Se volvió costumbre escuchar sandeces de Petro. Todas las semanas dice disparates y comete errores inaceptables en un presidente que merezca respeto. Insulta, provoca y vocifera al tiempo en que destila odio, propio de su esencia y las que consume. Es una de sus estrategias para apuntalar la agenda en la opinión y en los medios y pasar de agache con los asuntos graves y urgentes del país. Que hablen de él, bien o mal, pero que hablen.

En la última semana, enfrascó al país en una discusión baladí sobre las toneladas de lechona que con cerdos mexicanos se vendieron en Japón, amenazó a la Unión Europea con renunciar a su ciudadanía italiana como si a algún jefe de Estado del antiguo continente le importara, confesó estar olvidando el inglés “por estar de Presidente” y culminó diciendo no haber reconocido al gobierno venezolano cuando con sus actos ha hecho lo contrario.

Le recordó al país que él era el jefe de los alcaldes, lo cual es falso, como lo hizo en su momento con un fiscal de grato olvido, pretendió dictar cátedra en materia tributaria diciendo que los pobres no consumen gasolina, se inventó una nueva hipótesis del magnicidio de Miguel Uribe Turbay según la cual la mafia europea lo mandó a matar, y notificó a Trump que Colombia no prestará su territorio para invadir a Venezuela como si la caída de Maduro dependiera de nosotros.

Si lo anterior no fuese suficiente, se aventuró en lecciones de derecho penal al señalar que lo ilícito se vuelve lícito quitándole la letra i. Así de sencillo. Según Petro, el homicidio, las masacres, el secuestro, el hurto y la violación dejan de ser delito al quitarle una letra. Es decir, una vocal de menos y tendremos seguridad. Manera de trivializar el delito. Con razón no le importa que el país esté en manos del hampa y quemen a nuestros soldados.

Este tipo de afirmaciones, a las que el país se ha acostumbrado como si se tratara de algo intrascendente, revisten la mayor seriedad. Por cantinflesco y enfermo que sea o parezca, lo peor que puede ocurrir es no tomar en serio a quien violando la ley se hizo a la presidencia y más, cuando hará todo lo que esté a su alcance para perpetuarse en el poder y en su defecto poner a un testaferro o lograr mayorías en el Congreso.

A ningún presidente se le debe tolerar la mentira y que se valga de cifras amañadas para distraer y confundir cualquiera sea el tema, que ignore el impacto de un mayor impuesto a la gasolina en el bolsillo de los más pobres -a quienes dice representar-, que responda con evasivas a una declaración delicada del Parlamento Europeo e insista en desviar la investigación de un magnicidio sobre el que aún le debe explicaciones al país.

Lo ilícito no deja de serlo al quitarle una letra. Las sociedades deciden por vía de ley qué conductas ameritan ser tipificadas de delito y la sanción correspondiente. No es una potestad del gobernante de turno. Una cosa es que Petro cohoneste con criminales, los suba a una tarima, los nombre gestores de paz y engañe al país con una paz total a la medida de los intereses de los criminales, y otra, que lo ilícito deje de serlo al quitarle una letra. No, Presidente.

No son simples sandeces las que a diario escupe quien usurpa la jefatura del Estado. No son palabras insulsas, son una expresión fidedigna de él como persona y gobernante. No le importa la verdad, es un mitómano. Le tienen sin cuidado los más pobres, los usa. Lo internacional, le resbala; cuida a Maduro porque con él tiene rabo de paja. Y, lo más grave: no distingue lo legal de lo ilegal, nunca lo ha hecho. Por eso, es capaz de todo. Desde poner al país a hablar de lechona, hasta acallar las voces que le sean contrarias.