Ayer hace 29 años, un 19 de junio de 1993, falleció Héctor Juan Pérez Martínez, más conocido como Héctor Lavoe, quien había nacido el 30 de septiembre de 1946 en el barrio Machuelo Abajo de la Cantera de Ponce. Se fue a los 46 años para convertirse en leyenda.

Tuve la oportunidad de estar a su lado en Buenaventura, en Cali, en Nueva York y en Miami.

Así lo recuerdo:

Afuera, el coliseo de Buenaventura era un hervidero de gentes que pugnaban por entrar, pero el lugar estaba hasta el tope, y la policía había recibido orden de cerrar la puerta. Hasta en las vigas del techo, los admiradores de Héctor Lavoe esperaban como trapecistas el momento de lanzarse a la euforia colectiva.

En el camerino, Héctor me pidió con urgencia unas rosas blancas. Antes de saltar a la tarima, quería hacerle un homenaje a Changó, la deidad africana a la cual estaba consagrado. Como hijo del que ampara la guerra y el trueno, la fuerza y la fertilidad, portaba siempre al cuello un collar de cuentas rojas con un carcaj en oro, repleto de flechas. Como pude y a esa hora, hice conseguir las flores, y Lavoe las puso sobre tres botellas vacías, a manera de floreros. Ahí rezó, concentrado, y en minutos corrió hacia el lugar donde ya lo esperaba su orquesta con los acordes de “Calle Luna, Calle Sol”.

“En los barrios de guapos/ no se vive tranquilo/ cuida bien tus palabras/ o no vales ni un tiro…”, cantó Lavoe, y de pronto se escuchó un ruido como de temblor de tierra. Los nativos del puerto que no habían podido entrar y sin embargo habían comprado boleta, corrieron con un tronco de árbol y cargaron contra la puerta del coliseo, como los vikingos. Aquello fue una locura que obligó al propio Lavoe a pedir cordura para evitar desmanes. Con la puerta franca, toda Buenaventura estuvo ahí coreando con la orquesta. Changó había hecho lo suyo.

Para los nacidos en Buenaventura, como para los caleños, Lavoe siempre fue un mito, el mismo que pude conocer personalmente en el otoño de 1983 en el Studio Z de Manhattan, donde ensayaba con su banda. Ahí me presentó a su pianista, el profesor Joe Torres, a quien me describió como “el hombre que se come los guineos y se fuma las cáscaras…”

Desde muy niño, Lavoe estuvo rodeado por una familia muy musical -su padre y su madre cantaban en los velorios y en las fiestas patronales- y como él mismo lo reconocía, se le “zampó la guapería en la sangre…”. Willie Colón, uno de sus más grandes mentores, piensa que el secreto de su voz recibió las influencias de Gardel, de Ramito, de Chuíto el de Bayamón, de Odilio González, y supo combinar todo esto con la picardía de Cheo Feliciano y los robateos felices de Ismael Rivera, el Sonero Mayor.

Al momento de morir, Colón lo declaró “héroe de las guerras del Cuchifrito”, lo cual viene a ser como una especie de perdonavidas de barrio.

Con el visité el Club de Pozo, un conocido ‘after hours’ (amanecedero), del hijo de Chano Pozo, en la calle 102 de Manhattan, a inicios de los 80.

En su casa de Jamaica, en los suburbios de Queens, revisó y tarareó una canción que escribí para él, sobre Colombia, la misma que nunca llegó al acetato. Lavoe me había solicitado que le escribiera una melodía donde mencionara mucho a Cali, a Buenaventura, ‘al río Magdalena’, 1 año antes en el Hotel Petecuy de Cali.

En ausencia de un presentador, debí presentarlo con su orquesta, en un club de Le Jeune Road en Miami. Lavoe era un sonero por excelencia. En el Studio Z de Manhattan me solicitó una vez, mientras cantaba, un ejemplar del Diario La Prensa. Abrió la sección de crímenes e inmediatamente empezó a improvisar sobre las noticias del día. Así era “El Cantante de los Cantantes”, Rey de la Puntualidad. Solía decir que jamás llegaba tarde a un concierto. “Lo que pasa es que la gente llega demasiado temprano”, anotaba con humor.

De Colombia le fascinó el ron Viejo de Caldas y andar errante por Ladrilleros, donde vivió un tiempo. En Cali, fueron inolvidables sus conciertos en Juanchito, acompañado por músicos locales.

Su paisana, Jennifer López invirtió US$20 millones en una película que celebró su vida loca, protagonizada por Marc Anthony. El filme estuvo dirigido por el cubano León Ichaso, autor de la película Piñeiro, sobre un poeta del Lower East Side, compañero de andanzas de Pedro Pietri. Rodó también, con éxito, Sugar Hill.

Para hacer dicha película, Ichaso se inspiró en la obra de teatro ‘¿Quién mató a Héctor Lavoe?’, la cual fue estrenada en 1999 en Nueva York, con la voz de Domingo Quiñonez.

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