La carrera electoral ya empezó. Más bien: ¿En algún momento terminó? No acababa de posesionarse el presidente Duque a mediados del año pasado, y ya comenzaba la contienda que llevará a finales de este 2019 a centenares de nuevos mandatarios regionales al poder.

La democracia tiene -por definición- el encanto de la elección popular y el voto libre, con el desencanto de los votos no siempre tan libres, amañados a maquinarias y cacicazgos electorales. Con el boom de las redes sociales, a la plaza pública tradicional se ha sumado la voz directa de los ciudadanos, los troles, las llamadas bodegas de seguidores falsos pero, también, importantísimo, las voces de millones de personas que antes se escuchaban poco y que ahora hacen eco a través de las plataformas digitales y se manifiestan en forma de ‘tendencias’. Eso es lo maravilloso del twitter pero es, al mismo tiempo, el gran reto de los líderes de la opinión pública y -en estos tiempos de elecciones- de los candidatos especialmente: construir diálogos y debates aportantes a punta de frases digitales. Es una responsabilidad no sólo en nuestro país, si no en el mundo entero, porque el fenómeno de las redes sociales es global. Podría uno hacer excepciones como China o Venezuela, pero es que en esos lugares no hay democracia.

Pedirle a un montón de gente sin rostro que tenga mesura y un mínimo nivel de debate en las redes sociales es perder el tiempo, no es su obligación, es evidente que no les interesa la mesura ni la construcción. Son, lo que en procesos de paz se llaman ‘spoilers’ o saboteadores, que hacen lo que toque por deslegitimar acuerdos. La cordura, la responsabilidad y la sensatez no caben en ellos. Pero en quienes comandan voces que tienen eco, mantener la sensatez, debatir con moderación, reproducir la cordura y apostarle a la construcción es más que una responsabilidad, una obligación.

La democracia no consiste en que todos hablen al mismo tiempo, sino en que nos podamos escuchar. Y leer, en estos tiempos digitales, es también escuchar. Evitar caer en la tentación de explosiones momentáneas, incendiarias, furiosas y masivas, es la diferencia contemporánea entre la grandeza y el populismo.

Colombia no necesita más liderazgos incendiarios que pretendan callar adversarios a punta de tendencias tuiteras. Lo que necesita son líderes visionarios que sepan lidiar con las vicisitudes de un presente a veces incomprensible en el que las reglas del respeto y la construcción se están todos los días reconstruyendo a través de las redes sociales.