Es indudable que la situación de orden público ha mejorado en la otrora capital de la alegría, del deporte, de la salsa y hoy, por una minoría con muchas redes sociales a su servicio, autoproclamada la ciudad de la resistencia.

No voy a atiborrar este breve espacio con cifras y más cifras, labor que dejo a mis acuciosos colegas columnistas, pero si quiero resaltar que aún continúan los bloqueos en determinados puntos de la ciudad en los que desafortunadamente se siguen presentando grupillos de vándalos -léase delincuentes- que aprovechan el miedo de quienes tienen que pasar por esos retenes -a todas luces ilegales y prohibidos- ante la presencia muchas veces de una fuerza pública maniatada a la que no dejan actuar como lo ordenan la Constitución y las leyes.

Y claro, se siguen presentando saqueos, extorsiones y destrozos que se volvieron paisaje y que ya no son reseñados como Dios manda. “Toco vivir así” me dijo un colega publicista a quien le desinflaron las llantas de su vehículo porque no tenía un centavo partido por la mitad para pagar el peaje que le impusieron.

Casos como este se repiten y se repiten y se repiten porque estos vándalos -llámense delincuentes- saben que tales acciones son toleradas (!) y que si los cogen , los sueltan a las pocas horas y judicializan a quienes se atrevieron a impedir sus fechorías.

Entiendo que la Policía y las autoridades municipales saben que se trata de pandillas ya identificadas, que se asocian con activistas que algunas veces reciben una comisión en dinero o en especie por permitirles el ingreso a sus protestas, coimas que les entregan en secreto a sus ocasionales socios por hacerse los de la vista gorda.

Entonces uno se pregunta: ¿Si ya saben donde están, quienes son y hasta donde viven, porque no actúa la autoridad? ¿ Y más aún, porque no se le da “permiso” para que los detenga algunas veces hasta con las manos en la masa?

Lo hemos dicho hasta la saciedad: Bienvenidas las protestas y si se quiere los paros. El Gobierno tiene la obligación de escuchar estas voces y plantear soluciones pero eso sí, dentro de un clima de respeto y tolerancia y no con esta violencia que en Cali ha dejado sangre, dolor, una estructura vial destrozada, estaciones de gasolina vueltas chicuca, miles de negocios saqueados y una ciudad destruida.

Y para rematar, miles de caleños y caleñas de todas las edades, con la salud mental totalmente alterada, primero por el pánico a la pandemia y segundo por el pavor de que los vándalos -lease delincuentes- los atraquen en plena calle o se les entren a sus viviendas, los roben o los maten y que las autoridades no tengan el suficiente soporte legal para defenderlos.

¿ Entonces , qué hay que hacer ?