Leí con mucha atención el estudio realizado por la Universidad Javeriana sobre cómo ha sido el comportamiento de los caleños frente al Covid-19, qué tal han recibido las disposiciones impuestas por el Gobierno, si las han cumplido y de qué manera les está afectando esta compleja situación.

Cuando uno ve los resultados de la investigación comprende por qué el aumento de casos en Cali ha sido una constante desde el principio de esta pandemia inesperada, y por qué es tan complicado ponerle orden al desorden que reina en diferentes sectores de la ciudad. No se sabe qué pasará en las próximas semanas, pero con seguridad aparecerá el tan anunciado, y pospuesto, pico de contagios.

Dirán quienes conozcan el informe que en general los caleños se han portado bien, han acatado el aislamiento y han seguido las recomendaciones de las autoridades. Y sí, es verdad.

Según la encuesta realizada en la capital del Valle a 3053 ciudadanos de entre 18 y 90 años y de los diferentes estratos socioeconómicos, el 88% de ellos ha permanecido en sus casas todos o casi todos los días desde que se decretó el confinamiento; el 87% usa tapabocas si sale y un 78% lo hace para recibir domicilios. Son similares los porcentajes de quienes se quitan la ropa o los accesorios cuando regresan al hogar, de aquellos que desinfectan los paquetes o los alimentos o de quienes toman todas las precauciones para subirse al transporte público.

Hasta ahí todo bien, se puede decir que en general los caleños han acatado las nuevas normas de convivencia, se cuidan y entienden que las restricciones son para su protección, para preservar su salud y evitar que la ciudad junto con sus servicios de salud colapsen por la propagación incontrolable del virus.

Es en ese 9% que sigue saliendo de su casa y no precisamente a trabajar sino a pasear o a visitar familiares y amigos, en el 19% que no tiene ninguna precaución cuando usa el MÍO, en el 2% que admite haber asistido a fiestas clandestinas durante el confinamiento obligatorio, o en el 44% que aún piensa que no hay contagio a través del contacto con objetos o superficies, donde está la razón para que al 1 de junio Cali tuviera 2695 personas contagiadas y 118 fallecidos por el Covid-19.

La cadena -porque sí, esta pandemia es una cadena que suma eslabones y no se le ve fin- tampoco se romperá mientras las condiciones en las que vive la mayoría de quienes han dado positivo al virus no lo permitan, o mientras un gran porcentaje de los enfermos se niegue a comprender que la manera de detener la propagación es evitar todo contacto.

Si como revela el estudio de la Javeriana, la mitad de los contagiados nunca o casi nunca guarda la distancia de aislamiento con quienes viven, las dos terceras partes deben compartir el baño, la mayoría no usa tapabocas dentro de la casa y utiliza los mismos platos que el resto de la familia, en Cali será imposible detener la pandemia.

Y está la otra cara de este círculo, a la que hoy se le debe prestar la mayor atención: el impacto sicológico, social y económico que producen en los caleños 76 días de aislamiento. En mayor o menor medida todos hemos sentido miedo, estrés, ansiedad y depresión, nos hemos enfrentado a la soledad, el trabajo se ha multiplicado para unos mientras que para otros se acabó. Y esas son sensaciones o realidades que no cambiarán pronto, por lo que hay que ver cómo se manejan desde lo individual pero también como sociedad.

La reactivación total de la economía no da espera, entonces el regreso a las actividades cotidianas será en el corto plazo. Para que esto no se desmadre, el Estado deberá mantener muchas de las medidas como hasta ahora y hacer el acompañamiento social que se requiera. También hay que sostenerse en la pedagogía del coronavirus, porque ahora más que nunca y quién sabe por cuánto tiempo, de las decisiones personales que usted y yo tomemos, dependerá que nos salvemos del contagio.
Ojalá así lo entendamos, al fin, todos los caleños.

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