Le llaman ‘domo de calor’ porque es como una burbuja gigante de alta presión atmosférica que concentra aire caliente estático, y no es extraño que se presente durante el verano en Norteamérica.

Ese fenómeno, normal en estas épocas, provoca temperaturas extremas, no registradas hasta ahora, como los 49,6 grados centígrados que desde hace cinco días padece la población de Lytton, en Canadá, o los 46,1°C de Portland, en la costa oeste de los Estados Unidos.

En esta semana se han superado al menos 50 récords en los termómetros locales de la Columbia Británica canadiense así como en los estados de Oregon y Washington, con consecuencias penosas como la muerte hasta ahora de 560 personas en regiones que son normalmente frías y donde muchos hogares no tienen aire acondicionado.

Y comienzan los incendios forestales, otra repercusión de esas altas temperaturas, que pueden arrasar miles de hectáreas, ciudades enteras y durar semanas.

El domo es un fenómeno natural, frecuente e incontrolable; la diferencia es que ahora se presenta cada año con más fuerza, más rápido y dura más tiempo, consecuencia del cambio climático y de la influencia que ha tenido en él la contaminación producida por el hombre.

Por ello las acciones que tanto se han aplazado o desconocido para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger el medio ambiente hay que emprenderlas ya para que los efectos no sigan siendo tan nefastos como lo que ocurre con el ‘domo de calor’.