Sigamos hablando de mujeres que escriben. Qué placer me ha dado leer, en los últimos días, a la filósofa Martha Nussbaum, quien ocupa la cátedra Ernst Freund como profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago.

En su libro ‘La monarquía del miedo: una mirada filosófica a la crisis actual’, explora emociones humanas como la ira, el asco, la envidia, el miedo, los celos, para luego conectarlos con los grandes fenómenos políticos de la actualidad.

Hace un viaje íntimo por las bajezas humanas para, a partir de ellas, comprender los mecanismos que activan los políticos modernos en nuestras mentes para obtener votos o resultados, muchas veces nefastos.

Y entre todas las emociones despreciables resalta la envidia, que según dice “ha sido un peligro para las democracias desde el momento mismo en que estas empezaron a existir”, pues se enquista tanto en las posturas de derecha como en las de izquierda.

La derecha, explica Nussbaum, siente estancados sus beneficios y ventajas, y empieza a envidiar a las minorías que llegan alto, a los inmigrantes esos que les “quitan” el trabajo; a las clases medias que ascienden y empiezan a comportarse como iguales; a las mujeres, que ocupan posiciones de poder. Lesbianas alcaldesas, transexuales rectoras de universidad, pobres con voz, negros en los clubes sociales, ¡a dónde ha ido a parar el mundo estable de los envidiosos de derecha!

La izquierda por su parte, quiere “arruinarles la diversión a los ricos o a los que tienen lo que los envidiosos envidian”, dice Nussbaum, y su objeto de animadversión son los banqueros, las grandes empresas y los políticos que benefician a unos y otros.

El problema no está en la crítica a una postura política, sino en que el envidioso rompe la cooperación social: le desea al otro el fracaso como condición para su propio éxito, y supone falsamente que recibirá cierta compensación emocional cuando el otro sea infeliz y quede fuera del juego. Así, por envidia, es como se estancan los propósitos nacionales más altos.

Pero al envidioso no le gusta eso de sentirse envidioso; reconocerse ruin le haría sentirse menos bueno, noble y humilde de lo que cree ser, y es cuando moraliza la envidia: “Lo que empieza siendo pura envidia deriva hacia un ‘son malas personas, no merecen lo que tienen’”. ¡Vamos a quitarles!

Alegrarse por el bien del otro es una bella forma de inteligencia. Reconocer el mérito ajeno, condición de la propia abundancia. ¿Envidiar? Mejor admirar.

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