Se están poniendo de moda las reuniones pospandemia a las que concurren amigos y amigas que llevaban más de dos años sin verse. Se trata generalmente de convites entre un mismo sexo en los que priman la camaradería y los recuerdos y en los que no faltan ni los licores espirituosos ni las lechonas y otras viandas de difícil digestión habida cuenta la edad de quienes participan.
No conozco cómo son los ágapes de las mujeres donde me imagino que priman la escandalera de todas hablando con todas al mismo tiempo, pero si los de los amigos en que se desarrolla generalmente un mismo libreto, así:
La llegada: todos son puntualísimos y normalmente llegan con un conductor y un asistente que les ayuda a apearse de los vehículos y los aposentan en un sitio del cual solo se levanta para hacer chichí y para servirse la comida.
El reconocimiento: esto demora hasta una hora y consiste en cruce de saludos y en la identificación de unos con otros. Son usuales expresiones como “Carajo, estas igualito”, “no te pasan los años”, “cómo estás de cambiado”, “decime quien sos”, “que te pasó que no podes caminar”, etc.
El comentario vergajo: se da luego de reconocer y saludar efusivamente a un amigo del que a sus espaldas dicen “fulano sí se acabó”, “mengano cómo está de deteriorado”, “sutano está muy mermado”, “perencejo está muy disminuido”, “sutanejo está apocopado”, ignorando que quienes dicen eso están más terminales y oliendo a gladiolo que aquellos de quienes se burlan.
Obituarios: esto dura más de una hora y allí se habla de aquellos que se fueron, de lo buenas personas que eran, de los que se murieron, de lo que partieron, de las peleas de las viudas con las ex, de las garrotearas de los hijos y se enteran de los tantos y tantos amigos que existieron y de los que ya metieron papeles o están en artículo mortis. No faltan en esos momentos una que otra lágrima y el comentario de “buen muerto”, que alguien murmura y que hay que amplificarlo por la sordera general.
Vademécum: este segmento se lleva otro tanto de tiempo. En él se habla de las distintas dolencias que padece cada uno y de los remedios, operaciones e implantes a que se han sometido y que los han dejado con el chasís torcido. Viene después el intercambio de fórmulas y remedios caseros y no faltan quienes escriben el nombre de cualquier medicamento que cuando llegan a sus casas no saben para qué diablos es.
Cómo estaban de buenas: posteriormente se entra al tema de las mujeres agraciadas de aquellas épocas. Esas que cuando caminaban por la Plaza de Cayzedo, su taconear se escuchaba en San Nicolás. Aquellas que paraban el tráfico. Las otras de útero goloso, las que eran unas verdaderas licuadoras, de las que decían que conocían más pipís que el orinal del Pascual Guerrero, trayendo a colación crímenes pasionales, suicidios y escapadas de unos y otras.
Chorreada general: a la ingesta del almuerzo no pueden faltar los eructos y las flatulencias con que se forma un coro escatológico de inimaginables consecuencias.
Final: ya cayendo la tarde, algunos se quedan dormidos y en las despedidas se olvidan de quién es quién pero eso sí, antes de salir, van al baño y orinan sentados todos, y los que antes andaban con escolta armado ahora andan con enfermero como tanque de oxígeno, pero la despedida es lo más doloroso porque antes de decirse adiós se preguntan entre sí, “¿y cuál será el próximo?”.