En esas lapidaciones públicas de que somos objeto los taurinos por parte de quienes se autodenominan animalistas, no falta la pregunta sobre si acaso existe en nuestra fiesta un asunto que se salve de la hoguera.
Me pasó el otro día. “¿Recomienda usted algún libro que valga la pena leer sobre esa barbaridad que tanto le gusta?”. Quien me ejecutaba, no sin altanería, era un muchacho. Fácil, hubiera podido sugerir ‘Muerte en la tarde’ y ‘El verano sangriento’ (Ernest Hemingway); o, de pronto, ‘O llevarás luto por mí’ (Dominique Lapierre y Larry Collins).
Y es que en nuestra argumentación -ingenuos, por demás, que somos- figuran ellos, y otros como Goya, Picasso, Lorca, García Márquez, Vargas Llosa, Botero, Sabina, Caballero, Calamaro, y tantos otros. Tiempo perdido. Quizás porque, como dicen que decía Óscar Wilde, “las cosas son como son y serán como acaben siendo”.
En la ocasión aquella, me fui por quien más me gusta: Manuel Chaves Nogales. Y repetí el nombre, con especial énfasis en el hecho de que ese Chaves se escribe con ese y no con zeta (entre los benditos defectos que tiene google está ese, el confundir un genio con cualquier cosa).
Pedí enseguida al joven que buscara una edición popular de ‘Juan Belmonte, matador de toros’, de autoría de Chaves Nogales, a quien Pérez Reverte califica como “el mejor periodista español del Siglo XX”. Aspiro a que la haya encontrado y leído, no para convencerse, que de eso no se trata.
Guardo, eso sí, la esperanza de que mi ocasional interlocutor haya descubierto en Chaves Nogales al gran periodista y cronista. No de los toros (no era un apasionado de ellos y lo de Belmonte es un suceso literario antes que taurino), sino de ese hombre inquieto que pintó con su prosa el complejo mundo de sus tiempos, con esa capacidad única que dan la sensibilidad y el ojo agudo.
Chaves Nogales fue un visionario que advirtió en sus relatos de viaje de la época lo que le esperaba al planeta por cuenta de Hitler, Mussolini y Stalin, A él, antes que a nadie, le produjo igual espanto los crímenes de unos como de los otros en la preguerra. Una condena así a todo tipo de totalitarismos terminó por pasarle cuenta. Fue perseguido por todos, con la misma saña que tras sus huellas había ido otro tirano en formación que luego se graduó con creces en la materia, Francisco Franco.
Eso no fue lo único a lo que Chaves Nogales se anticipó. “En esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre su existencia”, dijo. Acuñaba así una definición contundente sobre la tragedia de los parias de su época y de los que estaban por venir, como esos millones de seres humanos que ahora mismo deambulan por el mundo en procura del derecho a existir.
Luego, Chaves Nogales terminó siendo otro paria. Y lo es aún, a 73 años de su muerte (1944). Lo atestigua esa lápida sin nombre, con un gélido CR19 como referencia de la tumba donde yacen sus restos en el cementerio de Fulham, al lado de Londres.
Hasta allá llegan sus lectores, con las tapas gastadas de ‘A sangre y fuego’, ‘El maestro Juan Martín’ y ‘La defensa de Madrid’. Y algunos llevan las páginas abiertas en el ‘Juan Belmonte, matador de toros’, “la mejor biografía escrita jamás en España”, según dijo una vez el historiador y escritor Juan Eslava Galán.
Después de tanto tiempo, Chaves Nogales es un fenómeno en ventas y sigue a hombros de la historia fiel y del buen periodismo. Por eso, a las puertas de una nueva temporada de toros en Colombia, con Cañaveralejo como abrebocas, vale la pena abrir un capote y decirle al Maestro que esa fiesta que vio y conoció en las carnes de una figura del toreo, sigue viva, como la libertad misma. Acechada, pero firme.
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