Luego de un fin de semana en el cual las autoridades fueron sorprendidas por el rechazo y la violencia que produjo el alza en el transporte público, el Gobierno de Chile dio marcha atrás y suspendió la medida.

Pero quedaron en las calles los intentos de la violencia que ataca las propiedades privadas y destruye los bienes públicos, lo que ya cambia las características de la protesta.

Por ello, el presidente Sebastián Piñera decretó el estado de conmoción y el toque de queda, medidas que según él son necesarias.

De acuerdo con el Mandatario, “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso que no respeta a nada ni a nadie”.

Sin saberse quién es el enemigo, los cuerpos militares y policiales se han desplegado en varios puntos de Santiago y en diferentes ciudades del país austral.

Pero quedan por reconocerse las causas del sorpresivo estallido originado al parecer en inquietudes de carácter social y político que se han venido acumulando en la que se reconoce la nación con mayor crecimiento económico de Suramérica.

Queda claro entonces que el rechazo al vandalismo y a la violencia que se tomó las calles de la capital chilena no pueden ocultar la inconformidad que existe en muchos sectores de la sociedad.

Y aunque deban tomarse medidas para garantizar la seguridad, debe existir un diálogo que lleve a las soluciones que eviten la repetición de la violencia.