En 1987, a sus 93 años, Rudolf Hess se ahorca en su celda de la cárcel de Spandau. Para entonces es el último sobreviviente del grupo variopinto de dirigentes nazis que habían acompañado a Hitler en el auge y caída del Tercer Reich. Solo que tenían una característica única: condenados por el llamado Putsch de la cervecería que trató sin éxito de dar un golpe de estado en Baviera en 1923, comparten la misma prisión. La cárcel dispara la notoriedad de Hitler, quien ha buscado recoger la indignación alemana por las gravosas condiciones impuestas al país en el Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial y allí es tratado como una celebridad.
Hess, que ya para entonces es un fanático seguidor de Hitler a quien considera su guía espiritual, tiene 29 años y ha estudiado ciencia política.
Ayuda a Hitler en la redacción del primer tomo de Mein Kampf (Mi Lucha), que resume su ideario político. Pero su influencia ha ido mucho más allá: ha sido un libro escrito a cuatro manos. El aporte de Hess es fundamental. Hitler, un cabo del ejército austríaco sin mayor educación, ha tratado sin éxito de tomar el gobierno bávaro por la fuerza. Hess lo convence de que el camino es la acción política y que a través de las elecciones puede llegar al poder para implantar una agenda que hoy da escalofríos: la superioridad de la raza aria, el antisemitismo, el anticomunismo, la dictadura, el derecho de Alemania a expandirse en Europa. O sea, el uso de la democracia para destruir la democracia, pues no hay nada nuevo bajo el sol.
En el fondo ambos son unos iluminados, un tanto desquiciados, que creen en las ciencias ocultas y en el destino manifiesto de Alemania.
Almas gemelas. Nadie en esos tiempos está más cercano a Hitler, que es un hombre sin amigos. Cuando en 1933 luego de varias derrotas electorales llega a la Cancillería, Rudolf Hess es nombrado segundo de abordo, el hombre llamado a reemplazarlo en su ausencia y quien le ha marcado el camino del triunfo.
En teoría nadie tiene más cercanía a Hitler. En la práctica como es más un intelectual que un hombre de acción, es paulatinamente desplazado por los lobos feroces que van llegando y rivalizan en perversidad cuando estalla la guerra: Hermann Goering, un millonario adicto a la morfina, vínculo con la aristocracia militar; Heinrich Himmler, el eficiente administrador que va a ser el responsable del Holocausto; Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda genio de las Fake News, que no son cosa nueva; Martin Borman, que surge del fondo de la burocracia hasta volverse indispensable; Albert Speer, el elegante arquitecto que llega a controlar la producción de armas.
Hess, arrinconado, en el fondo un pacifista inestable, un poco tocado, que cree en las soluciones políticas, delira. Ante el absurdo de una guerra en dos frentes, contra Inglaterra y contra Rusia, para demostrar su total adhesión y servicio al Führer, creyéndose el salvador de la Patria, toma una decisión descabellada que aún hoy asombra. Como es piloto, en 1941 vuela solitario a Escocia, sin conocimiento de los británicos ni de Hitler, y se lanza en paracaídas con el propósito de negociar una paz con Churchill. Acaba en prisión. Cuatro años después es condenado a cadena perpetua en Nuremberg. Como Hitler, Goering, Himmler, Borman y Goebbels, termina suicidándose. Solo que cuarenta años más tarde, fiel a su maestro, iluminado por el mal.