En la prehistoria fuimos caníbales. Los Pijaos aficionados a deleitarse con niños asados. También caníbales, los Natagaimas, Tamagales, Guauros, Nukak. Ya la violencia existía entre los cacicazgos de las tribus del Valle del Cauca y el Alto Magdalena.
Llega la Conquista con toda su violencia, represión contra los indígenas, masacres y sed de oro. Periodo sangriento que empata la infame esclavitud, la guerra de Independencia, y que han continuado desde 1810 hasta nuestros días.
Desde 1946 hasta 1964, casi tres millones de muertos; desde 1985 hasta el 2018, quinientos mil muertos más doscientos veinte mil desaparecidos, confinamientos, secuestros, desplazamientos forzados, paramilitarismo, falsos positivos, reclutamiento de menores, ‘peajes’, debilitamiento de las Fuerzas Armadas.
Todo esto sin referirme a la violencia intrafamiliar, los feminicidios, el sicariato de los narcos y las venganzas personales...
En los primeros cinco meses de este 2025, ha habido un inquietante aumento de la violencia. 85 asesinatos de líderes sociales y comunitarios no defensores de Derechos Humanos (informe hasta el 31 de mayo)
Magnicidios. Gaitán, Galán, Lara Bonilla, Unión Patriótica, Jaime Garzón, Álvaro Gómez Hurtado; el asesinato de Miguel Uribe Turbay, cuya muerte física nos conmociona en este despertar del lunes.
Impunidad total. Jamás se sabrá quiénes fueron los autores intelectuales. Dios quiera que algún día se sepa.
Desgraciadas las palabras de ese siniestro personaje ‘Pastor’ Saade: “La actividad política tiene un riesgo, así como montar en bicicleta tiene el riesgo de caerse...”, de una estupidez y frivolidad sin límites que azuza la llama de la rabia y la impotencia.
“La impunidad no solo perpetua la violencia, sino que envía un mensaje devastador: que en Colombia se puede asesinar sin ninguna consecuencia”, Eduardo Durán-Cousin (historiador ecuatoriano en su libro Colombia, País de Extremos).
Colombia, ¿estamos condenados a seguir matándonos? ¿Condenados a vivir encerrados, claustrofóbicos entre tres cordilleras, dejando esos inmensos territorios de llanos y selvas sin presencia del Estado?
¿Consumidos por el feroz centralismo que, como una boa constrictora hambrienta, se traga lo que le da la gana y abandona los departamentos que no aplauden al gobernante de turno?
¿A Ningún vallecaucano le importa el abandono en que tiene Petro al Valle del Cauca, simple y llanamente, porque nuestra Gobernadora no es de sus áulicos? ¿Y nadie protesta?
Colombia, país bendecido por la naturaleza y maldito por sus habitantes, herederos del odio y el resentimiento, un país racista, un país inequitativo, un país que no sabe darse la mano, ni mirar de frente, ni pedir perdón, ni perdonar.
¿Quién de nosotros se atreve a tirar la primera piedra?
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Posdata. Sin palabras. La muerte de Miguel Uribe Turbay debería ser punto de reflexión y unión.
Tuve la fortuna de ser amiga de su abuelo, Rodrigo Uribe Echavarría, caballero a todo dar. Y de sus padres Miguel y Diana.
¡Solo queda un dolor sordo en el corazón!