No voy a pedirle milagros. O sí. En esta ciudad de pocas ilusiones, donde hace mucho tiempo viene ganando la batalla la apatía, la anarquía, el todo vale y la peor de nuestros plagas, el ‘calibalismo’, quizás sí tenga el matiz de milagro. No es algo que pueda lograr él solo (lástima no hubo una sola mujer aspirante). Pero si se convence de que allí está la raíz de los males que nos han postrado como ciudad, mientras otras capitales del país brillan y nos aventajan con creces, es posible que algo bueno pase.

Es claro que esta petición no está en los elaborados planes de gobierno, ni en los mentados acuerdos programáticos, nombre sofisticadísimo con el que la política nombra las componendas para llegar al poder. Como es claro también que, después de una convulsionada campaña, salpicada de populismos, disputas y sinsabores, al futuro Alcalde, sea quien sea, lo que hoy le habite es una profunda rabia en el corazón.

Qué lástima, cuando la política debería ser alegría, la más auténtica expresión de servicio y compromiso, en lo que ha quedado convertida aquí y en otros lugares del mundo es en un espectáculo primario, que deja al desnudo controvertidas maneras de competir. No importa lo que pase, no importa lo que se ha hecho. Así es la extraña condición humana y su involución.

Ya estuvo bueno de dolores y rencores, de clasismos y resentimientos eternos, y de tantas divisiones. Fíjense, justo en víspera electoral, un estudio de Cali Cómo Vamos nos deja en nuestras platas: solo 3 de cada 10 ciudadanos se involucra en organizaciones o espacios sociales. Lo que traduce en ‘caleñol’, que a la mayoría todo eso nos vale huevo.

Entonces, lo que voy a pedirle señor Alcalde de los que no salen a votar, de los que no votaron por usted y de los que sí lo apoyaron es que se quite los guantes, asista a una terapia, se deje aconsejar de gente sabia y conjure todos esos espantos que nos hacen una ciudad pequeñita.

Porque de eso se trata precisamente el milagro que necesitamos: de recobrar el amor propio como ciudad, nuestra autoestima como ciudad, creer en nuestra ciudad, trabajar por nuestra ciudad, sentirnos orgullosos de esta ciudad, con un montón de potenciales que la hacen única, pero que recitamos de cuando en vez y luego se nos olvidan: la cultura, la música, el deporte, el emprendimiento, la innovación, la capacidad de crear, la calidez de nuestra idiosincrasia.

Por eso, me he ahorrado las cifras de seguridad, movilidad, servicios públicos, pobreza y demás, necesarias pero ya bastante ilustradas. Para mí el gran problema sigue siendo de actitud, porque al tenerla recuperamos un montón de virtudes como la solidaridad, el civismo, el respeto, el cuidado, la convivencia, la construcción colectiva, la sensibilidad. Porque solo con una actitud honesta y propositiva, que no es antónima a la crítica oportuna, es posible que ocurra el milagro y volvamos al sitial que nos merecemos como ciudad.

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