Como escenas de una película de terror, así es el panorama que han dejado los incendios más destructivos en la historia de California, Estados Unidos.
Hasta el momento, el ‘Woolsey Fire’, ‘Hill Fire’, y ‘Camp Fire’ han dejado 50 muertos, 200 desaparecidos, 300.000 personas evacuadas y 95.000 hectáreas quemadas.
El escenario es devastador, pues pese a la declaración de emergencia y a los esfuerzos de 8.000 bomberos por detener las llamas, la extrema sequía y los vientos de hasta 120 kilómetros por hora han hecho imposible controlarlas.
Como si la tragedia no fuera suficiente, el presidente Donald Trump salió a culpar a las autoridades californianas por el mal manejo de los recursos forestales y amenazó con cancelar futuras ayudas federales.
Lo más lamentable es que pareciera que la postura del Presidente, que debería demostrar su solidaridad con las víctimas, no está exenta de intereses políticos, y menos después de las últimas elecciones legislativas en las que los demócratas volvieron a ganar en ese estado.
California se enfrenta entonces a las respuestas inútiles y contraproducentes de Trump, en un momento que exige anteponer la vida y el apoyo a los afectados sobre intereses partidarios.
Y por otro lado, a encontrar soluciones para reparar el daño causado por las llamas y para enfrentar los incendios que, según los pronósticos, continuarán durante los próximos días.