Después de una larga incertidumbre se formalizó la estrecha victoria de Pedro Castillo, que abre un nuevo capítulo en la convulsa política peruana.

Tras la aparatosa salida de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y Martín Vizcarra en medio del escándalo de corrupción más grande de la historia, solo comparable al que llevó a Alberto Fujimori a la renuncia en 2000, Castillo deberá comprobar que tiene la estatura política para gobernar.

Se trata de un país polarizado, dividido y que en pleno rechaza la política tradicional, como quedó consignado en las elecciones legislativas y presidenciales.

Aunque su partido Perú Libre goza de una mayoría simple en el Congreso (unicameral), debe llamar a la unidad para garantizar la gobernabilidad, ideal que parece extraviado de la política peruana de los últimos años.

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El primer desafío consiste en que su discurso de unidad genere credibilidad, pues han sido varios los señalamientos, no del todo infundados, sobre radicalismo frente a la inversión extranjera, la propiedad privada, el libre comercio y en general hacia la economía de mercado, que Castillo prefiere llamar economía popular de mercado, para enfatizar en las necesarias correcciones al modelo para lograr mejores niveles de distribución. Aproximadamente un tercio de los peruanos vive en la pobreza y en la pandemia, esa tasa se disparó en diez puntos, lo que detalla la complejidad del reto al que se enfrenta.

Lo segundo pasa por mejorar la equidad, en especial en el campo, que se ha vuelto su bastión, sin alterar del todo los indicadores o condiciones macro que han hecho del Perú un país estable económicamente y, por ende, atractivo para las inversiones. Normalmente, se habla del caso peruano como un éxito por su proyección respecto del Asia pacífico y se ha erigido como una suerte de modelo para Colombia, aún rezagada en ese aspecto.

Hallar un equilibrio entre el modelo social y la vocación neoliberal no parece tarea sencilla. Eso sí, dispone de todos modos, de su propuesta de refundación constitucional, para seguir el camino de Chile y reemplazar la Carta Magna aprobada en medio de la euforia fujimorista en 1993, por una que recoja las inconformidades que han surgido en los últimos tiempos en diversos sectores de la población.

Ahora bien, Castillo está lejos de tener un margen como para aspirar a una reconfiguración de tales dimensiones, pero la política andina ha demostrado que nada es descartable.

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Por último, Castillo deberá tomar distancia frente a los radicalismos que causan legítimos temores respecto de la prensa, las libertades económicas y las garantías para migrantes.

En medio del enardecido debate presidencial, anunció la expulsión de un millón de extranjeros y, aunque no se especificó, es evidente que se trató de un mensaje a la población venezolana que causó inmediato rechazo en organizaciones de Derechos Humanos. Asimismo, aunque ha matizado su postura frente a inversiones extranjeras y deuda externa, se espera que, una vez posesionado, Perú cumpla a cabalidad sus compromisos, lo cual seguramente tendrá un efecto de alivio en los mercados hasta ahora expectantes.

Este Perú que inicia una era abandona una larga trayectoria de gobiernos neoliberales. Por primera vez se embarca en una aventura que puede catalogarse como progresista. La historia dirá si Castillo ha aprendido las lecciones de los riesgos que supone el radicalismo y las bondades de la moderación y el genuino llamado a los grandes consensos.

Frases de Castillo

”Nuestra primera tarea es seguir con lucha de la pandemia del Covid-19. Esto no ha terminado. Saldremos adelante. Nos toca gobernar en un momento de gravedad de nuestro país, pero estoy seguro que vamos alcanzar la vacunación [de la población]. La salud será prioridad”.

”Los delincuentes extranjeros tendrán 72 horas de plazo a para salir del país”.

El caso de aportes ilegales de la empresa brasileña Odebrecht “es un baldón que nos perseguirá por mucho tiempo. Tenemos que desterrar la corrupción, pero para eso tenemos que sancionar con dureza y rapidez a todos los que participen en ella”.