De nuevo, un espacio deportivo y de recreación familiar como el estadio El Campín es escenario de violencia, con dos heridos y miles de personas huyendo para evitar los enfrentamientos entre aficionados de Santa Fe y Nacional.
Y las barras bravas se toman los estadios, no bien se abren para permitir el regreso de la afición a los partidos de sus equipos.
Es el dolor de cabeza que transforma los espacios deportivos en campos de batalla, mientras las autoridades dan toda clase de disculpas para justificar la tolerancia con conductas que atentan contra la vida.
Que el estadio más importante de Colombia caiga en manos de los violentos es un golpe al fútbol colombiano, el cual se produce también en las calles y carreteras de todo el país.
Con ello se demuestra que esas barras ya no son grupos de aficionados sino organizaciones violentas y agresivas, en muchos casos mezcladas con el consumo de licor y el tráfico de estupefacientes.
Ante esas situaciones que se han salido de las manos de las autoridades, el llamado es a que se tomen decisiones para proteger el deporte de los vándalos .
Se ha demostrado que aquello de buscar la readaptación social de las barras bravas no da resultados ni ha frenado el problema, y que esos actos de agresión y vandalismo deben ser tomados como una falta de disciplina ciudadana, que requiere sanciones drásticas que protejan a la sociedad.
De lo contrario, el fútbol colombiano se acabará de consumir por cuenta de las tales barras bravas.