Shindy Villegas Cortés tenía 14 años cuando se dio cuenta de que las armas eran su mayor fascinación. Todos los días veía pasar en frente de su casa, ubicada en un pueblito del Bajo Cauca Antioqueño, hileras de guerrilleros. Sus rostros —interpretaba— rezumaban autoestima, respeto y mando.
Antes de cumplir los 15, Shindy cumplió su anhelo de adolescente: sujetar un fusil en las filas del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
—Ser mujer en el monte no era difícil. En la guerrilla, nosotras teníamos los mismos derechos que los hombres. Éramos tratados como iguales. Cuando nos llegaba la menstruación, lo mejor era caminar y caminar para que eso le bajara sin problemas.
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Shindy, ahora con 20 años, cuenta su historia desde una finca del corregimiento El Bohío, en el municipio de Toro, Valle, vestida con una toga y un birrete, prendas con las que se graduó el pasado viernes 27 de septiembre como operaria especializada en el proceso de transformación del aloe vera, junto con otros 27 excombatientes de distintas regiones del país.
La joven cuenta su historia a más de cinco años y 400 kilómetros de distancia del momento y lugar en donde inició su recorrido como subversiva en el Frente Darío Ramírez Castro, que actúa en el sur de Bolívar. De ahí la razón de que su acento sea predominantemente costeño.
Recuerda la dificultad del primer combate armado en el que participó, pero también la “agilidad deportiva” con la que se termina por habituarse a este tipo de encuentros, costumbre que nunca pudo replicarse “al dolor de ver la muerte de muchos compañeros”.
Pero los recuerdos no son exclusivos de la mente: también habitan en objetos. En el caso de Shindy, en una esquirla incrustada en su pierna derecha, producto de un bombardeo, pedazo de aluminio que a veces le fastidia cuando camina.
—Yo me salí de la organización en diciembre del año pasado. Estaba motivada y todo eso, pero luego hubo un cambio de mando, el cual nos trataba mal y no tuvo consideración conmigo, que llevaba cinco meses de embarazo. Por desobedecer su orden de ir a un combate así como estaba, me mandó a una finca a sembrar 700 matas de yuca y 400 de plátano como castigo.
Shindy detiene su relato, una lágrima se desliza por su mejilla izquierda.
—Usted sabe que el hijo es lo más querido que uno tiene y perderlo fue muy duro para mí. Ocurrió cuando me caí de una loma.
Shindy caminó durante tres días, con la sangre escurriéndole por las piernas, para llegar al municipio de Montecristo, en donde se entregó al Ejército, que la trasladó a un hospital de Barranquilla.
Una ecografía le dio la terrible noticia: el bebé había muerto luego de que se le desprendiera el cordón umbilical.
Tener otro hijo no cabe dentro de los proyectos que Shindy tiene para futuro.
—El dolor de perder un hijo nunca se cura, así me metan todos los psicólogos que usted quiera. No deseo estar embarazada, porque me da miedo perder una criaturita otra vez.
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Tres Modelos de Entornos Productivos, en los que han participado 77 excombatientes, han sido implementados en el Valle del Cauca en lo corrido del año por la Agencia para la Reincorporación y Normalización, ARN, que trabaja directamente con esta población para darles más oportunidades en su tránsito a la vida civil luego de que se desmovilizaran o acogieran al Acuerdo de Paz con las Farc en 2016.
En el caso de los 28 excombatientes que se graduaron en Toro, Valle, once de ellos obtuvieron el título de bachilleres, estuvieron dos meses y medio especializándose como operarios en procesos productivos de aloe vera, pero también en la elaboración de otros productos como yogur, arequipe, zumo y mermelada de uva, así como artículos de limpieza entre los que se encuentran jabón, gel y champú.
Los entornos productivos son espacios que no solo abordan temas académicos, sino también implican una compañía psicosocial por parte de un experto y un reforzamiento en todo lo que tiene que ver con la parte laboral.
“Con este modelo impulsamos competencias de los excombatientes que les servirán para anclarse en la legalidad. Buscamos que integren una sociedad desde lo productivo para que tengan mejores oportunidades de empleabilidad, emprendimiento y generación de ingresos”, explica Carlos Ariel Soto, coordinador de la ARN en el Eje Cafetero, seccional que ha estado a cargo de los tres Modelos de Entornos Productivos en el Valle (realizados en La Unión y Toro), dada su cercanía con el norte del departamento.
Janer, Yurany, Willington, Michael son los nombres de algunos de los excombatientes que se graduaron el viernes 27 de septiembre. También se encuentra el de Yeison Andrés Rivera, cuya forma de iniciar su historia es bastante curiosa.
—Yo pesaba 80 kilos cuando ingresé a los 17 años a las Farc, salí a los 20 con apenas la mitad de mi contextura. Y ahora peso 80 kilos otra vez —ríe.
Según el joven de 24 años, oriundo de Granada, Meta, la guerrilla logró convencerlo con promesas utópicas: buen salario, buena dormida, buenas mujeres y, por supuesto, buena comida. Luego de iniciar en el Frente 26, fue trasladado al 23, que actuaba por los alrededores del municipio de Lejanías, un nombre premonitorio para su vida de subversivo completamente aislado de su familia, compuesta por cinco hermanos carentes de padres.
El desánimo y la decepción había sido tanta para Yeison que ya a los seis meses quería abandonar la guerrilla. Y al igual que muchas personas que han pertenecido a grupos armados al margen de la Ley, reconoce que la experiencia más traumática es un bombardeo del Ejército.
—Es algo que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. En el monte extrañaba mi casa, mire que uno no podía comerse ni un huevo sin el permiso del superior. En el monte extrañaba la libertad.
Luego de ser enviado al Páramo de Sumapaz, el más grande del mundo, aquel en donde la temperatura puede descender hasta los 2 grados celsius, Yeison encontró la oportunidad para fugarse. Junto con otro compañero, tardó seis días en llegar a un pueblo de cuyo nombre no se acuerda. Se entregó a las autoridades.
El cambio más radical fue dormir de nuevo en una cama. Antes, debía hacerlo sobre sendas hojas o colchonetas averiadas.
–Quiero dedicarme por completo a todo lo que tenga que ver con la transformación del aloe vera. Hacer todos los productos que se puedan hacer con esta planta.
Yeison espera tener una “finquita” para ser campesino tal como lo era en la adolescencia, adolescencia arrebatada en medio de enfrentamientos y “malas comidas”. También tiene otro proyecto: casarse y “engendrar un hijo”.