordó el lunes su hija Maria Eugenia, durante la presentación del libro.

Ese mismo día, el sacerdote jesuita Franciso de Roux, habló también de Manuel. Fue un discurso formidable en anécdotas, detalles y reflexiones sobre todos los hombres que fue ese hombre. José Manuel, el único hijo varón entre los cinco que tuvo, hizo referencia a ese mismo discurso cuando a través de una llamada periodística hace poco fue consultado sobre la memoria de su padre. Así empezó su discurso Franciso de Roux: “Lo primero que me conmueve es el tiempo de Manuel. Si sacamos el promedio de edades de los aquí presentes, estamos alrededor de 50 a 60 años. Manuel vivió 55. Muchos incluso hemos vivido cinco, diez, veinte años ya más que él. Pero la mayoría de nosotros estamos lejos de tener la consagración al servicio que Manuel dio a cada uno de sus días. A nosotros se nos pasa la vida. Manuel la vivió entregándose. A él le cabe plenamente la expresión litúrgica de quienes parten jóvenes. Consumió su existencia en cortos años, que fueron equivalentes a muchísimo tiempo”.