Las redacciones de los periódicos suelen ser lugares donde habitan todo tipo de personajes y anécdotas. Muchos de quienes allí llegan, se quedan y hacen historia, por las señales únicas de su comportamiento, y alimentan la nostalgia de esos espacios, en los que muchos pasamos gran parte de la vida.

En ese universo aparecen sujetos como el que inspira estas líneas: un tipo difícil, de estatura media, pantalón clásico, camisa manga larga, que se amoldaba a su abultado abdomen, corbata, lentes y peinado impecable. Todos los días llegaba puntual al consejo de redacción del área Metropolitana, contaba sus propuestas y salía a buscar la noticia donde corresponde: en la calle.

Casi al medio día o al inicio de la tarde, regresaba impecable como salió, pero con el sol caleño chapeado en sus cara. Contaba lo que consiguió, en la torre de Emcali, en el CAM, en el Concejo o en las calles de la ciudad. Lo suyo, en aquel momento, era lo público, y en eso era imbatible. Que lo cogieran desinformado o fuera de base, imposible. Era un tipo difícil de chiviar.

La experiencia estaba de su lado. En una emisora, a la que arribó para aprender, como todero, le dieron el chance de leer una noticia, en ausencia del titular y así empezó, como iniciaron muchos de los maestros, que han dejado huella. Pasó por el diario El Crisol, El Pueblo, con reconocidas plumas del periodismo de la época; Occidente, donde su versatilidad afloró, al hacer farándula en la revista Candilejas, y luego se ocupó de las notas judiciales, con sumo rigor. Tras un camino hecho, llegó a El País, la que fue su casa durante 28 años.

Para sus colegas de la vieja guardia, era Jucepol, para la mayoría en El País, Polaco, el SEÑOR REPORTERO que siempre andaba ‘titino’ y al que nunca se le escuchó descompuesto. Julio César Polanía Sevilla era un tipo difícil de enojar. Ni siquiera sus jefes, que eran bien exigentes, lograban robarle la paz.

La primera vez que lo vi fue en esa área Metropolitana, de grandes reporteros, en la que tuve la oportunidad de foguearme, hace 25 años. Además de ser un periodista referente, era el papá de César, el hoy editor de Afición, heredero de su oficio, con quien entramos el mismo día a esta, la que sigue siendo nuestra casa. Polaco no era egoísta, ni presumido. Apoyaba, generoso, a quien apenas llegaba. Así lo hizo conmigo. Se acercó, me ayudó, me inspiró. ¿Cómo no admirar a un tipo así?

Años después, siendo editor del área Nocturna de El País, tras décadas de ‘patonear’ la ciudad, este general del periodismo, del día a día, pasaba todas las tardes a pedir ‘la carretica’, como le llamaba a las previsiones para elaborar la primera página. Ya no lucía corbata, iba más informal, pero igual de ‘titino’. En mayo de 2011, pensionado y con unos años más que nos regaló de su oficio, se fue a casa, a disfrutar de doña Mary, su compañera, su hija Leyza y sus nietos Alfredo y Pablo César. La fiesta de despedida en la casa Entre Ríos fue memorable. Y Polaco estaba tan feliz.

El pasado jueves partió de este mundo, rodeado de su familia, tras padecer una fibrosis pulmonar que le dio más años de vida de los que pronosticaba la ciencia. “Desde donde quiera que yo vaya a estar ahora, los amo mucho”, les dijo. Y así, poco a poco, se fue yendo a la eternidad. El viernes logró reunir en su velación a tantos colegas de distintas generaciones, que no se veían en años. Fue bello verlos ahí para exaltar la memoria de quien honró el oficio y fue emblema de nuestra casa editorial. Gracias por tanto, Polaco, sos y serás un tipo difícil de olvidar. @pagope