Ante una pregunta de la Revista Semana, en una entrevista de julio de 2025 realizada al que ahora es más conocido como ‘Calarcá’ (Alexander Díaz Mendoza) líder de una de las disidencias de las Farc, este respondió: “No me veo dejando las armas”. Esto dijo cuando se le indagó por si al final del proceso de diálogo de paz con el Gobierno Nacional habría o no desarme.
Las transiciones de la guerra a la paz no son fáciles, incluyendo el asunto de las armas, más aun tratándose de contextos en los que no hay vencedores ni vencidos.
Hace algunos días también, el Frente 33 que es otra disidencia de las Farc (‘Estado Mayor de Bloques y Frentes’-EMBF) asentado en el nororiente del país, más exactamente en la región del Catatumbo, dirigió una comunicación pública al presidente Petro. En ella, de forma contundente, anunciaron que no entregarán las armas. “También hemos manifestado con claridad que entrega de armas no habrá, mientras no se avance en quitarle vigencia a la lucha armada”, hicieron saber en la carta. De manera parecida se han expresado, en distintos momentos, otros grupos que han tenido o mantienen diálogos con el gobierno.
En un notable contraste con lo anterior, más recientemente, a cientos de kilómetros de distancia, desde el suroccidente colombiano (Nariño), Walter Mendoza en nombre de la estructura ‘Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano’, también disidencia de las Farc, le salió al paso a algunas versiones de prensa que le atribuían decir que “no entregaremos las armas y la paz no se firmará con este gobierno”. Al aclarar esa versión, se ratificó en “una voluntad de paz irrefutable y el compromiso de avanzar progresivamente en la destrucción de nuestros arsenales y en profundizar actos tempranos de desescalamiento del conflicto”.
Esta última declaración ha sido honrada con hechos concretos, incluyendo ya la destrucción de parte de los arsenales de guerra de este grupo armado que parece avanzar firme hacia un tránsito hacia la legalidad, acompañado de transformaciones territoriales con una amplia y efectiva participación comunitaria.
Los anuncios, casi amenazas, de la no dejación de armas, aun mediando un proceso de diálogo o negociación de paz, no son palabras menores de las que pueda hacerse caso omiso o puedan dejarse pasar por alto. Se trata de un asunto sustantivo y, por lo mismo, no es uno de esos temas que se dejan ‘para después’ o de ‘ahí vamos viendo’.
El planteamiento de algunos de estos grupos en el sentido de no dejar las armas pretende tener asidero en dos consideraciones: mantenerse como una especie de veeduría armada para presionar que los acuerdos se cumplan y/o como parte de una opción de seguridad, en condiciones en que el Estado aún no tiene el control territorial en muchas zonas y las amenazas a la estabilidad de una transición hacia la vida legal tienen múltiples riesgos y amenazas.
Un planteamiento esencial de la paz total, reiterado en múltiples ocasiones por el consejero comisionado de Paz, Otty Patiño, es que el centro de un diálogo o negociación sea el logro de transformaciones, especialmente de naturaleza territorial, y la recuperación integral del Estado de derecho en donde hoy prevalece la ilegalidad en múltiples manifestaciones. Y ese es un cambio radical de paradigma con el que muchos prestamos acuerdo.
Lo que no puede prosperar, sin embargo, y como equivocadamente han pretendido varios de los grupos en diálogos con el gobierno, es la idea de que no habrá dejación de armas.
Sea como se le llame, entrega o dejación, y trátese de un acto público o discreto, este momento es absolutamente necesario como manifestación de la solidez de una paz pactada.
El Gobierno Nacional aspira, en lo que queda de su mandato, llevar sus agendas de negociación y/o diálogos socio-jurídicos a un punto de inflexión. Esa condición de no retorno de los procesos debe implicar un compromiso inequívoco, con el desarme como hecho político, simbólico y material absolutamente irreversible. Así se dio con las guerrillas en Centroamérica y acuerdos de paz en todo el mundo, incluyendo Colombia.
Yo tengo en mi memoria el recuerdo de una foto memorable: la de Carlos Pizarro al frente de su tropa del M19 en Santo Domingo (Cauca) vestido de civil, dejando su arma envuelta en una bandera de Colombia al tiempo que ordenaba: “Combatientes… ¡Dejad las armas!”.