Cali es una ciudad musical por definición. El rompecabezas de elementos étnicos, culturales, sociales y económicos que han moldeado su espíritu a lo largo de 486 años de historia, no se puede entender a cabalidad sin considerar el impacto natural que ha tenido la música sobre este territorio. Pero Cali es una ciudad salsera por decisión.

Aunque no se trata de una expresión autóctona, la salsa -que tiene sus raíces en las células rítmicas traídas por los esclavos desde el África profunda en el Siglo XVI y que surgió al calor de los procesos migratorios de los pueblos afrocaribeños en el Siglo XX-, explica mucho de lo que es Cali en este Siglo XXI.

Todo en Cali está permeado por la vibración de esa música que llegó importada a esta tierra gracias a la radio, el ferrocarril y el cine: desde el ritmo con el que caminamos, hasta la visión que tenemos de la vida; desde las formas del paisaje urbano, hasta los códigos que usamos para relacionarnos. También nuestra forma de hablar, de contar, de expresar, de celebrar.

Y, no hay por qué ocultarlo, también una parte del caos cotidiano que nos envuelve. La relación del caleño con la salsa no se puede explicar dentro de los límites y los argumentos de lo racional. La Salsa en Cali, a diferencia de lo que ocurre en Barranquilla, Bogotá, Medellín o cualquier otra ciudad, no es solo un género musical y un baile para divertirse y socializar. Incluso, definirla como un “estilo de vida” es reducir su trascendencia y significado. Porque se trata de algo más profundo que eso. La salsa para los caleños ha sido, desde siempre, una forma de resistencia, en el sentido más amplio y menos político del término.

Desde la trinchera de la alegría salsera, aquí se enfrentan los embates de la vida, se exorcizan los demonios internos, se le hace el quite a la carencia, se tejen lazos familiares, se hace empresa, se resiste a la violencia, se construye tejido social, se genera organización comunitaria, se gestan cambios urbanísticos, se definen proyectos de vida. En Cali la salsa no solo se baila, se difunde, se escucha y se colecciona como un objeto de culto. También se estudia, se investiga, se documenta y se reinventa.

Cali es la cuna de una infinidad de ‘arqueólogos musicales’ que se han dedicado a reescribir y narrar la historia de la salsa. Y es el taller de un universo de creadores que han abierto para ella nuevos caminos, fusionándola con música sinfónica, con folclor, con nuevos ritmos urbanos. Incluso quienes cuestionan su predominancia y argumentan con razón que: “Cali no es solo salsa”, han sido marcados en algún momento de sus vidas por ella.

Es, en resumen, una sustancia tan vital de nuestra identidad, que resulta perfectamente posible hablar de una manifestación cultural y social denominada “salsa caleña”. Y esa expresión es la que acaba de ser reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, luego de un esfuerzo que tomó nueve años de trabajo. En efecto, el pasado 14 de julio un pequeño grupo de caleños tuvimos la oportunidad de testificar la aprobación del Plan Especial de Salvaguardia de la Salsa Caleña, por parte del Consejo Nacional de Patrimonio.

Y eso significa que, por primera vez en su historia, la ciudad contará con un instrumento técnico y legal para gestionar la conservación patrimonial de la expresión salsera. Una tarea y un compromiso que nos obligará a trabajar mucho más por ella. Por ahora, es tiempo de celebrar la buena noticia. Y cantar la melodía que nos dejó el gran Machito: “Salsa, somos salseros, reconocidos en el mundo entero”. Sigue en Twitter @osovillada