El libro se llama ‘El Impostor’ (Random House) y lo escribió Javier Cercas. Narra las aventuras de Enric Marco, un viejo catalán que se las arregló para engañar a mucha gente, posando de prisionero y superviviente de campos nazis de concentración y de exterminio, cuando jamás estuvo allí en esas condiciones. Gracias a mentiras como esas que pasaron por verdades, Marco se convirtió durante años en toda una celebridad, objeto de condecoraciones y de exaltaciones.
Y eso sin contar con que antes dijo luchar en la Guerra Civil Española a favor de la República y luego contra la dictadura franquista, en interminables capítulos plagados de embustes. El final se puede contar sin matar la ilusión de leer el libro: todo quedó luego al descubierto. Lo que hizo después Cercas fue buscar a Marco para que rindiera descargos: eso que consigna de la manera más fascinante en las páginas de ‘El Impostor’, como el gran escritor que es.
Eso podría ser todo si no fuera porque Marco, como el impostor que fue, no es una excepción, aunque tampoco una regla. Porque los impostores como él aparecen en nuestras vidas así, de pronto y sin advertirnos. Pueden ser como el medio señor y medio truhan que se planta en una esquina para que creamos las fantasías que cuenta. Pero también puede ser ese personaje público que, a la luz de los reflectores que son los medios de comunicación y hoy, más nunca, las redes sociales, se convierte en ágil embaucador de masas.
De estos últimos, de los impostores de profesión, está hecha buena parte de la historia de la humanidad y, cómo no, de la nuestra. Hay que ver cómo, mientras navegan en el proceloso mar de la política y más aún en tiempos de elecciones, tanto algunos ellos como algunas ellas, siembran y casi a la par cosechan eso tan suyo, la mentira.
Casi siempre con libretos más que traqueteados, por lo que resulta curioso cómo tantos peces terminan por morder los mismos anzuelos. Aparte, con formatos con los que saltan de ida y vuelta del sketch al sainete, en breves obras donde posan, a la vez, de redentores y de víctimas. Y de autores de un glorioso pasado que solo ven ellos, porque no es otra cosa que fruto de su perversa invención.
En cambio, sus desaciertos del pasado pasan de agache. Igual pasan de agache los líos en que andan metidos. ¿Quiénes son? No hace falta decir nombres, ahí están sus actos.
Pero si hay algo además que los identifica es ese lenguaje con que se trepan unos y otras en el imaginario colectivo. Ahí sí que sirve, para ilustrar, el libro de Cercas sobre el astuto Marco. Porque, así como éste conmovió a muchos haciéndose pasar por quienes en realidad sufrieron la persecución del nazismo y del franquismo, nuestros impostores no se quedan atrás.
¿Acaso, no se les hace familiar eso de: “Un gran hombre, una persona generosa y solidaria y muy humana, un luchador incansable por las buenas causas…”?
O aquello de que: “La notoriedad y la fama y la admiración de los demás le habían perseguido toda su vida, pero él no había hecho otra cosa que huir de ellas, es verdad que con escaso éxito. Cuando se era como él no era fácil ser humilde, pero él lo había conseguido”.
O eso de: “Lo único que ha hecho a lo largo de toda su vida es luchar, sin descanso y con todas sus fuerzas, y con total desprecio del peligro de sus intereses personales, por la paz, por la solidaridad, por la libertad, por la justicia social, por los derechos humanos, por la difusión de la cultura y la memoria”.
Eso decía Marco de sí mismo. Pensándolo bien, apenas un principiante frente a estos impostores criollos. Tengamos cuidado.
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Sobrero: Una frase de colección del pasado jueves: “¿Cuántos otros equipos (aparte de Colombia) han perdido con Brasil por (apenas) un gol de diferencia?”.
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