Un palo entra con facilidad en la tierra blanda. Un leve calor sube desde el agujero. “Esto está prendido por debajo”, dice María Rosalba Arias, edil del corregimiento de Golondrinas y delegada del Consejo Municipal de Desarrollo Rural, mientras camina despacio, con la seguridad de quien conoce cada grieta del terreno, pero también con la precaución que exige una zona inestable.
Los vecinos del corregimiento han bautizado a este lugar como el Volcán del Humo.
A su alrededor, la tierra resquebrajada deja escapar pequeñas columnas de humo, marcada por vetas oscuras y trozos de carbón.
“Si uno pisa mal, se puede hundir. Hay casas que han construido y se les ha ido el baño”, comenta Rosalba.
Golondrinas está ubicado al norte de Cali: limita al sur y al oriente con la cabecera municipal, al occidente con los corregimientos de Montebello, La Castilla y La Paz, y al norte con el municipio de Yumbo.
El Volcán del Humo no es un volcán, sino una mina de carbón que, según cuenta la comunidad, se encendió hace más de un siglo, cuando un minero —molesto porque no le pagaron— le prendió fuego. Desde entonces, la mina arde sin descanso.
“Ha habido intentos por apagarla, pero no se ha podido. Hace como dos años vinieron con un proyecto de la CVC”, explica Rosalba. “Le taparon la boca para que se asfixiara y se apagara. Pero lo que hizo fue que la candela se devolvió y empezó a salir por otros lados”.
A lo largo de los caminos también se observan otros puntos por donde el humo se escapa.
La CVC explica que se trata de un caso de “posible combustión espontánea” causada por material estéril con contenido de carbón, el cual, al estar expuesto al oxígeno y a altas temperaturas, comienza a arder por sí solo.
Desde abril de 2016, las actividades mineras en ese predio, conocido como Carboneras Elizondo, están suspendidas por orden de la Corporación.
En el mismo corregimiento, otro punto arde. Se trata de lo que los habitantes conocen como la escombrera, un antiguo botadero de ripios donde las familias solían recuperar pedazos de carbón para venderlos.
Rosalba cuenta que un incendio forestal prendió ese montón de desechos hace más de diez años y, desde entonces, no ha vuelto a apagarse.
Los restos blancos en el suelo, son huellas del químico usado en los intentos de sofocar la combustión. Pero incluso en las zonas tratadas, el humo se escapa por respiraderos naturales, y la tierra sigue cediendo bajo los pies.
“Aquí han muerto personas por problemas bronquiales. Gente que anda con oxígeno”, dice Rosalba. “El humo aumenta cuando llueve”.
Describe el olor como “penetrante, a azufre, quemado, a óxido… uno no sabe bien, pero es asfixiante”. Por eso, muchas familias han abandonado sus casas.
En 2023, la CVC y la Universidad del Valle iniciaron una intervención para mitigar la autocombustión. El proceso fue liderado por la Regional Suroccidente y contó con el apoyo de la empresa Smurfit Kappa.
Se optó por el uso de lodos de carbonato de calcio, un subproducto del proceso de blanqueamiento del papel, donado por la empresa. El material se aplicó directamente sobre los focos activos de combustión, excavando con maquinaria hasta alcanzar los estratos encendidos, para luego cubrirlos con el inhibidor. Sin embargo, se trata de una solución experimental.
“A nivel mundial no se conocen métodos para apagar este tipo de combustión con estas características”, aclaró la CVC.