No me gusta ni poquito lo que está sucediendo con el barrio San Antonio, quizás el último rincón de ese cada vez más agonizante Cali Viejo que acribillamos para darle paso a un falso desarrollo y a un ignominioso progreso disfrazado con una cuestionable generación de empleo y una sobreoferta gastroetílica que patasarribió sus casas y sus cuadras.
Si bien hay algunos lugares gratos, respetuosos del entorno, montados como debe ser, la gran mayoría son negocitos hasta de mala muerte que no sé -o sí sé- cómo consiguieron sus cuestionables licencias para uso -¿o abuso?- del suelo.
Y lo que hasta hace poco fue un barrio residencial, cuna de personas de gran solvencia moral, de familias tradicionales, de casas solariegas de amplios corredores y patios empedrados y en donde se respiraba un ambiente de solaz, tranquilo y sereno, con callejuelas unas pocas empedradas y luces tenues afaroladas que alumbraban tímidamente las noches sin luna, hoy son expendidos etílicos disfrazados de restaurantes salchipapudos, decorados con tal vulgaridad y grosería que insultan la tradición del lugar.
Pero no solo eso: el expendio de alucinógenos no se hizo esperar y la oferta descarada de los mismos se da hasta en las calles en donde se forman corrillos en altas horas de la noche con la consiguiente violencia, robos y asesinatos como corolario a esa anarquía.
Lo anterior ha producido un triste éxodo de los propietarios y moradores del barrio que fueron desplazados impune y miserablemente por unos supuestos caballeros inmobiliarios -de cuello blanco- quienes sin Dios y sin ley, repito sin ley, que a su vez estafaron a unos emprendedores para que montaran sus chuzos que hoy están más quebrados que un bulto de canela.
Y hasta el turismo mochilero tiene allí muchos hotelillos, unos buenos, otros regulimbis y otros malos…
Se habla ahora de una peatonalización de algunas de sus calles, idea que no está del todo mal, para evitar el estacionamiento de las desafiantes burbujas que se parquean en donde les da la gana y los demás que se jodan y están haciendo imposible el tránsito, formándose desesperantes trancones.
Ignoro si tal medida estará acompañada de un estricto cumplimiento de elementales normas de convivencia y respeto por los pobladores que aún subsisten y una nueva normatividad que no solo le corte el chorro a los nuevos chuzos que se pretendan montar sino que se revisen los ya existentes, porque esto hay que pararlo ya.
Lo vivimos en Granada en donde no cabe un cuchitril más y en El Peñón en donde proliferan hasta covachas y tampoco se puede caminar y transitar y ni para qué mencionar esa otra vergüenza del Parque del Perro y sus alrededores. Sería el colmo que San Antonio corriera con igual o peor suerte. Los concejales preocupados por el tema tienen la palabra, la sartén por el mango y el mango también. ¿O no?
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Posdata. Y a propósito de estos temas de ciudad, acabo de ver que están tumbando una de las últimas casas señoriales de Santa Teresita, contigua a la casona que remodeló Infivalle y al lado del edificio Jésica. ¿Acaso no era un patrimonio arquitectónico? ¿Quién autorizó ese ‘tumbis’?