En el lejano Renacimiento italiano hubo un filósofo, profundo él sobre todo en el encuentro de su propia humanidad. Se llamaba Guiovanni Pico della Mirandolla. Vivió relativamente poco y fue envenenado con arsénico. Varios ensayos y libros escribió; pero sobre todo dejó un pensamiento muy profundo sobre el ser humano, que comenzaba con él mismo. Dijo en el Discurso sobre la Dignidad del Hombre: “Hombre, por qué el libre albedrío significa responsabilidad moral, y tal responsabilidad, me he dado cuenta, es más de lo que puedo soportar. Dios, ¿por qué?”.

El conocimiento filosófico interior del ser humano había llegado a descubrir ese libre albedrío como la capacidad de escoger entre el bien y el mal. Y de allí surgió el juicio de la religión y el castigo o el premio subsiguiente a la vida. Meditando en esa filosofía he llegado a la conclusión de que lo contrario, o sea el determinismo, tal como lo advirtiera San Agustín, puede ser inexorable. No se mueve una hoja sin la voluntad de Dios, dijo profundamente el santo.

Ahora bien, ¿por qué estoy haciendo estos análisis? Bueno, porque me quedo perplejo cuando observo cómo, aun en el estado de conciencia que advierte que estamos en el gran peligro de que la democracia de un salto hacia el abismo eligiendo un sistema comunista, detrás del cual está el señor Petro con su discurso igual al de Mussolini. La misma desgracia en que han caído los cubanos desde hace más de cincuenta años y Venezuela desde hace mucho más de veinte y Nicaragua desde hace más de treinta.

No obstante eso, aquí surgió la fiebre de la ambición personal casi sin límites -humana es la ambición-, cuando la ansiedad de unos cien aspirantes atrae la desgracia de que no le podamos ganar a los corifeos de ese socialismo radicalizado, porque son ellos, los candidatos en proliferación, los que de modo inconsciente favorecen a Petro y sus companies. Dividir para reinar, decían los latinos.

Y contra esa determinación, nada puede convencerlos de que cada uno de ellos se convierte en el mejor amigo del señor Petro, quien, volando con todo el presupuesto oficial, está en el plan de conseguir los votos que levanta con su discurso clasista de odio, usando los medios de comunicación en todas partes, pagando el transporte y los tamales y lechonas con el presupuesto. En una de esas alocuciones petricas conté que estaba usando, gratis por supuesto, más de veinte canales de televisión. Esto, naturalmente, cuando la Constitución le prohíbe la intervención en política. ¿La Constitución?, ¡!Vaya!!vaya!, ¡y ¿Qué importa la Constitución?!

Debo decir que yo votaría gustoso por cualquiera de los pululantes candidatos. Nada tengo en su contra. Pero los veo más arraigados en su propio delirio y ambición que en las posibles realidades; y observo con la claridad del medio día, cómo, inexorablemente, nos van a ganar los que aspiran a llegar a ‘la dictadura del proletariado’. Ser postulado o autopostulado, digamos que es un atractivo de la lucha política. Pero la razón te dice que Petro es el primero que mete la mano, propia o ajena, para acariciar oídos creyentes, como lo ha hecho contra Efraín Cepeda en el Partido Conservador. Y cuando mete la mano, también usa el poder con cargos que dan platica.

Gobierno podrido en escándalos abominables. Presidente que se desgaja viendo un striptease en Lisboa, como acaba de demostrarse, o amanece ‘leyendo’ El Capital de Marx en París, en la compañía del pornógrafo que ahora es el ministro de la Igualdad y que se nombra a sí mismo como la Marica. Y Panamá, París y Madrid, donde Petro el Viajero impacta con sus fugas humanas. Hay que advertir que un presidente no es una figura privada sino pública y debe encarnar las virtudes de un hombre ejemplar y probo.

Pero cuánto horror de horrores nos ha tocado vivir. Quizás porque, como dijera Juan Pueblo, Petro también agrega que la vida es para gozarla, sobre todo cuando la gente se deja seducir con el billete, sin reparar en lo que pueda venir. Ah, ese Petro que tanto ha viajado por cuenta nuestra y que tanto se ha divertido en esos constantes escapes. Como recordaba su excanciller Álvaro Leyva, cuántas veces se ha derrumbado bajo el endriago de sus propias debilidades.