Los príncipes Torlonia eran la familia más rica de Roma desde fines del Siglo XVIII. Pero tanto el principado como el dinero eran recientes, si se los comparaba con los viejos apellidos papales como los Borghese, los Barberini o los Doria Pamphili, cuyos palacios atestados de estatuas griegas y romanas, y cuadros del Renacimiento, aún impresionan. Los Torlonia, de origen francés, eran banqueros fabulosamente enriquecidos por las guerras napoleónicas, dueños de media Roma. Con ese dinero habían accedido a la nobleza papal, a la cual pertenecen todavía, como príncipes asistentes del Papa.
Así que para lustrar los abolengos decidieron comprar las colecciones de antigüedades de viejas familias en dificultades económicas, que nunca faltan. A sus palacios fueron a dar la colección del cardenal Alessandro Albani, sobrino de Clemente XVI, y la del marqués Giustiniani, ambos al borde de la ruina. Más de 600 obras de mármol formaron esta colección de colecciones, hecha por razones de prestigio durante el Siglo XIX, ayer en los tiempos eternos de Roma. El príncipe Alessandro Torlonia, segunda generación de esa nobleza reciente, había fundado el Museo Torlonia en la via della Lungara, pero solo permitía la visita de pequeños grupos seleccionados por él para darle al apellido aún más misterio.
Luego, la colección desapareció de la vista pública por casi un siglo enredada en negociaciones entre la familia y el Estado italiano, hasta que se pusieron de acuerdo. Un centenar de esas obras, restauradas, acaban de ponerse en exhibición en el Palazzo Caffarelli que hace parte de los museos capitolinos de Roma. Lo obras, muy bellas, son un poco como los Torlonia mismos, una mezcla de antiguo y moderno en busca de prestigio. Resulta que, durante el Renacimiento italiano a la Roma pontificia que era el centro de poder del mundo, fueron a dar todas las estatuas compradas o expoliadas de mérito que habían sobrevivido del mundo antiguo. Mármoles, sobre todo, y muy pocos bronces dado que se acostumbraba fundirlos para hacer monedas o armas. Pero casi nada estaba en buen estado. Así que era preciso reconstruir lo perdido.
Como consecuencia, no hay en la colección Torlonia una sola pieza que no haya sido intervenida por otros, lo cual horrorizaría a un restaurador moderno. Cuerpos antiguos con nuevas cabezas, o cabezas antiguas a las que se les ha añadido un busto noble. O rompecabezas hechos con pedazos de diferentes esculturas. Desde el Siglo XVI, el mercado de antigüedades restauradas o falsas ha gozado de cabal salud. Se dice que la primera obra de Miguel Ángel fue un niño esculpido en mármol, enterrado un tiempo para envejecerlo y vendido como antiguo a algún cardenal.
Y eso no quiere decir que el resultado no sea armonioso. El cuerpo de una cabra antigua tiene una cabeza esculpida nada menos que por Bernini, con más personalidad que algunos de los bustos imperiales. Remendadas y tal, para los estudiosos de la antigüedad clásica, la colección Torlonia siempre se ha considerado la más importante del mundo en su género en manos privadas. Después de todo en el Siglo XXI una restauración del Siglo XVI nos parece muy antigua. Es importante que esté ahora a la vista del público y del libre examen de los expertos y se separe lo viejo de lo añadido. Lo auténtico de lo falso. Y una lección para los coleccionistas, a quienes timan de cuando en cuando.