Una tormenta perfecta. Tenemos la inflación más alta en 23 años. Para intentar controlarla, el Banco de la República sube la tasa de interés. También busca que los capitales no salgan en búsqueda de mejores retornos en Estados Unidos.
Lo mismo hacen los bancos centrales en todo el mundo. Al hacer más caro el financiamiento, sube el costo de los créditos de consumo, hipotecario y el de inversión. En consecuencia, disminuye la demanda y las economías se enfrían.
Al caer la demanda, bajan los precios de las materias primas, entre ellos el petróleo. Los países que dependen de esas materias primas reciben menos dólares por sus ventas al exterior. Como ingresan menos dólares, su precio sube.
La devaluación frente al dólar es un fenómeno global. Sin embargo, el peso es la moneda más devaluada del mundo entre el 17 de junio y el viernes pasado, cuando el dólar cerró a $4.698. El peso ha caído un 20% desde la elección de Petro.
Esa devaluación tiene varias consecuencias negativas. Reduce el poder adquisitivo de los ciudadanos que tienen que pagar más pesos por los mismos productos e incrementa la presión inflacionaria, en especial en Colombia donde importamos muchos productos de consumo doméstico, los fertilizantes para la producción agrícola, y el maíz y la torta de soya para alimentar los animales. Con una alta devaluación, somos mucho más pobres.
Más allá de las causas globales, la aguda depreciación del peso tiene una explicación política. Las declaraciones contradictorias de los ministros, los pronunciamientos de Petro, y las decisiones gubernamentales, entre ellas la tributaria y las relacionadas con el sector minero energético, son en buena parte responsables de la altísima devaluación.
Petro ha cuestionado la idoneidad del Banco de la República y ha atacado su independencia y la decisión de subir los intereses para atajar la inflación, ha propuesto impuestos para los capitales golondrina y eliminar la regla fiscal para endeudarse en 60 billones más, ha propuesto la reforma tributaria más gravosa de nuestra historia, y quiere asesinar al sector minero energético, de lejos el que más impuestos y divisas genera.
En lugar de tranquilizar a los inversionistas y a los empresarios, ha generado una enorme incertidumbre con los anuncios de cambio de reglas de juego, la amenaza populista al banco central y a una política monetaria técnica, el castigo al emprendimiento y a la inversión en la tributaria y sus incentivos a la fuga de capitales, y porque sin los ingresos petroleros y mineros, irreemplazables a corto y mediano plazo, la inflación y la devaluación serían mucho mayores y el crecimiento de la pobreza descomunal.
A las puertas de una recesión mundial, el seudoeconomista solo echa gasolina al fuego. El frenazo a la economía será descomunal. Y el crecimiento del desempleo y la pobreza, inatajables.