Confieso que no soy religiosa, pero al margen de ser creyente o no, por el camino de mi vida me he detenido en lecturas sobre frases, oraciones y pasajes de la Biblia, que han marcado la historia de la humanidad y la cultura occidental en esferas políticas, en el Derecho, la filosofía, el arte, y hasta en dimensiones éticas sobre cómo vivir honradamente y contribuir a un mundo más equilibrado y justo.

Sabemos que la Biblia ha soportado ataques para acabarla desde los primeros emperadores romanos, pasando por dictadores y ateos. Con el pasar del tiempo, los incrédulos han supuesto que la Biblia es mitológica. Otros piensan que sus lecciones son primitivas. Hay fragmentos de ella que pueden relacionarse con sucesos históricos; otros son cuestión de fe. En todo caso, en diversos entornos, la Biblia ha transformado vidas e influido en muchas culturas. El mundo admite que, a pesar de las arremetidas contra el ‘Libro Sagrado’, este sigue siendo fundamental para muchos, como lo fue cuando se escribió por primera vez.

Hoy, Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, es bueno repasar simbolismos de los versículos anteriores a la Pascua, que nos ubican en la llegada de Jesús a Jerusalén. Antes de entrar en la ciudad santa, él pide a sus discípulos que le consigan un burrito para montar. Según Marcos, Jesús dice: “Vayan a la aldea que tienen enfrente. Tan pronto como entren en ella, encontrarán un burrito, en el que nunca se ha montado nadie. Desátenlo y tráiganlo acá. Y si alguien les dice: ¿Por qué hacen eso?, díganle: “El Señor lo necesita, y en seguida lo devolverá”. Así, Jesús entra montado en el burro y según el relato de Mateo: “Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino”. Esa historia del burrito se interpreta hoy como representación de humildad, la misma que falta hoy en una Colombia inmersa en la polarización y no en la conciliación.

Recibimos la Semana Santa con un país sumido en una gran desazón y división. Pese a que el presidente Petro ha llamado muchas veces a la unidad nacional, ese propósito se desdibuja cuando desde el mismo Gobierno lanzan ofensas contra medios de comunicación, partidos, entes autónomos, gremios y otros actores sociales.

Nos angustian los conflictos políticos, la inseguridad creciente, las violencias de todo tipo. Los proyectos legales sobre las pensiones, la política laboral, el sistema de salud o las propuestas de paz total no logran consensos, generan preocupación social y no llevan a la tranquilidad ni al buen vivir de la comunidad. Las movilizaciones convocadas como forma de presión política al Congreso, a los partidos y a la Justicia, radicalizan más el escenario y desdibujan la esencia de la protesta social auténtica. Mientras tanto, no se perciben avances significativos en la implementación del Plan de Desarrollo, hoja de ruta del gobierno hasta el 2026, en temas del desarrollo rural, la calidad y ampliación de la cobertura educativa, las vías terciarias, la vivienda digna, o el turismo, por citar unos temas prioritarios.

La semana de reflexión que se inicia recuerda en Occidente ese mensaje de ‘Paz a vosotros’ del Jesús resucitado ante sus discípulos, como reflejo de un anhelo humano de esperanza y convivencia. Aspiración que cobra vigencia en una Colombia que ha vivido un año desconcertante y extraño; que aspira a que los proyectos que se estudian en el Congreso sirvan verdaderamente para superar las brechas de pobreza, reactivar la economía y construir la paz. Ojalá la conmemoración de la Pascua Florida sirva para que se retome el camino que los colombianos merecemos. El de un país que supere la incertidumbre y no la aumente con escenarios como los propuestos ahora sobre una asamblea constituyente. Un país que necesita que se abandonen los discursos polarizados, en el que sea posible ‘resucitar’ la confianza y la esperanza de ser una Nación bien dirigida hacia el bienestar de todos, dentro del marco constitucional vigente.